
Los Alpes están presentes en nuestro imaginario desde las primeras lecciones de historia y geografía: Aníbal cruzándolos a lomos de elefante, las épicas conquistas de los picos más altos, los inicios del esquí... Y todo focalizado en una montaña totémica, el Mont Blanc (4.810 m). Para ver de cerca el que durante mucho tiempo fue considerado el techo de Europa, el valle francés de Chamonix es perfecto. De las imponentes masas glaciares emergen picos de nombres sugerentes (Aiguille Verte, Dent du Géant, Mont Maudit), los pueblos parecen sacados de una postal y la villa de Chamonix, con sus comercios y sus restaurantes, viste en invierno sus calles con los abigarrados colores de los esquiadores.
Desde cualquier punto del pueblo, los ojos se escapan buscando la redondeada cumbre del Mont Blanc y sus nieves eternas. Callejeando encontraremos los monumentos a los primeros conquistadores: el doctor Paccard, el botánico Horace-Bénédict de Saussure y el guía Jacques Balmat, que apunta con el dedo a la montaña, flanqueada por la Aiguille du Midi (Aguja del Mediodía, de 3.842 m) y el Dôme du Goûter (Cúpula de la Merienda, de 4.303 m). Estos curiosos nombres se deben a que antiguamente servían de referencia para saber las horas.
La construcción del teleférico de la Aiguille du Midi arrancó en 1910, pero detenida y retomada a tramos, no concluyó hasta 1955. Este teleférico facilitó a los alpinistas la subida al Mont Blanc y abrió un nuevo y vertiginoso aliciente turístico al valle. En la terraza de l’Aiguille du Midi, contemplando la Vallée Blanche, se mezclan familias, alpinistas, escaladores y esquiadores que luego veremos deslizarse sobre este manto blanco, más de 20 kilómetros de descenso fuera pista. La vista se extiende hasta territorio italiano, unido por un telecabina en verano. Vemos asomar el Dent del Géant, las Grandes Jorasses y, en segundo plano, alcanzamos a distinguir incluso la triangular silueta del Matterhorn o Cervino, en la frontera entre Suiza e Italia.
De regreso a Chamonix conviene acercarse a la Maison de la Montagne para identificar sobre una maqueta gigante los picos que acabamos de contemplar, y subir a su biblioteca, donde gente de todas las nacionalidades consulta libros de escalada y vías de ascensiones. Otra vez en la calle, paseamos entre escaparates que exhiben las marcas más famosas de prendas de esquí y de montaña, comercios de productos regionales que parecen museos etnográficos y el Casino, con un regusto belle époque. Para concluir la jornada, nada como probar la cerveza de la Brasserie du Mont-Blanc –afirman que está elaborada con agua de los glaciares– en el bar Des Sports, donde solían reunirse guías y alpinistas míticos.
Al día siguiente subimos a Montenvers, literalmente «monte del revés» en oposición al otro lado, poblado por prados, bosques y una abundante fauna. En este paisaje de roca y hielo destacan tres elementos: el tren cremallera rojo (1908-1909), el Grand Hôtel (1880) y el imponente glaciar, bautizado como la Mer de Glace por Saussure en el siglo XVIII.
Las primeras expediciones por el macizo comenzaron aquí en 1741. En esa época había un servicio de guías, porteadores y muleros que acompañaban a los turistas, la mayoría ingleses, hasta el mirador de Montenvers para ver el glaciar y los seracs. Estos enormes bloques de hielo deben su nombre al queso fresco sérac, presentado en cubos que se quiebran con facilidad. Un sendero temático explica la construcción del tren en 1908 y la tradición local de los buscadores de cristales de roca.
Tras visitar una cueva de hielo debajo del glaciar y dar cuenta en el restaurante de una contundente tartiflette, plato típico a base de patata, panceta y queso reblochon fundido, bajamos a la villa para acabar de pasar la tarde con dos visitas: el Museo Alpino, que desgrana historias de conquistas y sagas de guías locales, y el Espace Tairraz, que ofrece vivir la experiencia de una escalada en un simulador.
La siguiente jornada nos lleva por rutas olímpicas. Chamonix fue sede de los primeros Juegos Olímpicos de Invierno, en 1924. Bajo el primer tramo del teleférico de la Aiguille du Midi, desde la carretera en dirección a Les Houches, todavía se pueden ver restos del primer trampolín de esquí, de la pista de bobsleigh y del teleférico de Les Glaciers.
La cara más tradicional del valle la encontraremos en el alpage o pequeña aldea de Charrousse, accesible desde Les Houches en dirección a Les Chavants. Es un lugar con vistas espectaculares y viejos chalets de madera, la casa típica de los Alpes, levantada sobre una base de piedra y con un tejado a dos aguas de poca inclinación para evitar que la nieve caiga e impida la entrada.
Si queremos observar el valle y el paisaje desde otra vertiente, subamos a las Aiguilles Rouges, agujas de granito cuyas líneas verticales se recortan sobre el cielo y cuyos tonos cálidos les ha dado nombre. Una opción es subir en el teleférico de la Flégère, que sale del coqueto pueblo de Les Praz, a solo dos kilómetros de Chamonix. Desde aquí parten en verano numerosas excursiones de montaña, entre otras al lago Blanco. En invierno es un marco incomparable para el esquí, pero también un gran balcón con exposición al sur desde el que saborear una fondue mientras se contempla el Mont Blanc y los parapentes de colores planeando en el cielo.
Las últimas luces del día hay que aprovecharlas en Les Gaillants, a las afueras de Chamonix, en cuya pared rocosa se creó la primera escuela de escalada. Su pequeño estanque y los árboles serán un bonito marco para fotografiar el espectáculo de los últimos rayos de sol tornando rojiza la Aiguille du Midi y tiñendo de un color rosado el Mont Blanc.
MÁS INFORMACIÓN
Documentos: DNI y un seguro para actividades de montaña.
Idioma: francés.
Moneda: euro.
Cómo llegar y moverse: El aeropuerto más cercano es el de Ginebra (Suiza), a 88 km. En tren, con la línea de St Gervais-Le Fayet. Por autopista, Chamonix se halla a 844 km de Barcelona y a 1.000 km de San Sebastián. La tarjeta de Huésped (Carte d’Hôte) del valle permite circular gratis en el Chamonix Bus y en el tren Mont-Blanc de la SNCF. El minibús Les Mulets es gratuito.
Turismo de Chamonix