Oporto, el alma del Duero

La capital del norte de Portugal encandila con su nostálgica belleza y un vino que ha catapultado su fama internacional

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Paseos en Rabelo

Estas barcas tradicionales transportaban las barricas de vino desde el Valle del Douro a Oporto. Hoy realizan paseos fluviales.

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Estación de Sao Bento

En el corazón de la ciudad se halla la estación de trenes de San Bento. En el lugar donde antiguamente se levantaba un convento, desde finales del siglo XIX los trenes parten de sus andenes. La paredes de su interior están decoradas con azulejos que relatan la historia de Portugal.

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La Torre dos Clérigos

El campanario barroco de la iglesia de Los Clérigos, de 76 metros, tiene en su piso más alto un balcón que es un mirador.

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Café Majestic

El modernista Café Majestic abrió sus puertas en 1921. Oporto vivió a finales del siglo XIX e inicios del XX una época de esplendor comercial –propiciada por la exportación de sus famosos vinos–, que se plasmó en notables edificIos de estilo art nouveau, por entonces de moda en toda Europa. La Oficina de Turismo organiza una ruta con etapas en los sitios más emblemáticos, como el Café Majestic (Rua Santa Caterina) y la Confiteria La Parola da Bolhao (Rua Formosa), con su bella fachada de azulejos. 

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El vino de la ciudad

La D.O. Vinho do Porto, creada en 1765, fue la primera de Portugal.

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Iglesia de San Francisco

Está considerado el mejor ejemplo de decoración barroca y rococó de Portugal. En la cripta hay unas catacumbas y un museo.

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Mapa de Oporto

Los principales puntos de interés de la ciudad están cerca de las riberas del Duero.

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Vista de lejos, Oporto parece sacada de un cuento infantil. Como si de una colmena se tratara, un haz de casas de piedra con tejados rojos y coloridas fachadas se arremolinan junto a la desembocadura del río Duero. Oporto es noble, y como bien dijo Luís de Camões "una leal ciudad donde tuvo origen, como es sabido, el nombre eterno de Portugal". En su borde izquierdo se hallaba Cale, un asentamiento ya conocido por los griegos, al que debe su nombre el país (Puerto de Cale). Fueron más tarde los romanos quienes, buscando un mejor emplazamiento para construir un muelle, decidieron trasladarse al otro margen del río.

Para descubrir Oporto lo mejor es hacerlo, literalmente, de arriba a abajo. El casco viejo, declarado Patrimonio de la Humanidad en 1996, trepa entre claroscuros por las calles adoquinadas de la orilla norte. Desde lo alto, la Catedral contempla el fluir del Duero. Construida entre los siglos XII y XIII, su aspecto fortificado plenamente románico contrasta con la remodelación barroca que añadió los detalles de la fachada.

Los portuenses engalanaron muchos de sus edificios con artísticos azulejos añiles y blancos. Un buen ejemplo lo hallamos en la estación de São Bento donde se puede asistir a una lección de historia portuguesa admirando el mural de 20.000 piezas, realizado por Jorge Colaço (1868-1942).

Desde la estación bastan dos minutos para llegar a la iglesia barroca de Los Clérigos de la que sobresale una imponente torre-campanario. Si se suben los 220 escalones que separan su cima del suelo el regalo es una espléndida panorámica.

El casco viejo de Oporto

La pátina del casco viejo, ahumada por el paso del tiempo, se torna en vivos colores al llegar a la plaza de Libertade. Dominada por el carillón del Ayuntamiento, a partir de ella se extiende la Avenida de los Aliados, el alma regia de Oporto. Este encantador barrio entrelaza rúas y avenidas con edificios clásicos y otros de estilo modernista que cobijan boutiques, galerías de arte históricas –algunas reconvertidas en bares– y comercios con alma que trasladan a la época en que la ciudad vivió su momento de gloria, a inicios del siglo XX.

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El suelo de Oporto vibra con un leve traqueteo para anunciar la llegada de un tranvía. Es muy recomendable tomar el eléctrico 18 –junto a la universitaria plaza Parada de Leitão–, que pasa frente a las iglesias gemelas Do Carmo y Carmelitas, que comparten no solo devotos sino también fachada.Su itinerario se pierde luego por el romántico barrio de Massarelos, donde merece la pena visitar los Jardines del Palacio de Cristal.

De regreso al punto de partida, ya siempre en descenso, pasear contagia la saudade que baña cada esquina del barrio de Ribeira en el que el vuelo de las gaviotas y la humedad avisan de la cercanía del Duero. Paralela a su orilla, la vida bulle en animadas tascas y restaurantes que sirven deliciosas especialidades de bacalao, mientras se disfruta del canto de un fado.

En Ribeira, los muros de la iglesia de San Francisco aún custodian la joya ostentosa que, en los siglos XV y XVI, hizo que el templo se cerrase al culto durante años. Y es que los 300 kilos de oro en polvo que cubrían el interior parecían desdeñar la hambruna que vivía el pueblo.

Justo enfrente, en los Jardines del Infante Dom Enrique, la estatua de este explorador del siglo XV apodado "El Navegante" señala las aguas surcadas hasta hace poco por los rabelos, las barcas típicas en las que se transportaban las barricas de vino.

Los muros de la iglesia de San Francisco aún custodian la joya ostentosa que, en los siglos XV y XVI, hizo que el templo se cerrase al culto durante años

El mercado de forja escarlata Ferreira Borges (1888), recuperado como centro cultural, se halla cerca del Palacio de la Bolsa y de la Factoría Inglesa, muestra del tándem entre lusos y británicos. En el siglo XVII las guerras entre ingleses y franceses llevaron a los primeros a aprovisionarse de vino en Oporto. Añadir aguardiente detenía la fermentación de la bebida pero facilitaba su conservación en el viaje por mar, por lo que el vino guardaba el dulzor de la uva sin fermentar. Ese fue el origen del vinho do Porto.

Cualquier callejuela desemboca en el Cais de Ribeira, el paseo junto al río desde el que se divisa el puente de Dom Luis I (1886), uno de los seis de la ciudad. Su inconfundible estilo denota que su creador, Théophile Seyrig, fue camarada de Gustave Eiffel. Por él se cruza a Vila Nova de Gaia, barrio con aroma al roble de las barricas que atesoran sus bodegas centenarias; se pueden visitar para conocer los entresijos y las variedades de estos vinos.

Desde la orilla que la vio nacer, Oporto brinda con el Duero y perla sus aguas de nostalgia, haciendo que la ciudad, como un buen vino, mejore con el tiempo.