Ocho apellidos vasco (franceses)

El País Vasco francés en 13 imprescindibles

Una guía para visitar ese territorio mestizo de costumbre arraigadas, olas surferas y enclaves muy auténticos.

Tierra de balleneros, pescadores y pioneros en tablas de surf, epicentro de la alta sociedad decimonónica, atravesado por el Camino de Santiago y encaramado sobre las cimas pirenaicas. Así se abre y se muestra el País Vasco francés, un territorio gemelo en la otra orilla del Bidasoa donde tradición, cultura, gastronomía y vida hunden sus raíces en una historia narrada a ambos lados de los Pirineos con un mismo acento. Una ruta circular e idílica en la que adentrarse a pie de costa y regresar por la alta montaña.

Hendaya de ida y vuelta

Foto: Shutterstock

Hendaya: sur y playas al otro lado de la frontera

De ida o vuelta, según se circule. Así es Hendaya, paso fronterizo que separa España de Francia y que comparte vecindad con Irún y Hondarribia, a la que mira desde su balconada marítima. Aquí se extienden los tres kilómetros de la playa de Ondarraitz, la más larga -y una de las más sosegadas de la costa vasca-, en la que pasear, bañarse o hacer surf, dependiendo de la estación.

Seguir viajando

Castillo de Abbadia
Foto: Hendaye Tourisme

CHÂTEAU D'ABBADIA, UN PALACIO NEOGÓTICO PARA MIRAR LAS ESTRELLAS

Cerca se encuentra también Domaine d’Abbadia, un coqueto parque natural de 65 hectáreas donde descubrir fauna costera, las caprichosas formas que la erosión ha esculpido en las rocas, como Les Deux Jumeaux o Las dos gemelas, bautizadas en vasco como Dunba Zabala y Dunba Luzie, cuya leyenda dice que llegaron allí lanzadas por los gentiles, gigantes paganos vascones de fuerza sobrehumana que intentaron derribar la catedral de Bayona con ellas. En el parque además se encuentra el Château d’Abbadia, un castillo observatorio del siglo XIX erigido con fines astronómicos y que merece la pena visitar.

iStock-802987078
Foto: iStock

San Juan de Luz, el pueblo marinero perfecto del País Vasco francés

Impolutos blancos en las paredes, distribuidos en edificios de tres y cuatro alturas y con entramados en rojas maderas dan la bienvenida a San Juan de Luz. Lo mejor es embeberse del ambiente pesquero y movido de la ciudad, que vibra en torno a la calle Gambetta y al puerto de pescadores. No lejos de ella se encuentra otro de los iconos de la ciudad, la Iglesia de San Juan Bautista, donde se casó Luis XIV con la infanta María Teresa de Austria, hija de Felipe IV de España, y en cuya celebración nupcial consumieron los famosos macarons de Maison Adam, un comercio que aún hoy, 360 años después, los sigue fabricando en el mismo emplazamiento que entonces.

 

iStock-1162020786
Foto: iStock

GUÉTHARY, QUE NO GETARIA (¿O SÍ?)

Apenas 60 kilómetros separan a la Guéthary, en la costa francesa, de la Guetaria guipuzcoana, pero su relación es más íntima. Pequeñas villas costeras, bañadas por el Atlántico y desde las cuales los marineros vascos se hacían a la mar para capturar ballenas en el océano. Razón por la que hoy en ambos pueblos sus escudos lucen a estos cetáceos y cuya importancia se manifiesta en el puerto de Guéthary, fuertemente inclinado para permitir el arreo de los animales una vez descargado.

Seguir viajando

 

83457878 733318800758873 2812490469022092549 n
Foto: Les Couteliers des Basques

BIDART: PELOTA VASCA, CUCHILLOS ARTESANALES Y MUCHA CALMA

A seis kilómetros al sur de Biarritz, Bidart aún se ruboriza con un ambiente marinero donde la tranquilidad sigue primando. Apenas 7.000 habitantes pueblan esta villa pesquera, también surfera y termal, que es una parada especial para descubrir los domingos de frontón y familiarizarse con los deportes de pelota como la cesta punta. También conviene aprovechar el lado más místico y acercarse a la capilla de Sainte-Madeleine y descubrir desde allí los atardeceres de la costa vasca o acudir al taller de la familia Exposito, responsables de Les Couteliers Basques, que fabrican cuchillería artesana de lujo en las afueras de Bidart.

 

Biarritz
Foto: iStock

 

BIARRITZ Y EL ENCANTO DE LA BURGUESÍA

En apenas 120 años Biarritz ha pasado de ser destino turístico de la alta aristocracia europea (muestra de ello es el hotel du Palais, que sirvió como palacio a Eugenia de Montijo) a ser un reclamo ecléctico donde el surf, las olas y las aguas termales son las protagonistas. Se mezcla así un perfil variopinto e internacional que vive por y para la playa. Los turistas se dejan caer por la Grande Plage, los surfistas van a la Plage de la Côte des Basques y los biarrots (los nativos) se pasean por la Plage de Milady o se bañan refugiados en la Plage du Vieux Port. Eso sí, todos, sin importar su procedencia, caen en la tentación dulce de los gateau basques de Maison Paries, uno de los más populares y sabrosos de todo Iparralde.

iStock-1049470578

iStock-1049470578

Ubicada sobre una antigua población romana llamada Lapurdum (de ahí Labourd y Lapurdi, topónimos históricos de la zona en francés y vasco), Bayona es el epicentro administrativo del País Vasco Francés y también una ciudad donde se procura recuperar la esencia vasca a todos los niveles. La mejor forma de empaparse de ella es en el Museo Vasco, que cuenta con una veintena de salas consagradas a usos, costumbres y tradiciones.

Foto: iStock

Bayona, la metrópolis vasca

Ubicada sobre una antigua población romana llamada Lapurdum (de ahí Labourd y Lapurdi, topónimos históricos de la zona en francés y vasco), Bayona es el epicentro administrativo del País Vasco Francés y también una ciudad donde se procura recuperar la esencia vasca a todos los niveles. La mejor forma de empaparse de ella es en el Museo Vasco, que cuenta con una veintena de salas consagradas a usos, costumbres y tradiciones.

 

Más allá del cosmopolitismo aún se conservan símbolos y gestos de esa raíz. Ejemplos se encuentran en el taller Léoncini, uno de los únicos tres artesanos que aún fabrican makilas(bastones ornamentales que solían regalar como entrada en la madurez de los adolescentes) en el País Vasco Francés. Todo un ejemplo de minuciosidad y mimo, que también se trasladan a lo gastronómico, como la tienda de embutidos de Pierre Ibaialde, un artesano de la chacinería consagrado a su profesión durante más de 30 años y por cuyas delicias culinarias se forman colas.

 

Bastide-Clairence
Foto: Shutterstock

La Bastide-Clairence, un pueblo genuinamente vasco

Abandonar la costa supone dejar atrás las postales marineras, pero no la esencia vasca. El interior de la región francesa de Pirineos Atlánticos, donde se enmarca la mayor parte del País Vasco Francés, posee fuertes raíces lingüísticas vascas y también una potente impronta navarra. Algo que se manifiesta con especial fuerza en pueblos como La Bastide-Clairence, cuya arquitectura nos traslada a las típicas construcciones vascas y cuya importancia para el euskera es culturalmente potente. Jean-Baptiste Dasconaguerre, alcalde de La Bastide a mediados del siglo XIX fue el autor de la primera novela vasca publicada y Jean de Liçarrague, un monje afincado aquí, tradujo el Nuevo Testamento al euskera durante en el siglo XVI. No muy lejos se encuentran otros pueblos como Espelette 

 

Navarrenx
Foto: Shutterstock

Navarrenx, la primera ciudad abaluartada de Francia

El caracter independiente y guerrero de la región histórica del Béarn, que actualmente sería la parte interior de Iparralde, se demuestra sobre todo en esta localidad. Sus regentes en el siglo XIV, la dinastía Moncade, quiso independizar este condado y, para ello, fortificó y levantó localidades como Navarrenx, protegida por un baluarte y cuyo urbanismo rectilíneo obedecía a las facilidades para movilizar a las tropas. Hoy, dichas defensas siguen intactas mientras que en su interior, las casas de entramado de madera conservan la esencia de siete siglos atrás. 

 

iStock-1256739771

iStock-1256739771

La frontera que Francia marca con Navarra está fraguada a través de historias comunes entre reyes y, sobre todo, mantenida por el Camino de Santiago. Así salpican numerosas iglesias y monasterios todos estos pueblos, como es el caso de Saint-Jean-Pied-de-Port (Donibane Garazi en vasco), muy popularizado por el Tour de Francia. Fundado en el siglo XII por su utilidad en la ruta compostelana, el pueblo hoy es un ejemplo de buena conservación medieval, siendo aún lugar de paso para el denominado Camino Francés, una de las vías jacobeas más populares.

Foto: iStock

SAINT-JEAN-PIED-DE-PORT: EN BUSCA DE LA SANTIDAD

La frontera que Francia marca con Navarra está fraguada a través de historias comunes entre reyes y, sobre todo, mantenida por el Camino de Santiago. Así salpican numerosas iglesias y monasterios todos estos pueblos, como es el caso de Saint-Jean-Pied-de-Port (Donibane Garazi en vasco), muy popularizado por el Tour de Francia. Fundado en el siglo XII por su utilidad en la ruta compostelana, el pueblo hoy es un ejemplo de buena conservación medieval, siendo aún lugar de paso para el denominado Camino Francés, una de las vías jacobeas más populares.

Espelette
Foto: Shutterstock

ESPELETTE, EL PUEBLO DE LOS PIMIENTOS

Sería un pecado abandonar esta zona sin mencionar ni catar el rey vegetal de su cocina, el pimiento de Espelette, de un intenso color rojo y que se suele secar para utilizarse en otros guisos y preparaciones. A pesar de su vehemencia cromática, esta hortaliza de apenas 8 o 10 centímetros de longitud no es en absoluto picante, sin embargo es muy aromática, razón por la cual se la deja secar. Habitualmente se hacía en las puertas de las casas de la región, en pueblos como Larressore, Itxassou o el propio Espelette, donde incluso en el mes de octubre se celebra un festival en torno al pimiento. De ahí que en este pueblo las puertas y ventanas parezcan establecer un diálogo de color con este manjar. 

 
iStock-1279790924

iStock-1279790924

Caseríos, verdes prados, ganado pastando al aire libre… Es difícil sin mirar a las señales de la carretera donde acaba el País Vasco francés y empieza Navarra. Algo así ocurre en Ainhoa, último pueblo de Francia en la carretera D20, una de las muchas que cruzan distintos pasos pirenaicos, en este caso para llegar a Dantxarinea. Detenerse en Ainhoa es descubrir tiempo casi parado, contemplar arquitectura rural que ha permanecido así durante años y a la que el reloj ha respetado. Un pueblo único, rodeado de prados y bosques de robles, que además está perfectamente conectado con diversas rutas senderistas pirenaicas que por aquí pasan, como la GR10, que propone cruzar la cordillera desde Hendaya hasta Arrens, en Girona.

Foto: iStock

AINHONA y sus paisajes

Caseríos, verdes prados, ganado pastando al aire libre… Es difícil sin mirar a las señales de la carretera donde acaba el País Vasco francés y empieza Navarra. Algo así ocurre en Ainhoa, último pueblo de Francia en la carretera D20, una de las muchas que cruzan distintos pasos pirenaicos, en este caso para llegar a Dantxarinea. Detenerse en Ainhoa es descubrir tiempo casi parado, contemplar arquitectura rural que ha permanecido así durante años y a la que el reloj ha respetado. Un pueblo único, rodeado de prados y bosques de robles, que además está perfectamente conectado con diversas rutas senderistas pirenaicas que por aquí pasan, como la GR10, que propone cruzar la cordillera desde Hendaya hasta Arrens, en Girona.

 

Sare
Foto: Shutterstock

Sare entre trenes y museos

Este pequeño pueblo se encuentra rodeado por majestuosos paisajes montañosos y frondosos bosques que conforman el telón de fondo perfecto para una panorámica perfecta. Sin embargo, pese a este exuberante entorno, el centro de atención en Sare es su iglesia del siglo XVII, una obra maestra arquitectónica que domina la plaza principal con su elegancia sobria.

El tren de Larrún, como se ha castellanizado y popularizado este nombre, no solo está museizado. También se ha transformado en un atractivo más del País Vasco francés ya que no es solo un viaje en el tiempo, también en altitud ya que alcanza los 905 metros de altitud, coronando la montaña de La Rhune. El viaje en sí mismo es una aventura inolvidable, ya que los pasajeros son transportados a través de un paisaje pintoresco y exuberante. Los bosques de hayas y pinos, así como la flora y fauna autóctonas, crean un escenario natural impresionante.

Una vez en la cima, a una altitud de 905 metros sobre el nivel del mar, los viajeros son recompensados con vistas panorámicas espectaculares. Desde este punto, se pueden admirar las costas atlánticas y las imponentes cumbres de los Pirineos en su máxima expresión. La experiencia es especialmente impresionante al atardecer, cuando el sol se pone sobre el horizonte y tiñe el cielo de colores cálidos y dorados. Antes (o después) espera el museo en el que se explica la pericia técnica que permitió la construcción de este prodigio.