
Un territorio silencioso, situado por encima del Círculo Polar Ártico, en el que de enero a marzo se observa el fenómeno de las auroras boreales y donde se ubica el punto más septentrional del continente europeo: eso es Laponia, una tierra sin fronteras que abarca las zonas más norteñas de Noruega, Suecia, Finlandia y la península de Kola en Rusia. Cabría añadir que ésta es la tierra de los sami, un pueblo cuyo número aproximado oscila en torno a los cien mil, de los que prácticamente la mitad habitan en la Laponia noruega, en el departamento de Finnmark.
La entrada natural a ese mundo de paisajes asombrosos es la ciudad de Tromsø, encajada entre canales y montañas, y a la que se llega desde Oslo en un vuelo directo. Tromsø es, si la comparamos con las austeras poblaciones del norte de Noruega, un enclave lleno de reclamos culturales. Ayuda a ello sin duda el albergar una de las universidades más importantes de Escandinavia y una animada vida estudiantil.
Tromsø es una población compacta, de casas bajas y coloridas, agradable de transitar aunque sea invierno y las calles estén nevadas, pues la corriente del Golfo no deja que las temperaturas desciendan en exceso. Por la avenida principal, la Storgata, llena de tiendas, se llega a la fábrica de cerveza Mack –abierta al público–, la más septentrional del mundo. Un poco más allá se erige Polaria, una especie de parque temático del mundo polar cuyo original edificio parece hecho con bloques de hielo tumbados como fichas de dominó. Alberga un cine donde se proyectan películas sobre las auroras boreales y el archipiélago de las Svalbard –a medio camino entre la costa noruega y el Polo Norte–, y también un acuario con focas barbudas, una especie del mar de Barents. Junto al muelle, aunque en un edificio más modesto y antiguo, el Museo Polar ofrece una excelente introducción a la exploración de las zonas árticas.
La memoria polar de Tromsø
En pleno centro de la ciudad se erige la estatua de Roald Amundsen (1872-1928), el héroe noruego que logró llegar el primero al Polo Sur en diciembre de 1911. Amundsen fue visto con vida por última vez en Tromsø el 18 de junio de 1928, antes de partir en avión hacia las islas Svalbard para rescatar al explorador y piloto italiano Umberto Nobile. A escasos metros se erige la Domkirke, la catedral luterana, de color mostaza, una de las mayores iglesias de madera de toda Escandinavia. Pero el templo más espectacular se encuentra al otro lado del puente de Bruvegen: la Catedral del Ártico, una construcción de grandes vidrieras erigida en 1965.
De Tromsø a Alta, el siguiente objetivo de este viaje hacia el Cabo Norte, hay 290 kilómetros por una carretera sinuosa que rodea fiordos y cruza valles encajados entre montañas nevadas –es posible acortar el trayecto por mar con un par de transbordadores–. En este recorrido apenas hay tráfico, no hay ruido. Únicamente se ven algunas casas con muros de colores vivos y un par de poblaciones sin relevancia. Llanuras cubiertas de nieve y largos fiordos flanqueados por colinas sin vegetación componen un paisaje melancólico y a la vez inmensamente bello.
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Al fondo despuntan las cumbres blancas de los Alpes de Lyngen, que muerden un cielo en ocasiones de un azul tamizado por la crepuscular luz invernal. Tras el silencio que emana de los Alpes de Lyngen y de los fiordos costeros, la ciudad de Alta despierta al viajero con su actividad comercial y universitaria. Conectada con el resto del país por aire y por mar, Alta es uno de los mayores centros de investigación de Noruega y a su universidad asisten más de dos mil estudiantes. Con una población que roza los veinte mil habitantes, la ciudad se extiende a lo largo de quince kilómetros de costa, en el fondo del fiordo de Alta.
Durante los meses invernales Alta es un destino muy apreciado por las auroras boreales, esa cortina de colores que se rasga contra el cielo. Pero quizá lo más interesante desde el punto de vista cultural sea visitar el Museo de Alta. Emplazado a pocos kilómetros del núcleo urbano, expone reproducciones de inscripciones y pinturas rupestres con más de cinco mil años de antigüedad, que fueron localizadas en 1973 y declaradas Patrimonio de la Humanidad en 1985.
El corazón del país sami
La ruta prosigue rumbo a la localidad de Kautokeino, a 130 kilómetros, y se adentra en el corazón mismo de la Laponia noruega a través de un paisaje punteado por manadas de renos, algunos bosques y ríos helados. Kautokeino, un poblado de apenas tres mil habitantes esparcido por la estepa, es el centro de la cultura sami. Casi todos sus habitantes pertenecen a esta etnia y utilizan el lapón como primera lengua. Aquí, en 1852, una sangrienta revuelta contra las autoridades de Oslo se saldó con la ejecución de dos de los principales líderes samis.
A un par de horas de conducción de Kautokeino –todas las localidades de Laponia están conectadas por autobuses–, en dirección este hacia la frontera finlandesa, se encuentra Karasjok. A orillas del río Tana, es la capital administrativa de la región y donde se ubica el Parlamento sami –de competencias muy limitadas– y el Museo Etnográfico Sami, en el que se muestran vestidos y utensilios tradicionales.
En Karasjok, al igual que en Kautokeino, es frecuente toparse por las calles con samis vestidos con sus trajes tradicionales de colores vivos: rojo, azul y negro. Pero no hay mucho más que hacer en esta pequeña villa. Lo verdaderamente atractivo está afuera, en la contemplación de una naturaleza exultante y todavía prístina. Y también en la contemplación activa, deslizándose sobre esquís, trineos de perros o motos de nieve, actividades que cada año atraen a visitantes de toda Europa.

En los alrededores de Karasjok –el centro urbano como tal es casi inexistente– se puede visitar alguna granja de renos donde, además de conocer cómo se crían y viven estos animales, es posible degustar la cocina tradicional: por ejemplo, un filete de reno con salsa de arándanos y, de postre, bayas con nata. Durante esas visitas también se ve cómo tiran el lazo y cómo elaboran a cuchillo sus objetos de artesanía. Si se tiene suerte, quizá le inviten a uno a entrar en una de sus tiendas cónicas (lavvu) a tomar una bebida caliente y a oír joiks, el canto tradicional sami.
El umbral del cabo norte
De nuevo hacia el norte, hacia la costa, la carretera señala Hammerfest a unos 200 kilómetros como próxima meta. También aquí se deberá disfrutar más del trayecto que del destino, pues Laponia es campo y estrellas. Mientras que las poblaciones son solo núcleos funcionales de casas, el paisaje que las rodea es asombroso, con los colores cribados por la luminosidad suave del invierno: un blanco profundo, el verde del musgo y de algunas coníferas, y el celeste tibio del cielo. El sol apenas se asoma, simplemente se intuye en las horas centrales.
Hammerfest parece una ciudad del Oeste en plena fiebre del oro. El petróleo y el gas del mar del Norte han hecho crecer y enriquecer a esta villa en pocas décadas, pero aún es frecuente ver renos paseando por sus calles. Pasado y presente. En las afueras, al otro lado de la bahía, refulge como vigilante de la luz crepuscular el faro de Skansen. Y en el muelle, anclado, un barco rojo y negro de pasajeros tienta con un viaje hacia Honningsvàg, hacia el no muy lejano Cabo Norte, donde acaba la tierra.
Para saber más
Documentación: DNI o pasaporte.
Idioma: noruego.
Moneda: corona noruega.
Precauciones: conviene llevar ropa adecuada para el frío por debajo de los 0º C. La noche ártica dura entre el 20 de noviembre y el 20 de enero aproximadamente.
Cómo llegar: Hay numerosos vuelos directos a Oslo, la capital noruega, desde ciudades españolas. Desde allí se debe tomar otro avión hasta Tromsø, a 1.733 km y a 1h 40 min. de vuelo.
Cómo moverse: Tromsø y Hammerfest, inicio y final de la ruta, distan 450 km entre ellas por carretera y solo media hora en avión. Si se alquila un coche o una autocaravana hay que conocer el estado de las carreteras. Funcionan líneas de autobús que conectan las principales ciudades. La compañía de barcos Hurtigruten recorre la costa hasta el Cabo Norte durante todo el año; en la región de Finnmark realiza once escalas.
Dónde dormir: El alojamiento en casas particulares está indicado con la palabra ROM o HUSROM.
Turismo de Noruega