
Con más de 20 kilómetros de playas de arena blanca y agua azul turquesa, Formentera es una isla que transpira paz y sosiego. En cualquiera de sus arenales, calas recogidas o acantilados se disfruta de un Mediterráneo íntimo y en calma que nos hace sentir integrados en la naturaleza. La transparencia del mar que rodea a la menor de las Pitiusas es uno de sus tesoros. Lo provoca en parte la Posidonia oceánica, una planta marina que forma extensas praderas sumergidas, que están declaradas Patrimonio de la Humanidad por su valor ecológico.
A Formentera se llega con las líneas de transbordadores que zarpan desde el puerto de Ibiza y atracan en La Savina, un enclave animado en verano con varios restaurantes y un mercadillo al aire libre. En él se alquilan motos y bicicletas, el transporte más idóneo para cubrir la primera etapa del viaje.
Es Pujols es un núcleo de ambiente familiar de día y popular vida nocturna
Las playas del norte de la isla jalonan la estrecha Punta des Trucadors. La más cercana al puerto de La Savina es Es Cavall d’En Borràs, un arenal de 800 metros de largo, bañado por agua de cristal y vistas al magnético islote ibicenco de Es Vedrà. Incluye un bosquecillo de sabinas, árbol característico de Formentera, que arraiga en la arena y brinda una sombra agradecida.
A continuación hallamos la playa de Ses Illetes, perfecta para pasar un día junto al mar, dotada de restaurantes, hamacas y sombrillas. Enfrente tiene el islote de S’Espalmador, al que se puede llegar a nado o en barca. Se trata de un rincón virgen, cuya playa más notoria, S’Alga, crea una ensenada natural custodiada por la torre vigía de Sa Guardiola (siglo xviii).
Desde Ses Illetes se llega a pie a otro arenal famoso, el de Llevant, situado cerca de unas salinas de las que se obtiene sal marina desde hace décadas. Con 1,5 kilómetros de largo, esta playa paradisiaca alterna tramos donde disfrutar de la soledad con otros que están animados por chiringuitos. Y por último, Sa Roqueta, una pequeña ensenada con vistas a Ibiza.
CAMINO DE LA MOLA
Es Pujols es un núcleo de ambiente familiar de día y popular vida nocturna, que tiene un paseo donde al atardecer se despliega un mercadillo de artesanía. Su playa, limitada por el cabo de Punta Prima, presenta tramos de rocas con casetas donde los pescadores guardan sus barcas y artes de pesca.

Desde Es Pujols, siguiendo la carretera hacia el este a través de campos punteados por higueras solitarias y casas que exhiben la arquitectura local, se llega a Ses Platgetes, dos arenales seguidos en los que afloran formaciones de roca. Limitan con el encantador Es Caló, un imprescindible rincón marinero con restaurantes junto al mar donde degustar un buen arroz y un pescado fresco. Desde su orilla se ven los acantilados de La Mola que, con 192 metros y un faro, constituyen la altura máxima de Formentera.
Tras bordear los muros de La Mola se abre el recogido Caló des Mort, ideal para nadar frente a un horizonte nítido, cerca de rocas donde hay casetas de pescadores. Aparecen entonces dos de las imágenes más icónicas de Formentera: las playas de Els Arenals y Migjorn, cinco kilómetros ininterrumpidos de oleaje suave y arena blanca a veces mezclada con conchas arrastradas por el mar. Ambas combinan largos espacios desiertos con otros en los que hay chiringuitos. El mejor broche a un agradable día de playa lo pone la contemplación de la puesta de sol desde el cabo de Barberia.
Extremo meridional de la isla, está poblado por un faro y la torre vigía de Garroveret (1763), que antaño alertaba a la población de los ataques piratas. Desde esta punta marina y antes de regresar a La Savina, solo quedará darse un baño con la última luz del día en la bella Cala Saona, con vistas a Ibiza y a los acantilados de Punta Rasa. Marga Font
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Desde el puerto de Ibiza salen catamaranes y transbordadores donde se puede transportar el vehículo, que llegan al puerto de La Savina, puerta de entrada a Formentera.