Ciudad colonial
Yangón, más conocida en Europa como Rangún, es la puerta de entrada al país. Aunque la capital se trasladó oficialmente a la ciudad de Naipyidó en 2005, Rangún sigue ejerciendo como tal. Bulliciosa y viva, conserva mucho del antiguo urbanismo colonial británico, muy arbolada y cuajada de pagodas doradas y templos de distintas religiones. Se trata de una población espléndida para pasear, fisgar en sus mercados, descansar bajo la copa densa de los árboles de teca y contemplar el ajetreo de la gente. Encajada entre ríos y sus deltas correspondientes, cuenta con un puerto muy activo abierto al mar de Andamán, donde se pescan unos langostinos de agua dulce memorables tanto por su tamaño como por su sabor.
Una buena aproximación al país consiste en pasear por el Rangún colonial, que sigue siendo el centro de la ciudad, y tomarse algo en el histórico Strand Hotel de 1901. El segundo paso será visitar algunas de sus pagodas (paya), como la Sule Paya. Mil veces reconstruida desde que se erigió hace 2000 años, guarda un cabello de Buda y suele estar muy concurrida. Es el primero de los muchos templos que irán apareciendo a lo largo del viaje, no solo en Rangún y en el resto de ciudades birmanas, sino también en la más mínima población, en lo más alto de una colina o medio ocultos entre campos y bosques. Esta abundancia de templos es la constatación de que estamos en un país budista muy practicante, pero también inmensamente tolerante con todos los cultos.
El paseo por el centro colonial tiene una etapa imprescindible en el mercado de Bogyoke, heredado de los británicos, donde se puede encontrar de todo: desde unos rubís auténticos a unos falsos pero con el mismo brillo; sastres que cortan y cosen trajes a medida en pocas horas; y puestos de comida que se anuncian ya de lejos por los aromas que desprenden, en concreto el olor de la salsa ngapi, a base de ajo, guindilla, jengibre y pescado seco que acompaña cualquier plato birmano y que está presente tanto en las mesas más ricas como en las más pobres.