Cuando las montañas del Pirineo han desaparecido en la oscuridad, el fotógrafo se encuentra en el observatorio astronómico del Pic du Midi de Bigorre, a 2870 metros en el corazón de los Pirineos. Por su espíritu creador ha elegido estar aquí a las dos de la madrugada, en pleno invierno, cuando el frío muestra sus dientes de lobo, en busca de una luz que rescate tan inmenso panorama. Como un licántropo, su cuerpo parece delatar el comienzo de una metamorfosis bajo el poderoso influjo de la luna, mientras en absoluta soledad recibe toda la energía del universo. Confundido en la noche iluminada ya no sabe si habita otro planeta, o se encuentra sobre una nave nodriza preparando la cámara para su particular guerra de las galaxias.
Construir la imagen que va imaginando le requerirá toda su entrega, pero, valiente, ha concebido un plan que no puede fallar. Tras tomar el último teleférico para fotografiar el ciclo de la luna sobre las montañas, dormirá un par de horas en el mismo observatorio y estará listo también para retratar el amanecer. ¡Que la fuerza le acompañe!
Curiosamente, la luna siempre aparece asociada a dos extremos, amor o locura. Según esto, el fotógrafo sería más bien un lunático, porque no hay otra alma en este espacio deshabitado, y él necesita en su empeño un modelo que humanice y dote de emoción a la escena.
Tratando de encontrar otra presencia en la noche glacial, va entrando en un estado de ensoñación… La gigantesca antena del observatorio se le antoja como la nave Apolo lista para escapar del planeta Ómicron hacia la luna, donde la huella que Aldrin dejo en 1969, se convirtió en una de las fotografías más icónicas de la historia. En 1865, un siglo antes de que esa quimera se hiciese realidad, Julio Verne ya había realizado ese viaje en su libro De la tierra a la luna, sin ponerse límites porque nada es imposible, como esta foto largamente planificada.
Por eso sigue allí, solo y en la tierra, y debe asumir decisiones; opta por convertirse en su propio modelo. Sitúa sobre el trípode su cámara cómplice y dispone el disparador en retardo, para iniciada la cuenta atrás, correr y situarse dentro del encuadre donde aguantar la larga exposición temblando. Su cámara es su compañera de juegos, mientras salta y sueña… como quien está en la luna. Y aunque su cuerpo le pide irse al interior cálido, repite la foto una y otra vez sin importarle el frío, igual que un niño que nada entre las olas y aun tiritando, no quiere salir del mar de tanta felicidad.
Y así, bañado por esa luz cósmica, es cuando el fotógrafo asiste a una revelación: la imagen se convierte en un autorretrato, que, más allá del selfie anodino, está hablando de sí mismo, de su manera de vivir a través de la fotografía y de cómo en su búsqueda, ha encontrado una nueva experiencia única y vital que justifica todo su esfuerzo. Sin esa motivación, sin esa manera de dar sentido a la existencia, nunca hubiese aparecido esta imagen que solo estaba en su mente, cuando en las noches le hacían soñar las palabras del mexicano Francisco Tario: “La luna, rosada, alta, era una extraña perla suspendida misteriosamente sobre el mundo…”
Ingredientes:
Clave en esta fotografía es la doble exposición:
- Para la escena: zoom 17-40 en 19 mm, 30 segundos, F5, ISO 800
- Para la luna: zoom 80-200 en 200 mm, 1/200, F5, ISO 800
Elaboración:
La luna llena refleja alrededor de un 12% de la luz solar. El Pirineo nevado, a su vez, se convierte en otro gigantesco reflector que la rebota. Pero todo ello resulta insuficiente para que una cámara recoja la escena iluminada, por lo que se impone una larga exposición. Con los diez segundos que le permite el disparador automático, el fotógrafo corre para situarse igual que un actor y posar estático durante treinta segundos, el tiempo de exposición para conseguir el milagro. Una duración absolutamente excesiva para la luna brillante, que inevitablemente se quema.
Sin ser Julio Verne, es posible pronosticar que un día llegarán las cámaras capaces de captar la luz exacta de la escena con un solo “clic “. Mientras tanto, con Photoshop combinaremos ambas imágenes para señalar la luna, aunque siempre habrá quien prefiera mirar el dedo, como ya apuntó Confucio. Corramos el riesgo.
Retoque y Emplatado
El montaje para condiciones de luz adversas ya se hacía en el revelado químico. Ahora es mucho más sencillo y esta es una de las formas:
- Revelar los dos archivos, la luna y la escena.
- En Photoshop, mediante capas, colocar ambas imágenes en un solo documento.
- En la máscara de capa, con la ayuda del pincel y colores blanco y negro por defecto, borrar y rescatar lo que sea necesario de cada una.
- Jugar con la opacidad para que todo sea más natural.
- Acoplar la imagen finalmente.