Un gran viaje

Por qué El Bierzo es una comarca fascinante

El oeste de León alberga una comarca de montes y bosques casi salvajes que sorprende con vestigios romanos y villas repletas de tesoros arquitectónicos vinculados al Camino de Santiago.

Recorrer el Bierzo equivale a adentrarse en un territorio de leyenda, con historias de templarios, místicos medievales y oro romano. Es un fascinante viaje al pasado a través de pueblos de arquitectura tradicional, viñedos y bosques que parecen apaciblemente sumidos en un ensimismamiento de siglos. 

 

Esta comarca leonesa del Bierzo se estructura alrededor del río Sil, que recorre aquí sus primeros kilómetros atravesando la hoya en la que se acomodan las principales villas, entre colinas de cultivos hortícolas y vinícolas. Rodeando este gran llano, en el horizonte, se elevan sierras que superan con creces los mil metros de altitud.

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shutterstock 1687840345. Una épica entrada por Balboa

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Una épica entrada por Balboa

Esas montañas destacan entre mis recuerdos más preciados del Bierzo: aquellos impresionantes amaneceres con un manto de nubes bajo mis pies, con las cimas sobresaliendo entre los estratos y el blanco cubriendo el horizonte hasta donde alcanza la vista... Esa escena tan onírica, que más parece un sueño que una vivencia, sucede en la Sierra de Ancares, en el límite con Galicia. Entre los valles que cubría aquella bruma había el del río Balboa, una de las puertas de entrada al Bierzo. El pueblo que lleva su nombre conserva un castillo medieval que presenta una magnífica torre del homenaje, actualmente en restauración, y que da una idea de su importancia estratégica en el pasado.

Toda esta zona regala unos bellos paisajes labriegos salpicados de pallozas, las construcciones tradicionales de piedra y base circular, con sus características techumbres cónicas de paja. Algunas, que conservan su esencia original, se han reconvertido en restaurantes que sirven el típico cocido berciano o el célebre botillo, ese embutido que se elabora con costilla, espinazo y rabo de cerdo y que constituye el plato por excelencia de la comarca.

shutterstock 160435037. Entre hayedos y pueblos mágicos

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Entre hayedos y pueblos mágicos

Dejando Balboa al este y coronando el valle, se llega al pueblo de Cantejeira. Allí, tras un tranquilo paseo entre pastos, podemos sentarnos a disfrutar de la hipnótica caída del agua de una de las cascada más magníficas de la comarca. No menos cautivador resulta el hayedo de Busmayor, en la vertiente sur de los Ancares leoneses. Un sitio mágico salpicado de saltos de agua que requerirá una aproximación con tiempo suficiente para disfrutar de sus diversas rutas y de su tranquilidad, interrumpida solo por el fluir de los arroyos encajados entre riberas umbrosas y tapizadas de vegetación.

shutterstock 564574537. La monumental Villafranca del Bierzo

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La monumental Villafranca del Bierzo

Al cruzar los túneles que llevan al llano berciano, el visitante tiene la sensación de adentrarse en un territorio secreto, como si las montañas fuesen los muros de una fortaleza. De repente, la planicie del Bierzo se abre ante los ojos con toda su luz. En un extremo se divisa la sierra, con sus angostos y misteriosos valles. En el otro, sobre una pequeña colina, Villafranca del Bierzo da la bienvenida a quien penetra por la parte baja de la comarca.

 

Dotada de un magnífico patrimonio, esta villa de origen medieval alberga la excelsa colegiata de Santa María, la iglesia de San Nicolás con su imponente fachada barroca, y la de San Francisco, desde donde se consigue una vista panorámica. En la zona alta de la población se alza el castillo-palacio de los Marqueses de Villafranca y, cerca de allí, la pequeña iglesia de Santiago, con su Puerta del Perdón, solo abierta en año Santo para ofrecer indulgencia plenaria a los peregrinos que no podrán llegar a la catedral compostelana.

 

 

GettyImages-705224311. Cacabelos y el vino

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Cacabelos y el vino

Pero el mejor valor que ofrece Villafranca es su entramado urbano. La larga y estrecha calle del Agua o Ribadeo recorre el centro como el mejor exponente de su rico pasado, flanqueada de templos, conventos y magníficas casonas burguesas con blasones familiares esculpidos. La antigua prosperidad agraria tiene su eco hoy en día en los campos de cerezos de Corullón, a poca distancia de Villafranca. El paisaje de primavera inundado por flores blancas ensimismará al visitante.

Nunca dejo esta zona sin hacer una parada obligatoria en Cacabelos, para contemplar sus colinas de viñedos y degustar un mencía de la Denominación de Origen. La historia del vino aquí viene de lejos y se vincula a la presencia de los romanos. 

shutterstock 1808635282. Las asombrosas Médulas

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Las asombrosas Médulas

El imperio dejó en la comarca otra huella más indeleble aún: las minas de oro de Las Médulas, un enclave declarado Patrimonio de la Humanidad en 1997. Este paisaje tallado por el hombre es el resultado de la mayor explotación minera romana a cielo abierto y una de las maravillas naturales más extraordinarias de España.

 

Su método de extracción era el peculiar ruina montium. En esencia no era muy distinto a lo que hoy en día se hace con dinamita, pero con una complejidad descomunal. Se excavaban de forma manual una serie de galerías dentro de la montaña para, después, inundarlas con una gran presión de agua que la demolía. Esa agua no provenía de una fuente natural, sino de canales que recorrían decenas de kilómetros a cotas más elevadas que las minas y que después de embalsarla la soltaban por las galerías a toda presión. Una vez desmenuzado el monte, la corriente continua arrastraba los sedimentos, llevando consigo el oro, que caía, por densidad, en una cama de brezo situada en el fondo unos canales construidos a tal efecto. Esta explotación, que empezó en el siglo i a.C. se extendió durante unos doscientos años.

shutterstock 1094079077. Las médulas desde dentro

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Las médulas desde dentro

Las minas de Las Médulas son visitables desde abajo, pero también por los senderos que zigzaguean entre los restos de los antiguos canales de eyección, o desde arriba, desde sus miradores. El de Orellán es el mejor acondicionado y el que más visitantes atrae. Y no es para menos. Recuerdo asomarme a la plataforma de observación y entender el porqué súbitamente, ante la majestuosidad del conjunto en todo su esplendor. Una imagen que corta la respiración. También en ese mirador se puede conocer una de las galerías que sobrevivió a la destrucción del agua y que permite hoy observar la montaña desde dentro.

Siguiendo hacia las colinas del este se tiene la sensación de estar pisando el suelo donde se libraron antiguas batallas hasta que la vista lo confirma con la silueta del Castillo de Cornatel o de Ulver, que se yergue señorial en lo alto de un afloramiento rocoso.

iStock-1248553419. Las huellas templarias

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Las huellas templarias

Esta fortaleza fue un referente estratégico en la zona durante la época de reconquista cristiana. Pasó por las manos de la orden del Temple y acabó como propiedad del Conde de Lemos en la baja Edad Media, cuando se adaptó para uso residencial. El castillo sufrió el destino de la destrucción en la Revuelta Irmandiña, un levantamiento popular contra los nobles que en el siglo xv asoló decenas de fortalezas en todo el noroeste peninsular. Actualmente se ha restaurado parcialmente para que los visitantes puedan disfrutar de las hermosas vistas que regala del valle occidental del Bierzo.

shutterstock 322252103. Ponferrada acastillada

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Ponferrada acastillada

Los templarios no tenían que galopar mucho para llegar al puesto principal de la zona, el castillo de Ponferrada. Esta impresionante fortaleza constituye el monumento arquitectónico más famoso de la comarca. Con sus altas defensas y un gran patio de armas, es conocido como el Castillo de los Templarios ya que se atribuye su construcción en el siglo xii a esa orden de monjes guerreros, que protegía a los peregrinos cristianos que se dirigían a Santiago de Compostela. La visión de sus graciosas e icónicas torres de entrada no anticipa la monumentalidad del conjunto, más evidente si se contempla desde el paseo del río Sil.

shutterstock 1468176371. Una urbe muy viva

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Una urbe muy viva

Detrás del castillo se abre el casco antiguo de Ponferrada, organizado en callejuelas angostas y empedradas. En la parte alta se halla la renacentista basílica de la Virgen de la Encina o de La Morenica, patrona del Bierzo, cuya torre domina la ciudad. Cuando anochece, el ambiente se anima en las calles aledañas al templo. Es el momento de tomar unos pinchos acompañados de un –o más de uno– «corto» de cerveza en los bares situados alrededor de la plaza del Ayuntamiento.

No se debería abandonar Ponferrada sin antes haber pasado bajo el Arco de las Eras, la única puerta de la ciudad medieval que se conserva. Sobre ella se erigió en 1567 la Torre del Reloj, coronada en 1693 con el cuerpo y chapitel que aloja la campana.

1024px-Monasterio de San Pedro de Montes. El remoto San Pedro de Montes

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El remoto San Pedro de Montes

Al avanzar por el valle del Oza, tan escondido que nos hace sentir como si fuésemos sus primeros exploradores, se experimenta una serenidad difícil de describir. Como si los siglos no hubiesen pasado, al sur de la capital berciana y bajo el dominio de los montes Aquilianos, se despliega la llamada Tebaida berciana. Esta zona de pequeños pueblos, asentados en valles frondosos, al pie de montañas de casi dos mil metros, fue un refugio de eremitas durante la Alta Edad Media. Los historiadores le dieron ese nombre por su semejanza con la Tebaida egipcia, una zona próxima a la antigua Tebas a la que se retiraron los primeros ascetas cristianos. San Fructuoso, en el siglo viii, fue el primero de los eremitas que llegaron a este enclave del Bierzo y, aparte de orar, fundó el monasterio de San Pedro de Montes.

En la actualidad, el cenobio no ha perdido su carácter remoto, que invita a desconectar del mundo exterior, gracias a su localización en un enclave de relieve accidentado, sinuoso, que obliga a conducir con precaución. El viajero ha de tener paciencia en el tránsito ya que los caminos se han tenido que adaptar a la complicada orografía. El ancho de la carretera es limitado, pero dispone de quitamiedos y apartaderos y su firme es excelente. Aquí hay que circular sin mirar el reloj, disfrutando de las vistas de los valles, tapizados de bosques de robles, castaños y nogales, un paisaje que rezuma tranquilidad. Es la antesala del Valle del Silencio.

Desde lo alto del pueblecito de San Pedro de Montes se despliega un paisaje de increíble belleza. Enclavado en la ladera del valle, el monasterio que acoge el pueblo sobresale con la esbelta torre románica de su iglesia, que parece querer proteger su soledad entre la vegetación. Aunque se puede rodear el conjunto, si se quiere visitar el monasterio y ver sus vestigios prerrománicos y medievales, conviene comprobar los horarios en el centro de visitantes. El otro vestigio histórico de la localidad son los canales que transportaban agua a las minas de Las Médulas. Todavía quedan sus restos, que se pueden visitar por rutas forestales.

iStock-1309413034. La gran joya rural del Bierzo

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La gran joya rural del Bierzo

La belleza y el silencio nos conducen hacia el este, donde nos adentramos en las tierras de san Genadio, otro de los ermitaños que habitó la zona y que más tarde reconstruyó el monasterio de San Pedro. Este religioso se retiró a una cueva que hoy lleva su nombre y a la que se puede llegar por una escarpada ruta de montaña desde la población de Peñalba de Santiago, la joya escondida del Bierzo.

Siempre me ha parecido que este delicioso asentamiento en el Valle del Silencio es el último refugio del ruido de la civilización. Perderse entre el ir y venir de sus callejuelas es la mejor forma de visitar el pueblo. Así, a pie y con la vista atenta, se disfruta de los detalles de su señorial arquitectura, típica de la comarca, que se caracteriza por la mampostería, las cubiertas de pizarra y el acceso por una escalera a través de una balconada de madera.Entre sus calles empedradas y restauradas con delicadeza, destaca la iglesia mozárabe de Santiago (siglo x), que llama la atención por su pórtico de doble herradura. Al penetrar en ella se descubre un interior de bóveda de cañón, grandes arcos de herradura y un doble ábside que en el exterior presenta un aspecto cuadrado.

shutterstock 101839378. La refrescante Molinaseca

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La refrescante Molinaseca

Cuando el calor empieza a apretar siempre apetece bajar a Molinaseca. Enclavada al inicio del valle del Meruelo, en verano es un hervidero de peregrinos que van a Santiago, ya que el pueblo es el primero de entidad en la comarca. No se puede dejar de pasear por la bella Calle Real, antes de darse un refrescante baño en la playa fluvial, a la sombra del conjunto que forman el puente y la iglesia de San Nicolás, una de las imágenes más icónicas del Bierzo.

Del núcleo de Molinaseca parte una ruta senderista fácil y muy familiar: la Ruta de Las Puentes del Malpaso, así en femenino, que discurre junto por la ribera del río Meruelo y cruza dos puentes de origen medieval: la Puente Pequeña, en el arroyo de San Bernardino o arroyo Pequeño, y la Puente Grande, sobre el Meruelo.

shutterstock 1892889238. Una cascada de despedida

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Una cascada de despedida

Tras el descanso, aprovecho la cercanía de la herrería de Compludo para explorar un poco más el valle. Escondida en la frondosidad de un bosque de fresnos, chopos y alisos, esta obra de ingeniería hidráulica y mecánica del siglo xix dio continuidad a las fraguas medievales que existieron en la zona desde la época de san Fructuoso.

Siguiendo el río de Carracedo y de Prada se llega a Carracedo de Compludo. En este pueblecito empieza un sendero de unos tres kilómetros que remonta suavemente la ladera y después baja en picado hasta alcanzar el salto de agua más famoso –y probablemente más espectacular– de la comarca: la cascada del Gualtón, un impresionante chorro que se precipita desde unos 30 m de altura. Un final de fábula para este viaje por el Bierzo.