
Los pasajeros que se apuntan a vivir la experiencia de viajar en el clásico tren Al Andalus inician el trayecto sentados en butacas de terciopelo y con una copa de cava en mano. A lo largo de una semana, alojados en confortables camarotes y mientras disfrutan de vistas y de una gastronomía de autor, harán un recorrido con escalas en algunos de los lugares más carismáticos de Andalucía. El viaje empieza en Sevilla, pero la historia del tren comenzó en Francia, donde fue construido en 1930 para que la monarquía británica lo utilizase en sus traslados estivales de Calais a la Costa Azul. Los siete vagones originales estaban decorados con maderas nobles, cristales esmerilados y tapicerías para que, durante el largo trayecto, los soberanos se sintieran como en su palacio. Casi un siglo después, trasladado ya a Andalucía y rebautizado como Al Andalus, funciona como un tren turístico que recupera aquel glamour y el gusto por los grandes viajes ferroviarios.
Con el equipaje instalado en el tren, el viaje se inicia en el lugar más carismático de Sevilla: la Catedral. El templo tiene tintes góticos y barrocos, pero también moriscos que recuerdan que fue construido para otro culto. De hecho, la torre de la Giralda, que ejerce de campanario, no es otra cosa que el alminar de la antigua mezquita. Frente a la Catedral se abre el Real Alcázar, que alojó a los príncipes omeyas hasta el siglo XIV y luego a los sucesivos monarcas castellanos. Sus jardines conservan especies exóticas (jacarandas, magnolios…) traídas de la entonces recién descubierta América.
Al Andalus funciona como un tren turístico que recupera aquel glamour y el gusto por los grandes viajes ferroviarios
Hay que acercarse al río que surca Sevilla para contemplar otros iconos, como la Torre del Oro y el puente de Isabel II, que conecta con el barrio de Triana, famoso por su tradición de arte flamenco. La visita a Sevilla no estará completa hasta tomarse en una taberna un fino y un pescaíto frito.
El tren emprende el trayecto con paradas en ciudades de mucho arte, como la gaditana Jerez de la Frontera, donde se pueden visitar bodegas, y la malagueña Ronda, dueña de una de las plazas de toros más antiguas (siglo XVIII) y de un vertiginoso desfiladero excavado por el río Guadalevín, al que se asoma su casco antiguo. Por cierto que esta localidad enamoró, a inicios del siglo XX, a dos personajes ilustres de la literatura y el cine: Ernest Hemingway y Orson Welles.
Después de cruzar campos de viñas, cereales y girasoles, el tren llega el tercer día a Granada, una ciudad que embelesa por su embrujo árabe y riqueza artística. Es obligado descubrir el barrio del Albaicín, que tomó su fisonomía de manos moriscas y nunca la perdió. Aunque lo mejor es pasear por su laberinto de suelos empedrados y paredes encaladas, cruzar la puerta de Elvira, subir por la cuesta de la Alcahaba hasta la plaza Larga y visitar el callejón Calderería Nueva, lleno de teterías donde sirven el té con dulces de receta magrebí. En el Albaicín hay que dedicarse a la contemplación, especialmente al atardecer y por la noche, cuando abren los tablaos flamencos y, junto con el vecino barrio del Sacromonte, las calles se llenan de vida y de «duende».
La Alhambra será un impactante final al paseo por Granada
La Alhambra será un impactante final al paseo por Granada. El monumento no puede recoger más calificativos por su belleza y, como el Albaicín, es Patrimonio de la Humanidad. Puede visitarse de día, bajo ese sol que baña Granada, y de noche, con esa tenue iluminación que aporta una perspectiva que ni sus constructores hubieran imaginado. La Alhambra se extiende hasta unirse con el universo vegetal de los Jardines del Generalife, un lugar con miradores, perfecto para despedirse de la ciudad.
De nuevo en el tren, leyendo un libro, escuchando música o tomando una taza de té, podemos deleitarnos a través de la ventanilla con el mosaico geométrico que, a esta altura de la ruta, dibujan los olivos de Jaén. En esta provincia el convoy se detiene en dos ciudades monumentales, Úbeda y Baeza, cuya riqueza renacentista también está reconocida por la Unesco.

Este tramo del itinerario permite recrearnos en los paisajes que inspiraron a Antonio Machado cuando trabajó como maestro en Baeza. El recuerdo del poeta nos acompaña hasta Córdoba, la otra joya de la ruta. Desde hace poco los patios cordobeses lucen, además de tiestos con geranios y alhelíes, el reconocimiento de Patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Con la Fiesta de los Patios (en mayo), los barrios del Alcázar Viejo y de Santa Marina son los que más flores por metro cuadrado concentran, igual que la Judería, donde destaca el magnífico Palacio de Viana, de doce patios.
Si el color de los geranios es el imán para los que visitan los patios cordobeses, el azahar es el gancho olfativo que conduce hasta un lugar excepcional: la Mezquita-Catedral. Los naranjos y el gorjeo de las fuentes son la antesala de esta quintaesencia de dos culturas, la musulmana y la cristiana, que empezaron a construir los omeyas (siglos VIII y X) y que fue concluida bajo el reinado de Carlos V (XVI).
El Al Andalus espera en la estación de tren dispuesto a cerrar el viaje regresando a Sevilla, pero antes hay que acercarse de nuevo al Guadalquivir para cruzar el puente romano y, desde la otra orilla, contemplar el bello conjunto cordobés.
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Al Andalus: El viaje en el Al Andalus puede tener una duración de entre 3 y 6 días. Con reserva, es posible iniciar el trayecto en la estación elegida. Sevilla, Granada y Cádiz tienen aeropuerto. Información y reservas Trenes Turísticos de Renfe: Tel. 902 555 902.