En verde

De Piran a Liubliana: ruta por los paisajes de Eslovenia

Desde las ciudades venecianas del Adriático hasta los Alpes Julianos, el viaje por este país de leyenda descubre maravillas naturales a cielo abierto y un fantástico mundo subterráneo.

A Eslovenia conviene entrar por mar. Y aunque hoy pueda parecer extraño dada su fama como destino de montaña, no fue así hasta mitad del siglo XVIII, cuando costaba mucho menos atravesar el Mediterráneo en barco que los Alpes a pie, y este litoral albergaba algunos de los puertos más importantes del Adriático. Así, emulando a los viejos navegantes, se puede desembarcar en Koper, Izola o Piran, tres localidades que se reparten armónicamente los 46 km de esa costa eslovena que se estruja entre las fronteras de Croacia e Italia.

Solo poner pie en tierra se hace evidente la inmensa influencia italiana. Y es que esta zona estuvo sometida al poder de la Roma imperial, pero sobre todo al de la república de Venecia durante más de 500 años. Leones de San Marcos, campaniles y palacios de color pastel son la tónica habitual en estas poblaciones mediterráneas, cuyos habitantes hablan con fluidez el italiano y el esloveno.

 

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Piran

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Piran, la ciudad que se asoma al Adriático

Si de las tres ciudades hubiera que escoger solo una, esta sería la bella Piran, cuyas casas se apiñan –como en tantos otros enclaves del Adriático– sobre una península que se asoma al mar sin vértigo. El paseo más completo arranca en ese puerto mercantil de época medieval y  cruza la gloriosa plaza dedicada al compositor y violinista local Giuseppe Tartini (1692–1770) para después afrontar la subida hasta las murallas o hasta la muy veneciana catedral de San Jorge. Con un exterior en blanco y sin grandes artificios decorativos, la seo casi pasa desapercibida junto a ese campanario que se lleva todas las fotos y que, como era habitual en la Italia renacentista, se construyó separado del resto del conjunto. Desde lo alto de esta magnífica torre casi se vislumbra dónde empieza y dónde acaba la breve costa eslovena.

Eslovenia gastronomía. Gastronomía

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Gastronomía arraigada al territorio

Hasta Piran, Koper e Izola acuden los eslovenos de interior –casi todos los habitantes de este país son «de interior»–, cuando necesitan una dosis de mar. Buscan Adriático en su forma paisajística pero sobre todo en su versión culinaria, con todas esas recetas marineras que tanto gustaban a los nobles venecianos y que ahora se sirven en restaurantes con el cartel de slow food colgado a la puerta. La cazuela de gambas alla busara, la más mediterránea de las recetas eslovenas, es siempre una buena elección. Y también lo es el pescado a la sal, ese bien mineral que en el pasado valía casi tanto como el oro. Todavía se extrae de las históricas salinas de Piranske, hoy protegidas dentro del Parque Natural de Secoveljske Soline. En sus dominios hay pilas y pilas de sal secándose al sol y antiguas cabañas de trabajo, además de bandadas de flamencos, ánades, ardeidos y estérnidos, aves comunes en los ambientes salineros.

Goriška Brda

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Goriška Brda entre viñedos

Desde aquí hay la opción de conducir hasta la región vitivinícola de Goriška Brda por la carretera H5/E70, que entra y sale de Italia y sigue la frontera como quien hilvana los bajos de un pantalón. Muchos dirán que Goriška Brda se asemeja a la Toscana y, aunque esa afirmación no es del todo cierta, en algo la recuerdan sus colinas tapizadas de viñedos, sus aldeas medievales en un alto –como la bella Šmartno– y ese clima típicamente mediterráneo que cubre de nieblas las mañanas. Aquí hay que degustar sus caldos, unos blancos elaborados con uva rebula o los muy distintivos «vinos naranjas». Se tarda poco en descubrir que, a pesar de vivir a la sombra de sus vecinos italianos, los vinos eslovenos también merecen los premios internacionales que reciben.

Postojna

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Postojna, la cuna del karst

De regreso a Piran existe la posibilidad redirigir la ruta y adentrarse –literalmente– en la vecina región del Karst, cuya toponimia viajó por el resto del mundo para describir todos los paisajes calcáreos con un subsuelo modelado por la erosión del agua. Fue el geógrafo serbio Jovan Cvijic quien tras visitar este enclave en 1893 daría nombre a todos los karst del planeta. La zona se ha explorado desde entonces y ya se han contabilizado más de 8000 grutas. La más extensa es la de Postojna, por cuyo interior circula incluso un tren.

La cueva de Skocjan

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La cueva de Skocjan

La cueva de Skocjan, que no es la más visitada ni tampoco de las mayores, presume de algo que otras no tienen: su mundo subterráneo está incluido en la lista Ramsar de humedales de valor ecológico con importancia internacional, es Reserva de la Biosfera por la Unesco y pertenece a la Red Natura 2000. Entre los responsables para que el complejo subterráneo recibiera semejantes honores, están algunas especies troglobias como el olm (Proteus anguinus), un extraño anfibio de piel traslúcida que en el pasado se asoció a los míticos dragones. Esa similitud, por supuesto, se sigue utilizando hoy como reclamo turístico.

Lipica

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Los caballos de Lipica

El Karst esloveno abarca profundos cañones y cavidades en los que la vista se precipita al abismo desde la seguridad de pasarelas y puentes. Pero también es un paisaje de lagos que van y vienen –el agua se filtra y forma arroyos subterráneos– y campiñas donde pastan los caballos al sol. Equinos que, por cierto, no son cualquier cosa. La localidad de Lipica es el centro de cría de los prestigiosos caballos lipizzanos. Su granja primigenia fue fundada por los Habsburgo en el siglo XVI para abastecer a la corte imperial en Viena, cuando Eslovenia formaba parte de los extensos dominios austrohúngaros.

Predjema

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Las indispensables Predjema y Stanjel

Esta región de relieve kárstico tiene numerosos rincones con encanto. Para empezar, el castillo de Predjama, una impactante fortaleza encajada a martillo en una oquedad que se ramifica en kilómetros de grutas; y la vertiginosa localidad de Stanjel, fortificada en lo alto de una colina. Tras la visita de estos dos famosísimos enclaves, hay que conducir al azar y así descubrir pueblecitos que no aparecen en ninguna lista de «los diez mejores...». En ellos se siguen labrando los huertos y elaborando embutidos como antaño, curados al aire, a merced de esa implacable burja que da miedo cuando sopla. Las tascas sirven platos de jamón (kraški pršut en esloveno) y panceta, acompañados de Teran, un vino local que aquí no es naranja sino tinto, y con una graduación que aconseja dejar el coche aparcado.

Soca

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Un edén en el río Soca

Impregnados del magnetismo del Karst, ponemos rumbo norte hacia la región de Nova Gorica. Los viñedos acompañan a lo largo del camino a través del valle de Vipava, cuya toponimia –aunque no la comprendamos– alude a la presencia de numerosos bosques (gozda), castillos (grad) y ríos (reka), como el caudaloso Soca. Por cierto, si antes no se fue a la zona vinícola de Goriška Brda, desde aquí hay una segunda oportunidad de desviarse hacia allá.

Dicen los eslovenos que el Soca es el río más puro que existe. Y debe de ser cierto a juzgar por la increíble transparencia de sus aguas, pero también porque su valle fue la primera región del país en recibir el reconocimiento internacional EDEN (European Destinations of ExceleNce) por su apuesta por el desarrollo del turismo sostenible. El Soca impresiona con su color de aguas caribeñas y el verdor vegetal que se mira en sus aguas, pero bajo su bello aspecto se esconde toda una fiera a la que no hay que subestimar. El más bravo de los ríos del país es frío, rápido, poderoso y hasta él llegan aficionados de todo el mundo para la práctica y la competición en deportes como el kayak, el ráfting o el hydrospeed.

Queso

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La tradición quesera

Hay que ir remontando el curso fluvial para comprobar que el resto del relieve alpino en esta zona tampoco es manso y seguramente no puso las cosas fáciles a quienes decidieron vivir aquí en el pasado. Un relativo aislamiento durante siglos propició que los aldeanos aprendieran a sacar partido de todo lo que la naturaleza les ofrecía. Algunas prácticas sobreviven hoy en día, como la elaboración de miel –atención a sus colmenas históricas, pintadas de vivos colores– y de bovški sir, un queso de oveja cuya producción se remonta al siglo XII. Este último se deja degustar mejor solo, a palo seco, sin vinos ni aguardientes que enmascaren su intenso y picante sabor.

Kobarid

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Kobarid y la historia de la Primera Guerra Mundial

En Kobarid toca hacer parada y fonda para conocer la historia bélica de estas montañas durante la Primera Guerra Mundial, un periodo que Ernest Hemingway retrató en su novela Adiós a las armas, basada en su propia experiencia en el frente de Isonzo como jovencísimo conductor de ambulancias. Por entonces la frontera entre Italia y el Imperio austrohúngaro la marcaban los Alpes Julianos, una de las regiones que registró las batallas más duras. Los combates tuvieron lugar en zonas que superaban los 2000 m de altitud, en un entorno más que hostil –especialmente en invierno–, en el que los soldados se las tuvieron que ingeniar no solo para sobrevivir al enemigo, sino también al viento, al frío y a la nieve. Pero el destino sería implacable y acabarían muriendo unos 500.000 hombres en estas montañas. No fue el caso de Hemingway. Sus fotos herido en el hospital forman parte de la colección del Museo de Kobarid, donde comparten espacio con toda suerte de munición, uniformes, material de supervivencia en montaña e incluso lápidas.

Kranjska Gora

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Rumbo a Kranjska Gora

En Kobarid ya se respira Alpes. La sensación de altitud todavía se acentúa más carretera arriba, en Bovec –situada justo en el límite del Parque Nacional Triglav– y más aún si seguimos hasta Kranjska Gora por la carretera 206 a través del paso de Vršic. Es un puerto de montaña asombroso que obliga a poner tanta atención a las curvas como a los paisajes envolventes de estos Alpes Julianos, que no por ser más bajos que el resto pierden en espectacularidad.

Triglav

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Triglav nunca decepciona

Eslovenia cuenta con 66 reservas naturales, 34 parques paisajísticos y 3 parques regionales, pero es el Parque Nacional Triglav el que todos los eslovenos llevan en el corazón. Por ese motivo seguramente la montaña de tres picos que da nombre a la reserva, la más alta del país, también aparece en el escudo de la bandera eslovena. La zona de influencia del Triglav son cumbres nevadas, refugios no guardados que ofrecen un cobijo austero, sendas que besan el precipicio, gargantas de verticalidad húmeda y cabras salvajes que salen al paso cuando el caminante menos se lo espera. Pero esta también es tierra de pastores y agricultores que han perpetuado el uso de una extraordinaria arquitectura vernácula en forma de granjas, graneros, pajares y colmenas decoradas con pinturas que elevan la apicultura a la categoría de arte.

Bled

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Las 2 'B': Bohinh y Bled

Hay en el área de Triglav, como sucede en tantos otros lugares, enclaves a los que se acerca todo el mundo y otros que incomprensiblemente muy pocos visitan. En la primera categoría encajan las localidades de Bohinj, el epicentro del alpinismo en el parque, y la famosa Bled. Esta última se ha llevado los laureles del éxito mediático no tanto porque en ella se levanta el más antiguo de los castillos eslovenos, sino porque en el siglo xv alguien decidió construir una iglesia gótica en el centro del lago. Esta vez hay que dar la razón a los folletos turísticos: la fotogenia de la iglesia de la Asunción de la Virgen resulta insuperable.

Solcava

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El paraje alpino de Solcava

También es imponente la belleza de otros rincones cercanos que no le suenan de nada a nadie. Es el caso de los valles que parten de Solcava, un paraje puramente alpino. Aquí los montones de heno, las cabezas de ganado y sus dueños viven muy al margen de los euros del turismo. Sabiendo que lo mejor es siempre lo inesperado conviene recorrer estas tierras sin haber buscado previamente demasiada información ni haber visto demasiadas fotos. Lo que verdaderamente apetece aquí es alquilarse una granja de madera y quedarse unos meses –o la vida entera– a escribir un libro y a elaborar mermeladas, sin más. Como de momento habrá que renunciar a las mieles de la vida pastoril, merece la pena dirigirse de nuevo hacia el sur rumbo a la capital eslovena, la bella Liubliana, y tratar de superar cuanto antes ese estupor que siempre provoca entrar en la ciudad tras pasar unos días en plena naturaleza.

Liubliana

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Finalmente, Liubliana

Liubliana no es una urbe apabullante, más bien lo contrario. La capital es vibrante en su justa medida, es compacta, caminable y de «terraceo» muy apetecible durante los meses veraniegos. Igual que sucede con la barcelonesa plaza de Catalunya o con la Puerta del Sol en Madrid, el punto recurrente para ir a tantos lugares en Liubliana es la plaza France Prešerenov, presidida por una estatua del famoso poeta local, referente de la literatura romántica eslovena. El pie de la escultura de bronce es un popular punto de encuentro de jóvenes y no tan jóvenes.

Liubliana

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Los imprescindibles de Liubliana

La plaza Prešerenov ejerce también de kilómetro cero para salir al encuentro de los highlights de la ciudad: a un lado se erige la colorida Iglesia Franciscana de la Anunciación, en el otro se extiende el triple puente Tromostovje y, un poco más allá, se localiza el Mercado Central. Diseñado por el arquitecto Joze Plecnik, este centro de abastos es más que un edificio, es un acontecimiento que en los días señalados se despliega por plazas, callejones y soportales junto al río. Entre sus puestos abundan todos esos elementos tan cotidianos para los eslovenos y tan exóticos para los foráneos: las calóricas poticas (rollos de frutos secos), los aceites de semillas de calabaza y los jugos de sauerkraut (col fermentada), que prometen curar toda dolencia estomacal. Ah, y también esas típicas velas funerarias de vivos colores que se venden en máquinas de vending y que más de un turista despistado ha comprado para decorar el salón o un dormitorio.

Metelkova

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Metelkova, el barrio alternativo

Desde el mercado solo hay que callejear un poco para llegar al distrito Metelkova, un sector muy del estilo de los berlineses Prenz’berg o Kreuzberg que ejerce como epicentro de la contracultura eslovena. Todo empezó cuando en un cuartel militar del antiguo ejército yugoslavo se instaló –poco después de su abandono en 1993– una nutrida comunidad artística que hizo de este recinto su centro de reunión y de expresión. Solo hay que darse una vuelta un fin de semana por la tarde para comprobar cuán alternativos, independientes (y fotogénicos) son sus innumerables rincones, ocupados hasta prácticamente el último metro cuadrado por talleres, galerías de arte y bares nocturnos.

Ljubljanica

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Ljubljanica y sus dragones

Este viaje que ha tenido tantos paisajes comenzó en el mar Adriático y hay que acabarlo en un río, el Ljubljanica, que entre sus muchos puentes cuenta con el de los Dragones. Es un lugar histórico –con una cuidada arquitectura de estilo art nouveau– y mítico a partes iguales. La parte fantástica procede de la leyenda de Jasón y los Argonautas, según la cual el príncipe griego viajó hasta este lugar donde encontró, combatió y venció al terrible monstruo que se ha convertido en el emblema de la ciudad. Actualmente el dragón de Liubliana reside en este puente –en forma pétrea–, en la torre del castillo de la ciudad y en su escudo de armas. Pero también hay quien cree verlo en forma de anfibio en las entrañas del karst esloveno.

Triglav