En el #7: Encontrarse con el Atlántico en Matosinhos y Leça da Palmeira
Oporto se debe al mar, aunque, geográficamente, renuncie a él. Por eso, empezar toda visita por las localidades más atractivas y próximas de su litoral norte permite refrescarse de salitre y, de paso, descubrir las formas más hedonistas que tienen los portuenses de disfrutar del Atlántico. La menos estacional es recorrer de una punta a otra la rúa Heróis de França husmeando los pescados a la brasa que los restaurantes más folclóricos preparan al aire libre. En el fondo, en lo que consiste este vistazo es en hacer un casting foodie de cada fogata y acabar picando, y más en restaurantes como Valentim que recuperan todo el glamour en cuanto se cruzan sus puertas.
Si el buen tiempo acompaña, no está de más acercarse a las Piscinas das Marés, la obra con la que Álvaro Siza se ganó el corazón de todo los amantes de la arquitectura y con la que los habitantes de Leça da Palmeira se refrescan en verano bajo la atenta mirada voyeur de los que visitan este lugar por su diseño. Curiosa mezcla.
En el #6: Escuchar la Casa da Musica
El Oporto contemporáneo se despliega en la Avenida Boavista. Y justo donde esta arteria se abre en forma de gran plaza, la de Mouzinho de Albuquerque, aparece un meteorito caído del cielo. Esta licencia poética tiene su justificación, ya que tanto la forma como el urbanismo que rodea la Casa da Musica está concebido para ser un elemento extraño e irresistible en la ciudad. Creado para ser el icono de la capitalidad cultural europea de 2001, este auditorio firmado por Rem Koolha es uno de los edificios imprescindibles que ver en Oporto. Funciona como un curioso puente que quisieron trazar con la otra urbe ostentadora de este reconocimiento, Róterdam, de donde es oriundo este arquitecto. Para ahondar en la conexión entre ambos países, el fundador del estudio OMA recurrió a elementos comunes de ambas culturas como el tapiz o los azulejos para llenar el interior de espacios loquísimos y curiosos. De ahí que las visitas guiadas al edificio se hayan convertido en uno de los imprescindibles de Oporto y que, además, se combinen con los conciertos a precios populares que aquí se programan. De hecho, si el día acompaña, la cortina del fondo de la gran sala se corre para ofrecer unas vistas algo deformadas de la plaza.
En el #5: Perderse por la Fundación Serralves
Siguiendo la Avenida da Boavista, los edificios modernos poco a poco dejan paso a manzanas que antaño estaban ocupadas por grandes fincas. Una de ellas es ahora la Fundación Serralves, el principal museo de arte contemporáneo de toda Portugal y, a su vez, uno de los espacios más curiosos del país. Y es que aquí no solo se conforman con albergar creaciones actuales en un edificio firmado por -cómo no- Alvaro Siza, sino con repartir las esculturas por la que fuera una de las grandes haciendas de las afueras de Oporto. Porque, después de empaparse de arte, este complejo regala otros placeres como descubrir su precioso palacio Art Nouveau, encontrar entre los árboles la coqueta casita del té o desorientarse por su bosque hasta dar con la gran ladera en la que aún pasta el ganado. Y todo esto sin salir de Oporto.
En el #4: De la estación a misa
Oporto tiene postales y hallazgos. Apenas hay punto intermedio entre lo macro y lo micro, entre la panorámica y el detallito. De ahí que haya que pasearlo en pos de lo insospechado. En la parte este del centro, aquella que sube desde la estación de São Bento hasta la catedral, las sorpresas tienen forma de azulejos (los que decoran de forma precisa y monumental el hall de este edificio ferroviario), de mercado lleno de vida (el de Bolhao), de café espectacularmente modernista (el Majestic) y de catedral áspera a la par que imponente. No, no es un pastelito de esos góticos que son todo luz y majestuosidad, pero sí es un imprescindible que ver en Oporto, pues tiene el encanto de su presencia reinando sobre toda la ciudad con la que demuestra que primero fue una ciudad episcopal. Y luego, claro, vinícola.
En el #3: Entre Clérigos, hipsters y muggles
Si en lugar de virar hacia el este en la estación de São Bento, se hace hacia el este, la parte alta del centro de Oporto se llena de majestuosidad con plazas como la de la Libertad o la de Lisboa. Esta última no solo brilla por un precioso ejemplo de urbanismo verde e integración con la ciudad, sino por albergar dos de los imprescindibles de esta metrópolis. Por un lado, la famosa librería Lello que inspiró a J.K. Rowling para su universal Harry Potter, un fantástico espacio (en todos los sentidos) que, desde que se ha convertido en atracción turística, cobra una entrada cuyo importe se descuenta de la compra de un libro. Por el otro, la iglesia de los Clérigos cuya espectacularidad barroca está coronada por una torre que se alza 76 metros sobre los tejados. La panorámica, desde aquí, es innegociable. Y cuando el paseo se monopoliza con edificios alicatados y edificios desproporcionados, aparece la calle hipster por antonomasia, Miguel Bombarda, donde los hostels de diseño, las galerías de arte y los bares creativos lo llenan todo de alegría.
En el #2: Una cata muy especial
Oporto es, para muchos, el nombre de uno de los vinos más peculiares del planeta. Tan singular, como su historia, ya que su auge se justificó con el conflicto comercial entre Francia y Reino Unido por el cual los vinos de Burdeos multiplicaron su valor y se transformaron en un objeto de lujo para los paladares ingleses. De ahí que los magnates british buscaran nuevas regiones, uvas y fincas donde aplicar sus preferencias vitivinícolas (muy al estilo del cognac) y encontraran este puerto. Después vino la construcción de las bodegas en Vila Nova de Gaia, un conglomerado de empresas con nombres anglosajones que hoy se visitan de forma exprés y un tanto borreguil. En cualquier caso, merece la pena colarse en una de ellas, intentar entender las diversas variedades de fermentados y disfrutar de la fotogenia de sus salas de tinas y barricas.
En el #1: Dejarse llevar en Ribeira
Si coincide con el atardecer, la salida de las bodegas es una especie de epifanía. La luz azul del atlántico y el primer titineo del alumbrado público crea una estampa impresionista e impresionante. Lo que se despliega es el barrio de Ribeira en todo su esplendor, con el acompañamiento inmejorable del puente de Don Luis I. El barrio que acompaña al río sabe combinar la espectacularidad con ese encanto decadente, el turismo con los rincones genuinos. Aquí no hay ruta que valga, simplemente patear la ribera de Oporto, disfrutar de sus plazuelas y de sus wine bars y colarse en alguna callejuela donde la ropa colgada sigue siendo la bandera de un territorio genuino.
