Aún quedan rincones en donde el ser humano se ha rendido en su conquista de la naturaleza. O, al menos, parece haber dado una tregua fruto de las inclemencias y la lejanía. Uno de ellos es el mar de Ojotsk, una masa de agua casi helada rodeada por penínsulas, islas y paisajes que apenas han sufrido alteración en décadas. Lugares donde no existe la prisa, donde el progreso solo se atisba desde las plataformas petrolíferas y donde los paisajes no temen al viajero. Este es un viaje de exploración, una aventura que parece emular a aquellos marineros cosacos que, en el siglo XVII, se atrevieron a descubrir el último mar de Oriente.