La abadía del agua
Límpida y milagrosa, el agua brota a borbotones salpicando el rosetón tallado en la piedra de la fuente de San Sicario. Las supuestas virtudes curativas de estas aguas atraen desde tiempos inmemoriales a peregrinos y curiosos hasta la abadía de Brantôme, el recinto sacro en el que se halla la fuente y que a principios de mayo celebra la fiesta de «Saint Sicaire». Brantôme, asentada a orillas del río Dronne, es una localidad inmejorable para empezar un viaje por el Perigord, una región de relieve esculpido por ríos que se encauzan entre bosques y viñedos, con pueblos encaramados en lo alto de acantilados y conjuntos excavados en la propia roca, como la abadía de la milagrosa fuente.
Un río vertebrador
El departamento de Dordoña abarca desde 1790 el antiguo condado de Périgord. Hasta su anexión a la corona de Francia en el siglo xvii la lengua predominante aquí era el occitano, idioma que se extendía hasta los Pirineos y la Provenza. La imposición del francés casi acabó con una lengua que en la actualidad solo conoce el 9,5 % de la población del Périgord, unas 40.000 personas. Cada mes de julio tiene lugar la Felibrejada o Félibrée –Eymet acogerá la próxima edición, pospuesta a 2022–, una fiesta impulsada en 1903 por Frédéric Mistral y el movimiento literario Félibrige para la protección y promoción de la cultura occitana.
Raíces históricas en Périgueux
Al orgullo por sus raíces lingüísticas, los périgourdins suman un rico patrimonio monumental. Tres de sus ciudades ostentan el sello «Ciudad de Arte y de Historia» otorgado por el Ministerio de Cultura francés: Sarlat-la-Canéda, Bergerac y Périgueux, la capital de Dordoña. Unos 25 km al sur de Brantôme, Périgueux es una etapa indispensable para descubrir el Perigord más histórico y artístico.
Bajo un sol tímido de mediados de primavera, dos peregrinos se apresuran a alcanzar la plaza del Claustro de Périgueux a través de una maraña de calles renacentistas y pasajes medievales. El peso de las mochilas marca el ritmo de cada uno de sus pasos hacia la catedral. Desde su mención en la Guía del Peregrino del siglo XII, el templo dedicado a san Frontis constituye una parada importante en el Camino de Vézelay o Via Lemovicensis, una de las cuatro rutas francesas a Santiago de Compostela.
Bajo el influjo de la Catedral
Declarada Patrimonio Mundial por la Unesco, la catedral de Périgueux es un edificio imponente. Su campanario despunta por encima de cinco cúpulas bizantinas que se recortan en el cielo brumoso. Su majestuosa apariencia se debe a la restauración dirigida por el arquitecto Paul Abadie, quien más tarde se inspiraría en este templo para diseñar la Basílica del Sagrado Corazón de París.
Una angosta escalera cincelada en la roca desciende tanto a las criptas como a la cueva situada en los cimientos del ábside, que fue hallada en 1872 durante las obras de Abadie. En esta gruta vivió como ermitaño san Frontis, evangelizador del Perigord que difundió la palabra de Cristo en la ciudad romana de Vesunna, los vestigios de la cual son aún perceptibles en el sudoeste de Périgueux. La leyenda cuenta que san Frontis expulsó a los demonios –hay versiones que hablan de un dragón– de la Tour de Vésone, vestigio de un templo romano del siglo II; el golpe que asestó con su bastón dejó la emblemática brecha de la torre.
Foto: Musée Vesunna
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Orígenes romanos
Las paredes de vidrio del moderno Museo Vesunna ofrecen al visitante un panorama encantador hacia la torre, mientras este pasea entre las ruinas de una domus romana ricamente decorada con frescos y mosaicos. Obra del arquitecto Jean Nouvel, el edificio custodia una extensa colección de objetos, desde jarras y esculturas hasta estelas funerarias. En sus inmediaciones se halla el Jardin des Arènes, una sensacional área verde que ocupa el espacio del antiguo anfiteatro romano. Su forma elíptica abraza un parque de tilos, bojes, tejos, acebos y abetos, con un estanque y tranquilos senderos. Completan el barrio galorromano los restos de la muralla, sobre la cual se erige el castillo Barrière, edificación del siglo XIII.
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La fortificación rural es bella
De la misma época data la abadía fortificada de Coly Saint-Amand, a algo menos de una hora de Périgueux. Con poco más de 600 habitantes, este núcleo de calles empinadas y viviendas ocres con tejado de piedra es uno de los diez «pueblos más bonitos de Francia» que hay en el Perigord. Y lo es, entre muchas cosas, por su santuario románico, cuya estructura defensiva rememora la Guerra de los Cien años, pues entre 1337 y 1453, ingleses y franceses se disputaron ferozmente este territorio, que cambió de manos en varias ocasiones. Sus robustas formas particularmente geométricas albergan un interior rústico, construido con la piedra dorada de la zona.
En las afueras del pueblo un circuito señalizado muestra algunas de las actividades tradicionales de Coly-Saint-Amand: bancales de cultivo, un secadero de tabaco y otro de nueces, y también una trufera pedagógica o truffière pédagogique donde el visitante puede descubrir la simbiosis entre las raíces de los robles y la aromática trufa, el diamante negro del Périgord. Durante los días de invierno en los que se cosecha el preciado hongo, ciertos mercados de Dordoña se impregnan de su particular aroma a tierra, sotobosque y humus, exaltado por una ligera esencia de frutos secos tostados.
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El diamante negro del Périgord
El ingrediente más especial –y caro– de los guisos, tortillas, ensaladas, carnes e incluso helados del Perigord tiene un aspecto poco apetecible, crece bajo tierra y se recolecta con la ayuda de perros (lo más habitual) y cerdos adiestrados o de una mosca muy concreta. La Tuber melanosporum o trufa negra del Perigord es una de las cuatro especies de este preciado hongo, cuyo cultivo, recolección, venta y uso gastronómico se ha convertido en una sofisticada técnica. El Ecomuseo de la Trufa en Sorges explica los aspectos científicos en torno a un producto delicado, que solo prospera en ciertos suelos calcáreos, situados entre los 40 y los 47º N y favorecido por un clima cálido con estaciones bien marcadas. Para entender la complejidad del cultivo de la trufa hay que conocer su ciclo: nace en abril, crece en julio y agosto, y está lista para recolectarse a partir de noviembre.
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La prehistoria en Lascaux
Coly-Saint-Amand se sitúa en la Vallée de la Vézère, conocida como el Valle del Hombre por albergar entre sus llanuras y cavidades rocosas hasta 15 yacimientos arqueológicos inscritos en la lista del Patrimonio Mundial de la Unesco. Entre ellos, la cueva de Lascaux, denominada la Capilla Sixtina de la Prehistoria por sus finas representaciones de animales (caballos, uros, felinos…) pintadas en la roca. Cuatro adolescentes la iluminaron con sus candiles por primera vez en 1940 y, tras dos décadas de visitas, en 1963 el nivel de dióxido de carbono era tan elevado que la cueva tuvo que cerrarse al público. En las cercanías, el Centro Internacional de Arte Rupestre alberga una réplica idéntica de la cueva con los frescos reproducidos al detalle. La sensación es extraordinaria: los tonos ocres de la roca y los finos trazos negros, rojizos y dorados de las pinturas transportan más de 20.000 años atrás en el tiempo, cuando la Sala de los Toros, el Panel de la Vaca Negra y el Friso de los Ciervos acababan de ser pintados por el Homo sapiens.
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Todo lo que puede dar de sí una roca
El valle del Vézère cuenta con una treintena de cavidades decoradas con frescos del Paleolítico, así como una serie de pueblos trogloditas que, como La Roque Saint-Christophe, han sido habitados durante siglos. A 15 km de Lascaux, el conjunto de La Roque Saint-Christophe alberga viviendas, una iglesia, una cuadra y un calabozo, entre otras edificaciones. Excavado en una pared de piedra caliza de hasta 1 km de largo y 80 m de altitud, el enclave ofrece una sublime vista sobre el río Vézère, al pie de cuyas aguas se alza el acantilado. La visita descubre también una colección de maquinaria de construcción medieval, la reproducción de una cocina del año 1000 y una doble sepultura fechada de la Edad del Bronce.
Deambulando entre los diferentes espacios comprendemos mejor su disposición interior y la vida cotidiana en el pueblo. Antaño, las escaleras talladas en la roca funcionaban a modo de calles comunicando los diferentes niveles y alturas. Los hugonotes encontraron refugio en estas casas, que fueron destruidas y abandonadas en 1588 durante las Guerras de Religión entre protestantes y católicos.
La medieval Sarlat-la-Canéda
Verdadera perla cultural, la ciudad de Sarlat-la-Canéda presume de una remarcable densidad de monumentos históricos: 66 a lo largo y ancho de sus 11 hectáreas. Localizada a unos 30 minutos en coche de La Roque Saint-Christophe, esta ciudad del sudeste del Perigord basó durante siglos su economía en una tradición de ferias y de mercados que atrajeron fortunas. Su prosperidad se refleja en las calles, flanqueadas por edificios románicos y góticos erigidos durante la Edad Media y soberbios palacios que muestran la elegancia del Renacimiento.
En el Manoir de Gisson, una torre hexagonal anexa un primer edificio del siglo XIII a un segundo pabellón del XV. Cada una de sus habitaciones muestra una cuidada decoración de mobiliario de época, incluidos los sótanos. Bajo los techos abovedados de estos últimos se aloja un gabinete de curiosidades, típico de la Era de los Descubrimientos, donde los señores de la casa exponían sus colecciones de objetos exóticos (un penacho indio, un caimán disecado…), traídos de los cuatro confines del globo terrestre por navegantes y aventureros franceses.
Por las calles del casco antiguo
Vagando por los pasajes estrechos y las calles empedradas de Sarlat-la-Canéda se alcanza la iglesia de Santa María, del siglo XII. Tras sus puertas de acero de más de 15 m se suceden hoy puestos de productos locales (castañas, nueces, foie gras...). Desacralizado durante la Revolución francesa, el templo gótico fue transformado por Jean Nouvel en un mercado cubierto en 2001. Anteriormente, una panadería, una fábrica de salitre, una tienda de carbón e incluso una oficina de correos ocuparon el recinto. Hoy día, su campanario disimula un ascensor panorámico cuyas paredes de cristal ofrecen una hermosa vista sobre los tejados gris azulados de la ciudad.
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El Valle de los Cinco Castillos
Al sur de Sarlat-la-Canéda se despliega el Valle de los Cinco Castillos. El amor, la pasión y la devoción envuelven el castillo de Milandes desde que François de Caumont encomendase su construcción en 1489. El noble francés ofreció a su esposa esta maravilla arquitectónica como una elegante alternativa al sobrio castillo de Castelnaud, en el cual estaba instalada la familia.
De apariencia renacentista, la fachada del Château de Milandes –en la imagen–presenta elementos góticos, como gárgolas, mientras que el interior se sumerge en un baño de luz que penetra a través de imponentes vitrales. En la planta baja deslumbra un mosaico con el escudo de armas de la familia Caumont (tres leopardos dorados sobre un fondo azur) que agregó en 1950 la propietaria más distinguida del castillo: Joséphine Baker, apodada «la diosa de ébano». El dominio alberga hoy un museo sobre la vedette americana que le ha valido el reconocimiento de Maison des Illustres, otorgado por el Ministerio de Cultura. Entre un cuarto de baño art déco y una sala con una imponente chimenea, descubrimos objetos personales de Baker, desde elegantes vestidos a su uniforme militar y la medalla de la Legión de Honor conseguidas por haber colaborado con la Resistencia durante la Segunda Guerra Mundial.
Tras el rastro de Cyrano
Otro ilustre périgourdin de adopción es sin duda Cyrano de Bergerac, el personaje de nariz descomunal y lengua perspicaz creado por Edmond Rostand, en su obra de teatro de finales del siglo XIX. El autor se inspiró en la biografía del escritor Hercule- Savinien Cyrano, nacido en París en 1619, pero que adoptó el nombre de Bergerac por la propiedad que poseía su familia en ese municipio. Segunda ciudad de Dordoña en tamaño, Bergerac dedica dos estatuas a Cyrano, así como un itinerario cultural.
Siguiendo los pasos del poeta espadachín el visitante pasa por los rincones más emblemáticos de esta ciudad del sur del Perigord, rodeada de viñedos y surcada por las aguas del río Dordoña, la fuente de su prosperidad pasada y presente. Precisamente en el puerto fluvial comienza nuestro recorrido. El Quai Salvette ofrece un magnífico punto de vista para divisar el paso de las gabarras, barcos tradicionales de fondo plano que antiguamente recorrían el río Dordoña cargados de toneles del vino que se producía en la Auvernia y el Perigord y alcanzaban Burdeos. De uso turístico en la actualidad, son un excelente medio para descubrir el entorno natural del río.
Fincas vinícolas en el Pays de Bergerac
El circuito por Bergerac prosigue alrededor de edificios remarcables, como el molino harinero del siglo XVIII, la central eléctrica de finales del XIX o el Claustro des Recollets, de principios del XVII. Este último fue erigido con la voluntad de reavivar la fe católica en una ciudad en la que el calvinismo se había acomodado tras las Guerras de Religión. Su espléndido patio de paredes de ladrillo, balcones de madera y columnas de piedra alojó hasta la Revolución Francesa a una comunidad franciscana. Hoy en día este antiguo recinto monacal acoge la Maison des Vins-Quai Cyrano, una oficina de turismo en la que es posible degustar las trece denominaciones de origen que se elaboran en el Pays de Bergerac. Sobre estas líneas a finca vinícola del Château de Monbazillac.
Aunque los franceses son grandes amantes de esta región, los británicos figuran entre sus principales visitantes. Seducidos por los paisajes, el clima temperado, la gastronomía y la douceur de vivre de Dordoña, regresan pacíficamente a la tierra en la que combatieron sus ancestros. La disputa entre ingleses y locales se centra ahora en quién será el primero en reservar una mesa para disfrutar de un buen vino bajo el sol del Perigord.
