En la carretera que parte de Molina de Aragón, la entrada principal a esta zona del Parque Natural, nada hace presagiar esta explosión de color. En estas alturas, el paisaje es meseteño y algo extremo. Las colinas están desnudas. Las vegas, plagadas de campos de cereales, resaltan el tono ocre de todo lo que hay alrededor. Por eso, cuando de repente la carretera se empina hacia abajo y las lomas se sustituyen por cortados plagados de pinos, la sensación de haber cambiado de planeta embelesa a todos. Y eso es el principio. Justo cuando la calzada de la CM-210 cruza un Tajo aún recién nacido, un camino sale a la izquierda. Es el comienzo de una pequeña aventura llena de serendipias y pequeñas satisfacciones.
El desvío se anuncia con un pequeño cartel y con un parking que aparece junto a una caseta de información. Los hay que prefieren dejar aquí el coche. Otros prefieren adentrarse en una pista habilitada para cualquier tipo de vehículo donde solo está prohibida la circulación con quads. Otros directamente aprovechan esta explanada para bañarse en las pocillas que forma el río antes de pasar por debajo del puente asfaltado. Sea como fuere, la primera impresión es la de estar ante una aventura asequible por un camino que poco a poco se adentra entre pinos esbeltos. Su espesura impide ver con nitidez el río. Pero no pasa nada. Se le oye con claridad, como si prestara un hilo musical al paseo.

Foto: Javier Zori del Amo
ENTRE POZAS Y PASARELAS
Eso sí, al cabo de un rato el Tajo se empieza a hacer desear. Por eso, es normal dejar el polvo atrás en la Fuente del Berro, un área recreativa donde se baja hasta el río. Sin embargo, merece la pena avanzar un poco más hasta la siguiente zona de aparcamiento, justo donde el Tajo pasa junto a un pequeño saliente. Ahí, desde lo alto, aparece el primer flechazo real. La postal es definitoria: un caudal turquesa desciende a tramos, de poza en poza, entre una garganta plagada de pinos. Solo en lo más alto de las paredes, asoma una roca de matices rojizos. Pero eso está demasiado arriba: el cauce tropical es un punto de fuga donde recrearse un rato.

Foto: Javier Zori del Amo
Desde este mirador se puede otear una pasarela de madera que asoma un poco más arriba. Para llegar hasta él, solo hay que avanzar apenas un kilómetro y bajar por un caminito hasta rozar el agua. Al puente le falta un poco de refinamiento, pero tiene la rusticidad deseada para darle un poco de autenticidad a la experiencia. No está puesto ahí por casualidad. De hecho, muchos pescadores deportivos lo utilizan para cruzar hasta la otra ribera y poder llegar hasta algunas rocas desde donde lanzar la caña a estas virginales aguas. Aquí también parte un sendero que llega, por la ribera norte, hasta el salto de Poveda, pero aquellos que prefieran seguir por la pista principal, pueden volver a cruzar el río y seguir adelante.

Foto: Javier Zori del Amo
EL SALTO DE POVEDA
Tras dejar atrás el aparcamiento más concurrido del camino, espera una ruta mínima flanqueada por algunos carteles explicativos que la lluvia, el sol y los idiotas de turno han deteriorado. Pero no pasa nada, la cercanía al famoso salto de Poveda hace que se ignore un poco las explicaciones sobre este lugar. Y eso que es un tanto insólito, ya que esta pequeña cascada está provocada por una presa, la del embalse de La Chorrera, que nunca se finalizó. El objetivo era dotar de energía eléctrica a toda la zona aprovechando este salto de agua, pero la obra de la central eléctrica nunca se completó. De ella queda, sobre todo, las paredes que cerraban el coqueto embalse y que ahora ejercen de mirador sobre un paisaje donde la leve catarata y la piscina natural centran las miradas.
Lo bueno del Salto de Poveda es que se puede rozar con los dedos. Tan solo hay que bajar por un camino a ratos deslizante por la roca que acaba a los pies de este accidente geográfico. Desde aquí, el agua resulta más transparente y se puede seguir con los ojos el cauce de un río que parece desaparecer detrás de una curva, ocultándose entre la vegetación.

Foto: Javier Zori del Amo
Pasado el desvío al salto, el camino conduce hasta un restaurante con apartamentos rurales y hasta el último desvío de esta ruta. Aquí el sendero es un poco más largo y desciende atravesando un bosquecillo que desemboca junto al Tajo. En este punto el río se esparce y se amansa, invitando a los excursionistas a darse un baño. ¡Pero es una trampa! Las aguas están tan gélidas que solo son aptas para las pieles más curtidas... o más inconscientes. Sea como fuere, es un lugar donde pasar el día, echar el mantel y disfrutar del final de la excursión
Y sin embargo, aún hay más. Algo que queda claro al ver el puente peatonal que cruza las aguas y que conduce hasta la laguna de Taravilla. Este pequeño lago merece un desvío por ser una rareza (nadie esperaría encontrarse con un lago de montaña en plena meseta) y por estar perfectamente conservado. Ir y volver apenas lleva media hora y es el broche de oro para una excursión que rompe con los tópicos de los paisajes del Señorío de Molina.