El reinventado castillo de Lloret
Este edificio lleva décadas estando ahí, pero no siglos. De hecho, para muchos lloretenses, resultaba un pegote anacrónico de un magnate que, en los años 40, decidió levantarse una fortaleza privada al borde del mar levantada con las piedras de los acantilados adyacentes. Para los viajeros no dejaba de ser la postal arquitectónica por excelencia de esta localidad, y más con esa ubicación sobre la coqueta cala de las barcas. Y lo demás, puro misterio.
Sin embargo, desde esta primavera la instantánea incluye un nuevo elemento exterior que advierte que aquí está pasando algo diferente: un ascensor panorámico. Este es el primer acto de una visita sorprendente. Y es que, desde finales de abril, el Castillo de Lloret se ha transformado en una experiencia inmersiva y ultratecnológica en la experimentar y reflexionar sobre las amenazas del cambio climático. No en vano, la primera sala de este complejo es un viaje en realidad virtual -con gafas mediante- desde un presente idílico hasta un futuro catastrófico. En la segunda espera un cine 3D donde se choca directamente con el apocalipsis mientras que la tercera es un conjunto de pantallas con sencillos juegos en los que se demuestra que las pequeñas decisiones pueden frenar estas consecuencias, relevando un futuro con esperanzas. En definitiva, un pequeño Futuroscope donde pasar una hora entretenida y bastante fascinante por la que merece la pena pagar su precio (25€ para viajeros, 19€ para lloretenses). Eso sí, su verdadero éxito está siendo una terraza en la que este bastión resucitado se democratiza del todo.
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Foto: Turismo de Lloret
Los jardines de Santa Clotilde
El hecho de ser el monumento más visitado de esta localidad no significa que este vergel haya muerto de éxito. Abierto al público hace ya una década, este paraje de inspiración renacentista tiene las dimensiones y, sobre todo, la belleza necesaria para no cansar ni decepcionar. Visitarlo es, en el fondo, hacer una pequeña retrospectiva del turismo en la Costa Brava. Su creador, el Marqués de Roviralta, adquirió esta colina emplazada entre la playa de Fenalls y la de la Boadella tras el destrozo provocado con la filoxera en los viñedos que aquí se cultivaban a inicios del siglo XX. Su idea era tener una residencia de verano y, sobre todo, un impresionante espacio verde en el que pasear, deambular y contemplar el Mediterráneo.
Aquel pionero del turismo se imaginó un jardín botánico y universal, una mezcla de jardín francés e inglés cuya espectacularidad está más que vigente. Aquí el visitante puede caminar entre cipreses, procrastinar en laderas de césped, pasear bajo sus rosales en la rosaleda o sentarse en sus miradores frente al mar. Eso sí, ningún enclave supera en magnificencia la escalera de las sirenas, en la que las esculturas de María Llimona flanquean a unos peldaños donde la hiedra crece caprichosa, logrando crear una falsa sensación de salvajismo bajo la atenta mirada de estas figuras mitológicas.

Foto: Hotel Santa Marta
Un spa donde siempre se oye el mar
Desde los jardines de Santa Clotilde se contempla una cala, la Boadella, y se intuyen unas playas más en este repliegue agreste que separa Lloret de Blanes. Sobre uno de estos arenales, el de Santa Cristina, se eleva el hotel Santa Marta, un establecimiento donde siempre se escucha el mar. El haber sido sinónimo de lujo durante décadas no ha impedido que este emblema se haya estancado. Más allá de la reforma experimentada hace unos años, lo que sorprende en este complejo es su spa, un área de 400 m2 con circuito termal, un jacuzzi con cama subacuática y unos tratamientos en los que destaca el masaje Shiatsu en pareja.

Foto: Turismo de Lloret
El camino (de ronda) que lleva a Tossa de Mar
Justo en el otro extremo de Lloret, bajo la presencia imponente del castillo, parte un camino de ronda que, aunque en los primeros pasos suele estar muy concurrido, sigue siendo un grandísimo secreto. Pero más allá de los primeros balcones fotogénicos, este recorrido que mide un total de 12 kilómetros es perfecto para tener un contacto más directo y desnudo con el Mediterráneo. Por el camino se da con pequeñas playas y zonas de baño como la cala d'En Trons, la cala Gran o la Cala Morisca donde la tranquilidad está garantizada y donde los turistas de pulserita todo incluido apenas se prodigan.

Foto: Turismo de Lloret
Gammarus, el restaurante que vuelve a poner en el mapa a la playa Canyelles
El principal núcleo urbano -por llamarlo de algún modo- y el arenal más imponente que se encuentra en el camino de ronda es Canyellas, un enclave un tanto aislado emplazado en un torrente vertiginoso. Aunque su playa con barquitas siempre ha sido un oasis para numerosos lloretenses, no dejaba de ser un reducto un tanto estancado con restaurantes clásicos. Hasta ahora.
Y es que, tras una potente inversión, el restaurante Gammarus ha logrado darle una vuelta de tuerca a este lugar gracias a su concepto de restaurante-beach club donde todo es reluciente sin resultar artificial. En su impresionante terraza se despliegan las mesas y sombrillas donde relajarse junto al mar y donde probar una propuesta gastronómica donde los clásicos mediterráneos no fallan. Aquí el antojo de paella se resuelve con soltura, pero también el de entrantes muy recomendables como las tostas de anchoa o las croquetas.
Y para quien solo quiera un trago, la zona de La platgeta marida sus cócteles con el contacto con la arena, mientras que en su rooftop se puede tomar el sol y, sobre todo, darse un chapuzón en la piscina. En definitiva, un restaurante-destino en sí mismo.