EN EL #11: SANGÜESA
Eclipsada, en muchas ocasiones, por el cercano Castillo de Javier y por el Monasterio de Leyre, esta localidad tiene razones de sobra para sorprender. Y para merecerse una parada. Las retinas y los pasos se fijan inevitablemente en Santa María la Real, una sorprendente iglesia que se erige, con su esbeltez, por encima de toda expectativa. No en vano, se trata de un monumento atípico, de un Románico que aspiraba, sin saberlo, a ser Gótico mediante una decoración y unas dimensiones insospechadas. Algo que se demuestra en su portada, en su ábside, en su interior y en su claustro. Más allá de este hallazgo, Sangüesa cuenta con un laberinto de callejuelas que respetan el urbanismo medieval con el que fue levantado, pero con un ágora donde todo desemboca: la Plaza de los Fueros, donde sus fachadas rectilíneas dialogan con el bailongo quiosco de la música.

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EN EL #10: VIANA
Esta rica villa, ubicada lindando con La Rioja, puede presumir de sumar 800 años. No es que este hito sea algo excepcionalmente singular, pero sí que se demuestra a cada paso que se da en esta localidad mediante una serie de monumentos imprescindibles. El más emblemático, la Iglesia de Santa María, un portentoso templo gótico cuyo interior conserva dos maravillosas rarezas. La primera, un retablo mayor tallado en madera dorada deslumbrante. La segunda, la Capilla del Santo Sepulcro, una recreación sui generis de la tumba de Cristo. Afuera, los pasos se dirigen al Castillo de Viana, una fortaleza transformada en museo donde se exhibe una curiosa colección de arte, además de objetos y paneles que narran la importancia de esta localidad. Pero, para comprobar de primera mano esta relevancia histórica, nada como plantarse frente a la recargada fachada barroca de su Ayuntamiento o mirar al cielo desde la iglesia de San Pedro, en ruinas por culpa de unas obras de ampliación en el siglo XIX que deterioraron mucho su estructura.

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EN EL #9: Roncal
Los Pirineos navarros se han ido conquistando y civilizando, poco a poco, gracias a localidades como esta. La capital oficiosa del valle homónimo intenta rivalizar, en espectacularidad, con su entorno mediante un casco histórico armonioso donde la arquitectura vernácula se conserva con gran empeño. De ahí que callejear por este pueblo sea sortear y contemplar enormes casas de fachadas blancas, con detalles en piedra y con una ventanucas que burlan al invierno. Eso sí, para no perderse, ahí está la iglesia de San Esteban para guiar al más despistado. Pero el deambular por este casco histórico también tiene mucho sabor. Sobre todo, por las numerosas queserías que venden el queso del Roncal, emblema del valle; y que en ocasiones se oferta junto a los derivados de la otra delicia de la zona: la trufa.

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EN EL #8: Puente La Reina
Quizás, la mayor sinécdoque patrimonial y viajera que atesora Navarra sea este pueblo atravesado por el Camino de Santiago. Y es que su puente románico sobre el río Arga, levantado en el siglo XI, es mucho más su icono: es el origen de su toponimia. La parte más Real se debe a la Reina que lo ordenó construir, que bien pudo ser doña Mayor de Castilla, esposa de Sancho el Mayor, o doña Estefanía, mujer de García Nájera. Sea como fuere, esta enorme pasarela de piedra de siete vanos y una esbeltez hipnótica es la mejor carta de presentación de esta localidad. Irónicamente, este es último monumento que los peregrinos atraviesan cuando caminan por estas calles. Antes, sorprenden dos iglesias, la del Crucifijo y la de Santiago, cuyas advocaciones ya sugieren una conexión histórica ineludible con el Jacobeo. Asimismo, su casco antiguo es un hilero de sorpresas, con imprescindibles como la Plaza Mayor y otros hallazgos como el Convento de los Trinitarios y la plaza Julián Mena. Fuera del casco urbano espera la ermita de Santa María de Eunate, un monumento templario singular de planta octogonal.

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EN EL #7: Roncesvalles
A pesar de la fama que ha convertido a Roncesvalles en toda una referencia del Camino de Santiago, este pequeño pueblo ubicado en pleno Pirineo y a pocos kilómetros de la frontera francesa cuenta con poco más de 20 habitantes. Lugar de culto y de tradición hospitalaria, esta encrucijada de caminos ha sido testigo de episodios históricos de la talla de la Batalla de Roncesvalles, protagonizada, en el siglo VIII, por el ejército de Carlomagno. Además de recorrer alguno de los senderos que sirven para descubrir un entorno natural donde el verde de las hayas, robles y abetos tapiza las aún suaves colinas del Pirineo, Roncesvalles posee un importante patrimonio arquitectónico aunado en el Conjunto de la Colegiata de Santa María de Roncesvalles. El misticismo que se respira entre sus muros, levantados en el siglo XII y ejemplo de arquitectura medieval, trasladan al visitante siglos atrás cuando el hospital acogía a los peregrinos que se dirigían a Santiago y necesitaban un lugar de descanso y reposo. Nada más y nada menos de lo que sigue ofreciendo actualmente esta localidad.

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EN EL #6: Artajona
Estar emplazado en el corazón geográfico del Reyno hizo que el cerro en el que se asienta Artajona fuera un elevado objeto de deseo desde tiempo inmemoriales. De hecho, no muy lejos de esta colina se haya una serie de dólmenes que dan fe de que este privilegio geográfico ha sido muy bien valorado por el hombre desde tiempos inmemoriales. Pero para explicar lo que se levanta frente a los ojos del viajero cuando se acerca a esta población cercana a Tafalla hay que retroceder hasta el siglo XIII, época en la que se estima que se levantó el conocido como Cerco de Artajona, un perímetro amurallado que defendía esta localidad tanto de la presión musulmana procedente de la Ribera del Ebro como del posterior avance del ejército de Castilla. Las torres, muros y portales centenarios marcaron y siguen marcando el día a día de una localidad cuyo casco histórico se encuentra abrazado por este sistema defensivo. Dentro esperan algunos monumentos que rivalizan en espectacularidad con los baluartes como la imponente iglesia de San Saturnino o la Fuente de los Caños, coquetos faros que ayudan al visitante a orientarse entre callejuelas empedradas.

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EN EL #5: Elizondo
Las aguas del río Bidasoa discurren calmadas y cruzan de punta a punta el entramado urbano de Elizondo, una pequeña villa navarra situada en pleno valle del Baztán. Y es precisamente esta ubicación cercana a los Pirineos Atlánticos, con un clima húmedo pero suave, la que otorga al pueblo su particular aspecto. Los palacetes y las casas señoriales que se encuentran por el centro histórico lucen un tejado a dos aguas bajo el que, en sus muros blancos, se instalaron balconadas de madera y se incrustaron los blasones de armas del valle. Con un entorno natural envidiable en el que predomina el verde intenso, este pueblo se convirtió en el centro neurálgico del Baztán al que acuden los habitantes de los pueblos vecinos para participar en las animadas ferias y celebraciones que tienen lugar durante el año.

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EN EL #4: Ujúe
Lo primero, en Ujúe, salta a la vista. Es el impresionante Santuario de Santa María, una construcción religiosa que a ratos parece disfrazarse de bastión. Su belleza exterior hace que nadie huya de ella. De hecho, ejerce de imán para el viajero que se afana en subir sus cuestas para conquistar este templo. En su interior espera una fascinante nave gótica decorada con frescos medievales que narran la historia de la Virgen María. También en las alturas se yergue el Castillo de Ujúe que, pese a haber resistido a duras penas el paso del tiempo, mantiene una posición dominante que hoy se traduce en unas vistas formidables de la región. Ya de vuelta a tierra firme, la Plaza de los Fueros brilla con luz propia en un casco histórico que crece alrededor del Santuario con sus casas nobiliarias de piedra.

EN EL #3: Ochagavía
A vista de águila, en lo que parece un pequeño embalse de tejados marrones con sus correspondientes paredes blancas en contraste con el valle verde de pinos y hayas que lo cobija, se podría decir que Ochagavía es la postal perfecta que define el Pirineo navarro. La ermita románica de Muskilda del siglo XII, a la que se asciende en una caminata de 4 km, parece contemplar, indulgente, la belleza del pueblo que, cada 8 de septiembre, celebra una romería en su honor. Las empinadas calles de esta localidad navarra, habitual puerta de la Selva de Irati, ponen a prueba las piernas de cualquier visitante que se aventure a descubrir el centro histórico, entre el que encontrará palacios medievales y casas blasonadas. Como si de un espejo se tratara, el río Anduña devuelve la imagen de las casas típicas que caracterizan Ochagavía, un topónimo que remite a la naturaleza y al entorno salvaje en el que esta villa ha prosperado: Otsagabia, nido de lobos.

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EN EL #2: Estella-Lizarra
“Estella es ciudad de buen pan, excelente vino, mucha carne y pescado y toda clase de felicidad." Con esta frase resumía el monje Aymerich Picaud los atractivos, según él, de Estella-Lizarra. A los deliciosos sabores de la región, hay que añadir el rico patrimonio histórico que ofrece esta villa cuyo origen se lo debe a los peregrinos del Camino de Santiago. El río Ega es su espina dorsal, y sobre él se construyeron los dos bellos puentes que lo atraviesan: el del Azucarero, de estilo gótico, y el de la Cárcel, de origen románico y reconstruido en el siglo XX. Todavía se puede seguir el perímetro de las murallas medievales que protegían la ciudad e incluso cruzarlas bajo el arco de la puerta de Castilla, la única que se mantiene en pie. Recorrer el Paseo de los Llanos junto al río permite tomar las fotografías más bonitas de la villa y desviarse hacia el casco antiguo para conocer los conjuntos religiosos de la iglesia del Santo Sepulcro y la de San Pedro, con un maravilloso claustro del siglo XII.

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EN EL #1: OLITE
Si algo llama la atención en la primera vista de este pueblo navarro es el característico color terroso cálido que emana de las construcciones cuando el sol proyecta su luz sobre ellas. Sus robustas murallas romanas son unas de las mejor conservadas de la región. En un segundo vistazo, los ojos se dirigen a la silueta del impresionante castillo-palacio de origen medieval y a sus torres almenadas que coronan el perfil de esta localidad situada al sur de Pamplona. Construido durante la Edad Media para la corte de los reyes navarros, contaba con decenas de salas, exóticos jardines y hasta un zoológico. La personalidad de Olite se respira entre sus estrechas calles, organizadas en torno al castillo y entre las que se pueden descubrir las típicas casas solariegas, calles atravesadas por arcos góticos y plazas donde detenerse a probar alguno de los excelentes vinos que producen los campos de los alrededores.