Ningún otro lugar en el mundo ha llegado a suscitar tan rendida admiración como esta comarca del norte de Italia, de armoniosas ciudades antaño rivales, colinas de vides y olivos dispuestos como jardines a la vera de cipreses cortavientos. Patria del Renacimiento y cuna de la lengua italiana –a través de Dante Alighieri, Petrarca y Bocaccio–, la humanista Toscana lleva siglos cautivando a viajeros de medio planeta. Y también enfermándolos del mal más sugerente, si nos atenemos al llamado síndrome de Stendhal o «vértigo ante la belleza». Florencia, la magnífica capital toscana, no eclipsa sin embargo al resto de una región monumental, que ha sabido preservar sus ciudades medievales y esos inacabables campos fértiles que decoran el fondo de las pinturas de Leonardo da Vinci (siglo XV), uno de sus hijos más geniales.
El recorrido que mejor muestra el paisaje toscano arranca en Pisa, poseedora del mayor aeropuerto regional y mundialmente conocida por su torre inclinada, construida en 1173 sobre suelo arenoso y reabierta al público en 2001 tras una labor que aseguró sus cimientos y frenó su inclinación. Esta ciudad a orillas del Arno fue república independiente desde el siglo IX hasta que, excomulgada en 1241, fue derrotada en 1406 por una Florencia seguidora del papado.
Un milagro de mármol
Andar por el espléndido casco histórico de Pisa descubre museos como el Nazionale de San Matteo, que alberga esculturas de Donatello y de los hermanos Nicola y Giovanni Pisano, un cuadro de Fra Angélico y pinturas de la escuela toscana. Aunque su gran tesoro es la plaza dei Miracoli, en cuyo blanco conjunto sobre césped se integran la torre, la catedral románica de mármoles policromos, el baptisterio gótico y el claustral camposanto medieval; los frescos de este último, el Triunfo de la Muerte, inspiraron la música de Franz Liszt a mediados del siglo XIX. Resulta emocionante ascender a lo alto de la torre, de ocho plantas y con columnas de Carrara, donde el pisano Galileo Galilei (1564-1642) dejó caer objetos para probar su teoría de la relatividad. Luego habrá que entrar en la catedral para admirar los paneles de bronce del Portale y el púlpito de Giovanni Pisano, y visitar el Museo dell’Opera del Duomo.
El paseo junto al río Arno es una sucesión de viejos palacetes y templos
El Orto Botanico de la Via Luca Ghini, el jardín botánico más antiguo de Europa, de 1591, ofrece la oportunidad de relajarse entre plantas exóticas y mediterráneas, a poco más de tres minutos de la famosa torre. A continuación, en la plaza de la Vettovaglie, llega el momento de saborear un aperitivo con crostini, pasta de aceitunas sobre pan toscano, sin sal; y como plato fuerte, unos ravioli con salsa de liebre o una menestra de fagioli bianchi o judías blancas.
Lord Byron, que adoraba los muelles pisanos, terminó su Don Juan en Pisa durante la estancia que en 1821 compartió con la también escritora británica Mary Shelley. Hoy en día, el paseo junto al río Arno es una sucesión de viejos palacetes y templos, como la pequeña iglesia de Santa María delle Spine (siglo XIV), en el paseo Lungarno Gambacorti. Más adelante aparecen dos instituciones de la ciudad: el Caffé Pasticceria Salza, de 1898, y el Caffé dell Usero, abierto en 1775 en el palacio gótico Agostini Venerosi y que era frecuentado por Antonio Tabucchi, escritor pisano recientemente fallecido.
De Pisa a Gaiole in Chianti, el núcleo más activo de esta comarca vitivinícola de burgos medievales, castillos, iglesias románicas y granjas de piedra, hay 149 kilómetros por la Strada Grande. Pese al renombre de caldos vecinos, como los llamados Supertoscanos, los Nobile di Montepulciano, Carmignano o el Brunello di Montalcino, la mayor fama se la lleva el Chianti Classico cuya denominación de origen tiene como símbolo un gallo negro. Miles de hectáreas de viñedos sangiovese jalonan esta zona de olivares y bosques de robles y castaños, que en septiembre celebra en el pueblo de Panzano su animado festival «Vino al vino».

Tierra de castillos
Gaiole in Chianti, en el valle del Arbia, se halla rodeado por castillos como el de Spaltenna, reconvertido en lujoso hotel. En el de Meleto del siglo XI, ocupado por tropas aragonesas en 1480, se pueden adquirir botellas de vino tras su visita. Alrededor se esparcen aldeas medievales que únicamente se pueden recorrer a pie, como la intacta Borgo di Vertine. Otras commune (municipios) como Castellina in Chianti y Montefioralle –además de ser el pueblo natal del navegante Americo Vespuccio, Bocaccio lo cita en un poema– son perfectos para descubrir la cocina toscana. Trufas y quesos pecorino, carnes braseadas de los bueyes de raza chianina o estofados de jabalí, no sin dar antes cuenta de los imaginativos antipasti, cuyo verdadero inventor fue Leonardo da Vinci (1452-1519). El genio renacentista, tras regentar en su juventud una fracasada taberna florentina a medias con Boticelli, recogió estos aperitivos en sus Notas de cocina, donde escribió: «He estado pensando en tomar un trozo de carne y colocarlo entre dos pedazos de pan. Mas, ¿cómo llamaré a este plato?».
A 37 kilómetros de Gaiole aparece la amurallada y pequeña Monteriggioni. Con sus catorce torres de 1260, tildadas de «gigantes sobre el abismo» por Dante en su Divina Comedia, transporta de golpe al corazón mismo del medievo. Eso sucede especialmente durante la fiesta medieval de julio, cuando sus habitantes se visten de época y recuperan oficios tradicionales como el de juglar o el de herrero.
San Gimignano, a 25 kilómetros de Monteriggioni, es también famosa por sus altísimas torres de piedra clara y por su vino blanco seco, que divierte comprar en la desacralizada iglesia románica de San Francesco. Declarada Patrimonio de la Humanidad en 1990, San Gimignano comenzó a levantar sus 72 torres en 1150, que pronto se convertirían en estandartes del poder nobiliario. La mayor es la del palacio del Podestà, en la plaza del Duomo, que alcanza los 52 metros de altura y forma parte de las 13 que han sobrevivido hasta la actualidad.
La antigua catedral y posterior colegiata, cuyo interior exhibe frescos de los artistas di Bartolo, Gozzoli y di Fredi, es la obra más monumental de su centro urbano. El paseo intramuros discurre junto a iglesias románicas, las bellas plazas del Duomo y de la Cisterna –no hay que dejar de probar en la Gelateria di Piazza su original helado al vino blanco vernaccia– y numerosos palacios medievales que ahora alojan museos. Entre los más interesantes hay que mencionar el Museo Civico, con pinturas de maestros toscanos, el Archeologico de la Via Folgore, sito en un hospital medieval, y el Museo San Gimignano 1300, en la Via San Giovanni, que fue parte del milenario camino de peregrinación entre Roma y el norte de Europa.
Herencia de los etruscos
La misteriosa Volterra, fundada por los etruscos hace tres mil años, dista apenas 30 kilómetros de San Gimignano. Conviene alojarse en la misma localidad para descubrir sin prisas esta joya arqueológica y los ariscos parajes de su alrededor. Emplazada junto a los riscos Balze, aún conserva las canteras que los etruscos excavaron junto a las murallas de la ciudad para extraer alabastro, material trabajado desde siempre por los artesanos de la Via Matteoti. De lengua no emparentada con ninguna otra indoeuropea pese al vínculo de su alfabeto con el griego arcaico, los etruscos legaron a sus vencedores romanos diez siglos de amor por los placeres de la vida, una sociedad de mujeres emancipadas, refinadas técnicas escultóricas y el sistema numérico.
Siena fue temible rival de Florencia hasta que la peste de 1348 redujo en dos tercios su población
El Museo Etrusco Mario Guarnacci expone desde mediados del siglo XVIII una valiosa colección de objetos votivos y de uso cotidiano de aquella evolucionada civilización. Instalado en el palacio Desideri Tangassi, posee dos símbolos de la ciudad: el sepulcro de los Esposos (Urna degli Sposi), del siglo I a. C., y la estilizada figura de bronce del III a. C. Ombra della sera, llamada así por Gabriele d’Anunzio. Después de esta visita apetece descansar en los jardines del Parco Archeologico, que alberga algunas tumbas etruscas y se halla al pie de la fortaleza Medicea (siglo XIV). La feria medieval «Volterra AD 1398», la segunda quincena de agosto, es una buena oportunidad para ver la ciudad con los ojos de un viajero medieval.
A 56 kilómetros y elevada sobre tres colinas, surge la Siena de rojos tejados. Fundada legendariamente por Senio y Aschio, hijos de Remo, Siena fue temible rival de Florencia hasta que la peste de 1348 redujo en dos tercios su población. La visita necesita varios días para apurar sus apasionadas señas de identidad. La más temperamental sin duda es la fiesta ancestral del Palio, auténtico ritual ecuestre con más de 700 años de existencia. Cada 2 de julio y 16 de agosto, esta épica carrera de caballos alrededor de la plaza del Campo (il Campo) enfrenta, al ritmo de los tambores y bajo el ondear de banderas de colores, las 17 contrade o asociaciones parroquiales de distrito.
La medieval Torre Mangia, el campanario del palacio Comunale, en un costado de «il Campo», es un buen lugar para adentrarse por las callejas de Siena y descubrir museos extraordinarios como la Pinacoteca Nazionale o la Opera del Duomo, los palacios Sansedoni y Elci, y el Archivio di Stato, que reúne manuscritos en su sede del palacio Piccolomini. Detrás del palacio Comunale se abre la plaza del Mercato y el antiguo barrio judío, construido en 1571 por orden del duque Cosme I de Médicis. En el lado opuesto de la plaza, una calle estrecha comunica con la Via dei Pellegrini, que conduce a la catedral, al baptisterio y al museo de la Opera del Duomo –ver recuadro en la página anterior–. La Siena más apasionada hay que buscarla en las sedes de las contrade, cada una con su iglesia, plaza y fuente pública. Andar de una a otra sirve para palpar los rasgos que las diferencian y que, durante la fiesta del Palio, se convierte en ancestral rivalidad.
El complemento perfecto al paseo serán los placeres de la gastronomía sienesa, como la liebre con almendras, frutas y piñones, y el dulce panforte, ideal para remojar en el vin santo de los postres. La cocina como sello sagrado para unir el paisaje y el arte de la Toscana.
Para saber más
Documentación: DNI o pasaporte.
Idioma: italiano.
Moneda: euro.
Cómo llegar: El aeropuerto de Pisa recibe vuelos frecuentes de ciudades españolas. El barco es una buena alternativa para viajar con coche propio desde España; las líneas marítimas conectan Barcelona con Livorno, a 25 km de Pisa. Por carretera, Pisa dista 1.021 km de Barcelona, y 1.620 de Madrid.
Cómo moverse: El coche es imprescindible para conocer a fondo la Toscana. La Strada Chiantigiana (SR222), entre Florencia y Siena, es la más famosa de las rutas vinícolas señalizadas. Una línea de tren une Pisa, Florencia y Siena. Pisa tiene abonos de transporte para un día. Hay líneas de autobuses regionales.
Alojamiento: Los agriturismi son granjas o fincas históricas que cultivan al menos un producto y que ofrecen desde habitaciones sencillas hasta suites de lujo.
Más información:
Web Turismo de Toscana
Web Turismo de Pisa