salvando el mediterráneo

El pescador toscano que logró recuperar (y ahora enseña) el mar de su infancia

El activista Paolo Fanciulli propone faenar con él y descubrir el museo submarino que ha creado como parapeto frente a la pesca de arrastre.

A primera vista el plan puede parecer sencillo y apetecible. Convertirse en un pescador artesano de la Toscana y pasar el día navegando por su costa en una barca tradicional, recoger las redes poco a poco, poner nombre a los peces atrapados, muchos de ellos ya imposibles de encontrar en los mercados. Después cocinarlos con aceite y romero según las indicaciones del patrón,  que ha faenado toda su vida en ese mar. Finalmente degustarlos en el jardín de este pescador en su pueblo, Talamone, entre vino espumoso y bambini jugando.

 

La experiencia se torna aventura si ese hombre es Paolo Fanciulli (62 años), una celebridad en esta región ubicada a menos de dos horas de Roma. El mar en torno a su pueblo es una pequeña burbuja de vida que él ha recuperado a pulso en tres décadas de lucha contra los barcos industriales de arrastre y hasta la mafia. Incluso ha levantado un museo submarino de esculturas entre las que ahora se puede bucear rodeado de floreciente posidonia.

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Paolo Fanciulli

Foto: Lars Jacobsen

MARINO POR UN DÍA EN LA TOSCANA

Al subir a “La Sirena”, el barco de Paolo Fanciulli, desaparecen los cargos y las biografías. Da igual que se sea un acaudalado CEO romano, un cargo político francés, una aristócrata británica. Sin hablar una palabra de inglés, este hombre recio, de pelo rubio y ojillos azules pone a todos en acción. Hay que ayudar a sacar la nevera donde irán las capturas, llenarla de hielo, echar una mano en la recogida de las redes, deshacer con tesón los enredos…

 

Hoy se ha formado en ellas un tremendo embrollo. “¡Dio mio!”, grita Paolo. “Una morena ha intentado comerse los pescados y se ha quedado atrapada ella también”, explica. Y acto seguido saca a la culpable, una especie de brillante culebrilla verde oliva, y la despelleja allí mismo sin miramientos, como quien monda una naranja. 

 

Paolo tiene tatuado cada gesto. Es ante todo pescador, como su padre. A los nueve años empezó a navegar con él. Y por eso su ecologismo es el del pragmatismo y la experiencia. Recuerda en su infancia redes rebosantes de peces que fueron menguando durante su adolescencia con la llegada de los grandes pesqueros de arrastre. “Rastrillan el fondo de manera indiscriminada”, explica, “es como quemar un bosque para cazar una sola presa”. 

Talamone
Foto: Lars Jacobsen

Las redes de “La Sirena”, las que ahora retira con la ayuda de sus viajeros, no tocan el fondo y lo que atrapan se filtra después cuidadosamente, como marca la pesca sostenible. Troppo piccola”, dice de una langosta capturada. Y la devuelve al agua de un mandoble, mientras se lanza a por una salpa. “Ésta solo come algas. Dicen que su sabor es malo, pero solo hay que saber cocinarla”, cuenta y se besa las yemas de los dedos. 

 

En solo una hora, la cubierta se ha llenado de cangrejos ermitaños, alguna estrella de mar, una sepia, pescados de colores fosforitos, caracolas enganchadas en las redes y tan pequeñas como uña de pulgar. Fanciulli enseña cada ejemplar a los viajeros con orgullo antes de devolver al mar las especies protegidas o las que están en veda. 

 

El resto lo reserva para la cena de esta noche en su casa, que cocinará con su esposa Sandra. Está contento con las capturas de la jornada. Hace diez años, explica, desaparecieron prácticamente los pulpos, las sepias y la mayoría de los peces. “Questi sono il frutto del nostro lavoro” (estos son el fruto de nuestro trabajo), comenta sin falsa modestia mientras ríe. 

Talamone
Foto: Lars Jacobsen

DINAMITA, MAFIA Y CONEXIONES EN DIRECTO

De vuelta al puerto de Talamone, con los viajeros escuchando, Paolo comienza su relato. El lavoro que ha tenido que hacer para salvar el fondo marino de la costa de Talamone ha implicado a su mano derecha y a la izquierda. Y no reniega de ninguna. Cuando se dio cuenta de que en la pescadería artesanal que había montado con su primera esposa faltaba el género, decidió actuar contra los grandes barcos de pesca de arrastre que faenaban a escondidas por la noche. 

 

La costa de Talamone forma parte de un área protegida donde este tipo de prácticas está prohibido. Pero como Paolo no veía que los guardacostas actuaran, decidió arremangarse. “Reuní a unos cuantos pescadores, pusimos sirenas en los botes y nos lanzamos cada noche a hostigar a los barcos fingiendo que éramos la autoridad. A veces teníamos que lanzarnos al agua para escapar si disparaban”, explica divertido. 

Paolo Fanciulli
Foto: Lars Jacobsen

Cuentan las leyendas locales que llegaron al sabotaje con dinamita contra los barcos en aquellos convulsos años noventa. Paolo rehuye el tema y  prefiere hablar de su faceta como fugaz estrella televisiva. Conexiones en directo desde el puerto de Talamone para los informativos. Las abuelas asomadas a los balcones. Nadie en el pueblo había visto nunca tal cosa. 

 

A la mafia no le gustó el revuelo en esta zona de la Toscana de la que nadie se acuerda demasiado fuera de temporada. Temieron que atrajera más policía. Les mandaron “recados”, y muchos de los pescadores que secundaban a Paolo decidieron rendirse. “A mí la fama me protegía”, cuenta Paolo. Tuvo la suerte de que se le ocurriera por aquella época una idea mejor que el activismo a pecho descubierto. Un cerco infranqueable para los barcos de arrastre. Pero esta vez sin miedo a la mafia, ni hijos, ni frío ni sueño.  

Talamone
Foto: Lars Jacobsen

UNOS GUARDIANES DE MÁRMOL A TIEMPO COMPLETO

Los buceadores rebosan de emoción subidos a la lancha. El sol luce, el mar está azulísimo y a unos confortables 18 grados con neopreno. Al fondo despunta el perfil de la fortaleza de Talamone sobre unos riscos. Ningún edificio rompe la fotogenia. Es la Toscana sin grandes masas en la primavera tardía. Y tienen ese día una inmersión original.  

 

No hace falta descender más de siete metros para encontrarse frente a ella. Es una mujer de cara serena pero pelo airado. Sus contornos se mezclan con la posidonia que la rodea, cuentan los buceadores. Resulta increíble ver esa gran figura de mármol medio cubierta ya de verdín. Podría parecer milenaria, testigo de un mundo extinto, pero en realidad es una jovencita. 

Talamone
Foto: Lars Jacobsen

Se trata de una de las 39 esculturas de mármol esculpidas por artistas de todo el mundo, repartidas por la costa de Talamone para evitar que los barcos de arrastre puedan operar. El museo, bautizado como La Casa dei Pesci, fue sumando esculturas poco a poco entre 2015 y 2020. Otras doce esperan para unirse al conjunto de forma inminente. Todas esculpidas gracias a las donaciones del propietario de la cantera de Carrara, de donde sacaba Miguel Ángel el mármol. “Yo al principio utilizaba bloques de puro hormigón”, ríe Paolo. “Esto es, sin duda, más bonito. Y ya hay empresas especializadas en buceo en Talamone para ver las esculturas”. 

Talamone
Foto: Lars Jacobsen

LA PESCA DE ARRASTRE, UN PROBLEMA GLOBAL

La experiencia de Paolo atrae turistas a Talamone, pero también a otros activistas que buscan inspiración en su lucha contra el efecto depredador de la pesca de arrastre. “En la Unión Europea sólo un 12 por ciento del mar forma parte de áreas protegidas, como ocurre con la zona de Talamone. Pero de éstas sólo se vigila con efectividad el uno por ciento. Los barcos de arrastre operan en ellas porque hay más vida, consiguiendo el efecto opuesto al deseado”, explica Nicolas Fournier, responsable de campañas de la ONG Oceana.

 

“La historia de Paolo es muy valiosa para visibilizar el deterioro de nuestro fondo marino, un problema global silencioso”, explica Gina Lovett, responsable de iniciativas ambientales de Patagonia. La organización sostiene el proyecto de Fanciulli y le ha dedicado un documental dentro de una campaña mundial que lleva años concienciando sobre el papel vital de los océanos en la vida en la Tierra. También contra el cambio climático: entre el 50 y el 85 por ciento del oxígeno que se libera a la atmósfera proviene de ellos y no de la vegetación terrestre. “De cada bocanada de aire que respiramos, una al menos se ha gestado en el mar”, concluye Lovett. “Hay que implicar al público y a los consumidores”. 

Talamone
Foto: Lars Jacobsen

COMER PESCADO DE VERDAD

En la casa de Paolo se come pescado a todas horas, con placer y sin remordimientos. Ni grandes alardes culinarios, porque no hacen falta. Esta noche, para sus viajeros, Sandra y Paolo han preparado unos antipasti de pescado crudo, suave y a la vez carnoso en la boca. Paolo ha limpiado la parrilla y la ha untado con aceite de oliva y romero, como lleva haciendo desde niño. Y Sandra, que es colombiana, ha añadido toques de ají para darle aún más gracia. 

 

De plato estrella tienen un guiso de sepia con patatas y legumbres. Es una de las recetas favoritas de Paolo porque la hacía su madre. Es fácil coincidir con él saboreando esa sepia tierna que no parece compartir parentesco con la de los supermercados. Alguna vez cocinan este plato con pulpo, aunque esta especie resulta escasa todavía en Talamone. “Mi sueño es colocar miles de ánforas por el fondo marino donde los pulpos puedan esconderse y reproducirse”, explica Paolo. Podría haber resultado fantasioso al comienzo de la jornada. Tras pasar el día con él, todos en la mesa saben que lo hará.