A Eslovenia conviene entrar por mar. Y aunque hoy pueda parecer extraño dada su fama como destino de montaña, no fue así hasta mitad del siglo XVIII, cuando costaba mucho menos atravesar el Mediterráneo en barco que los Alpes a pie, y este litoral albergaba algunos de los puertos más importantes del Adriático. Así, emulando a los viejos navegantes, se puede desembarcar en Koper, Izola o Piran, tres localidades que se reparten armónicamente los 46 km de esa costa eslovena que se estruja entre las fronteras de Croacia e Italia.
Solo poner pie en tierra se hace evidente la inmensa influencia italiana. Y es que esta zona estuvo sometida al poder de la Roma imperial, pero sobre todo al de la república de Venecia durante más de 500 años. Leones de San Marcos, campaniles y palacios de color pastel son la tónica habitual en estas poblaciones mediterráneas, cuyos habitantes hablan con fluidez el italiano y el esloveno.