A la Costa Daurada acostumbra a asociársele imágenes de playas extensas de arena fina y suave entrada al agua. Y es verdad, pero su existencia no tendría ninguna gracia si no fuera por su reverso: sus otros rincones playeros, coordenadas casi secretas que aparecen solo en el mapa de los iniciados en los gozos del Baix Ebre. El epicentro de esta particular galaxia mediterránea está en l’Atmella de Mar, allí donde miran los tarraconenses cuando les apetece pasar el día en una cala recóndita. No por nada a los del lugar se les conoce como “los caleros”, porque es aquí donde aún se puede disfrutar de un poco alterado litoral catalán.