La ciudad exhibicionista

Por qué Hong Kong es el destino más vibrantes de Asia

Se ha convertido en la puerta de China, capital culinaria y rincón cosmopolita donde todo es posible.

Se han cumplido 20 años desde que el 1 de julio de 1997 el Reino Unido devolvió a China los llamados Nuevos Territorios, que había alquilado por 99 años, y la isla de Hong Kong y la península de Kowloon con sus islas adyacentes, perdidas a perpetuidad por la dinastía Qing tras sendas derrotas en las dos guerras del opio, entre 1839 y 1860.

 

Antes de que cayera el telón británico, muchos vaticinaron la asfixia de la antigua colonia bajo el dominio comunista. Miles de empresarios e intelectuales se fueron a otros países, pero la mayoría de los hongkoneses no se arredraron y no solo han mantenido el carácter materialista y alegre del lugar, sino que han conseguido embellecer y potenciar aún más a Hong Kong, aunque ahora su denominación como Región Administrativa Especial (RAE) de China sea más aburrida.

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Una ubicación singular

La isla de Hong Kong, la segunda en extensión de la RAE después de Lantau, apenas tiene 78 km2 y está dominada por la colina de Victoria Peak (552 m). Sus faldas son terrenos ganados al mar y repletos de torres de oficinas. Si se llega en un día despejado, lo mejor es tomar el funicular que desde 1888 sube a la cumbre. Las vistas son espléndidas. Tanto la Peak Tower, que alberga la estación del funicular y el museo de cera Madame Tussaud, como la Peak Galleria, disponen de magníficas terrazas, restaurantes y comercios. Se divisan las verdes laderas, los bosques de rascacielos enfrentados a los dos lados de la bahía, decenas de islas e islotes y los campos de cultivo y parques naturales de los Nuevos Territorios.

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Un Skyline a la altura del de Nueva York

Hong Kong tiene uno de los perfiles urbanos más fastuosos del mundo, un skyline con la firma de los más prestigiosos arquitectos internacionales, que nada tiene que envidiar al de Nueva York. En Hong Kong hay 317 edificios de más de 150 m. En la imagen se ve el Two Ifc (412 m), flanqueado por el Central Plaza (374 m), a la derecha, y The Center (346 m), a la izquierda.

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Como cantaba Abba: Money, money, money...

En Hong Kong el dinamismo hierve en sus calles abarrotadas de comercios, carteles luminosos, productos y gentes que van y vienen siempre con prisas, al igual que en los modernos pasadizos de cristal y metal que conectan sus rascacielos. Ambos lados de la bahía conforman una ciudad caótica, supersticiosa y bullanguera. Los siete millones y medio de habitantes de la RAE acuden frenéticos al trabajo, salvavidas al que se agarraron cuando escaparon de la guerra civil china (1945-1949), del comunismo o de la Gran Revolución Cultural para convertirse en ciudadanos de segunda clase del imperio, sin derecho siquiera al pasaporte británico. La mayoría llegó sin nada y, asida a un trabajo de doce horas diarias, seis días a la semana, se ha ido llenando los bolsillos y exhibe sin pudor su riqueza. Hong Kong es La Meca del capitalismo más puro y exhibicionista.

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Preserva un encanto tradicional

Otra de las curiosidades que ofrece Hong Kong son los pequeños templos encajonados entre altas torres, como el Tin Hau, en el sur de la isla o también el monasterio de Chi Lin, un bello conjunto budista de templos de madera y estanques de lotos que se halla en Diamond Hill, dentro de Kowloon.

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Hong Kong con nocturnidad y alevosía

La noche de Hong Kong es tan famosa como su cocina. La calle Lan Kwai Fong en Central, repleta de bares y pubs, se llena de tal marea de gente que la fiesta está más fuera que dentro. Turistas y empleados expatriados y hongkoneses del enjambre de oficinas del barrio sacan sus copas de los locales y disfrutan del ambiente relajado e internacional. Los pubs y discotecas de la calle Wan Chai, en Causeway Bay –el distrito contiguo a Central–, también están muy concurridos y permanecen abiertos hasta el amanecer. Cada atardecer, se levanta el mercado nocturno de Temple Street. La calle se cierra al tráfico, tenderetes de ropa y todo tipo de artilugios cubren las aceras, adivinos de cartas o con pájaros que predicen el futuro y quirománticos se sientan a la espera de clientes, se improvisan escenarios de ópera cantonesa o de músicos. 

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¡Todos a la mesa!

Capital culinaria de Asia, Hong Kong no solo tiene excelentes restaurantes de las distintas cocinas chinas (de Cantón, Sichuán, Shanghái, Shandong, Hunan y Pekín) sino de todo el planeta y, en especial, japonesa y tailandesa. Son tantas las exquisiteces que resulta difícil elegir, pero nadie puede irse sin haber saboreado los deliciosos dim sum que prepara el restaurante con estrella Michelin más barato del mundo. Se trata de Tim Ho Wan, que ya tiene varios locales, pese a lo cual es necesario armarse de paciencia y hacer cola –la media es de unos 45 minutos– para conseguir mesa y comenzar a degustar las distintas especialidades que van ofreciendo en cestos de bambú los conductores de los carritos de aprovisionamiento. Lo normal para dos personas suelen ser diez platos, cuyos precios oscilan entre uno y tres euros.

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Espacio para la nostalgia

Nadie olvida la multitud de sampanes, con sus velas cangrejas, que poblaban lo que en cantonés se denomina Heung Kong Tsai, Pequeño Hong Kong, que significa en español Pequeño Puerto Fragante, nombre que le viene del antiguo comercio de sándalo. Hoy en día todavía es posible contratar un sampán para dar una vuelta por la zona, entre los astilleros y los yates del Aberdeen Marina Club. La aglomeración le quita encanto a la escena, pero siempre que no sea domingo en temporada de baño –acaba en noviembre, aunque el agua aún ronda los 25 ºC–, la playa de la bahía de Repulse, de arenas blancas y muy cuidada, es el mejor lugar de Hong Kong para darse un chapuzón. Una red antitiburones marca el límite para los bañistas.

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La excelencia del transporte público

Los taxis no son muy caros y el transporte público, tanto el autobús como el metro, funciona a la perfección. Seis líneas de tranvía cruzan de punta a punta la isla, el núcleo más antiguo de la ciudad. Aunque los más acaudalados siguen usando sin rubor su propio Rolls Royce.

Monasterio de Chi Lin