Praga, la seductora capital de la República Checa

Tras el deshielo de un invierno riguroso y continental, que cubre la ciudad de nieve, el río Moldava de hielo y las colinas de silencio, la primavera se vuelve gloriosa en Praga

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Ciudad de puentes

De los 18 que cruzan las aguas del Moldava en Praga, el de Carlos IV (1357) es el más icónico. Hasta 1841 fue el único que unía los dos orillas.

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La Plaza de la Ciudad Vieja

El Ayuntamiento está repleto de detalles góticos y barrocos. El reloj astronómico (siglo XV), en la base de la torre, es el elemento que más miradas atrae. 

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La Casa Danzante, 1996.

El atractivo arquitectónico de la ciudad también reside en la variedad de edificios de interés artístico: iglesias, sinagogas, teatros, palacios y viviendas.

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Clementinum

La biblioteca barroca es una de las salas más bellas de este antiguo monasterio jesuita. Tras el Castillo, es el segundo mayor complejo de edificios de Praga.

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Rudolfinum

Una prestigiosa sala de conciertos de 1896.

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El río moldava

Los cruceros permiten contemplar Praga desde otra perspectiva. Hay excursiones de día y también de noche, de solo unas horas o con almuerzo y cena.

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Sinagoga Española, 1868

Aunque el siglo XIX fue el más prolífico en construcciones, la capital checa es una suma de estilos artísticos, fáciles de distinguir durante un paseo: del gótico al barroco y del modernista al contemporáneo.

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Catedral de San Vito

Ubicada en el recinto del Castillo.

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Malá Strana

El barrio situado a los pies del Castillo prácticamente no ha cambiado desde el siglo XVIII. En la imagen se distingue la cúpula y el campanario de la magnífica iglesia de San Nicolás.

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Puente de Carlos IV

Dos torres flanquean la puerta que da al barrio de Malá Strana. En la imagen se distingue a la izquierda la figura de san Adalberto, una de las treinta que se erigen a lado y lado del puente.

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Estatua de Kafka en el barrio Judío

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El Teatro Negro y de marionetas

La sala está a oscuras y, en el escenario, la única iluminación se la llevan unos objetos que parecen flotar. Es el Teatro Negro, un espectáculo mudo que maravilla por su delicadeza y que se representa en el Teatro de Imagen de Luz Negra, el Teatro Blanik, el Teatro Metro y el Teatro Animato. Más genuina de Praga se considera la Ópera de Marionetas, documentada desde el siglo XVI. Muchos artistas realizan sus propias marionetas. El mejor lugar de la ciudad para verlo es el Teatro Nacional de Marionetas, en la calle Zatecka.

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Rincones con tradición

En la Ciudad Nueva la cervecería "U Fleku" sirve especialidades checas y cerveza de elaboración propia desde 1499.

Un aura de misterio se mantiene siempre en esta ciudad, que se niega a ser conquistada o conocida por completo. Así ha sido desde que se fundó, agazapada en los alrededores del castillo, en el siglo X. Primero, la Ciudad Vieja. Unos doscientos años después, la Ciudad Pequeña o Malá Strana, pensada para la población alemana. Y la Ciudad Nueva o Nove Mesto, en el siglo XIV.

Cuando se pasea por Praga estas diferencias resultan poco relevantes, pues la ciudad absorbe y asimila la historia. En un centro carente casi por completo de presencia moderna, la excepción es la preciosa Casa Danzante, a la orilla del Moldava, construida entre 1992 y 1996 por Frank Gehry y Vlado Milunic. Entre las vecinas fachadas barrocas, el rompedor edificio deconstructivista se curva sobre la calle con tal gracia que fue bautizado como Ginger y Fred, y se ha convertido en un símbolo de Praga.

¿Por dónde comenzar? Quizá por el Castillo, que domina la ciudad y ofrece una vista impresionante de los tejados, las torres y el río. Antes o después de presenciar el cambio de guardia de las doce del mediodía, conviene visitar la galería del castillo, que alberga obras notables –de Rubens y Tiziano, entre ellas–, y la catedral gótica de San Vito, que rebosa de paneles con piedras preciosas y vidrieras deslumbrantes y cuyo campanario regala una panorámica única.

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Siempre que se pueda hay que ver Praga desde las alturas, como contemplar los retazos de la ciudad desde el Callejón de Oro. Esta calle del barrio del Castillo es ahora famosa, pero su puñado de casitas de colores brillantes y unas ventanas pensadas para la ensoñación no debieron de ser así hace siglos, cuando eran el hogar y taller de los orfebres o cuando Franz Kafka pasó el invierno de 1916 en el número 22. Sí, El castillo, su gran novela, está inspirada por estas paredes y estos muros. Resulta tentador imaginarse a ese chico alto y flacucho, de ojos ardientes, la vergüenza de su próspero padre comerciante, mientras bajaba hacia la ciudad.

Podemos seguir sus pasos a través del Puente de Carlos IV, el más antiguo y espectacular de Praga, nexo obligado durante siglos entre las dos márgenes del Moldava. Quizá miraría sin ver las 30 esculturas que lo custodian, el brillo en el pedestal de San Juan Nepomuceno, el santo al que arrojaron al río por discreto y que según la leyenda concede los deseos que se le piden. Kafka cruzaría después el gigantesco Clementinum, corazón de la cultura centroeuropea, que aglutina universidades, bibliotecas, observatorios y donde, según Borges, un grupo de bibliotecarios busca a Dios en una de las letras de uno de los infinitos libros que alberga.

Kafka, que escribía en secreto extrañas historias de personajes aún más extraños, atravesaría la placita Malé námestí, con su pozo entre las casas antiguas y profusamente decoradas, y doblaría hacia la plaza del Ayuntamiento. Entre las nueve de la mañana y las nueve de la noche, ahora como entonces, el reloj astronómico concentra toda la atención con el cambio de las horas. El enigmático mecanismo de tres esferas se pone en movimiento a las horas en punto y, entonces, las figuras de la Muerte, la Avaricia, la Lujuria y la Vanidad, junto con los Doce Apóstoles, comienzan un carrusel público.

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Las terrazas cercanas al reloj ofrecen un exclusivo primer plano del espectáculo mil veces repetido frente a un café, una de las renombradas cervezas checas o un aguardiente local, el becherovka, por ejemplo, de 38º y tan potente como la absenta. En otros siglos se debían ver otras escenas mucho más cruentas: los checos inventaron la defenestración al solucionar las crisis de estado por la drástica pero efectiva costumbre de tirar a los responsables por las ventanas. En 1419 catorce consejeros municipales volaron desde la torre del Ayuntamiento, arrojados por una multitud descontenta. En 1618 varios representantes del gobierno del emperador cayeron desde las ventanas del Castillo, empujados por la nobleza local. En este caso no murieron, porque fueron a parar sobre un montón de estiércol.

Kafka sabría, sin mirar, que la figura de la Avaricia del reloj medieval representaba a un comerciante judío, como su padre. Muy cerca de allí comenzaba el gueto, el lugar donde el emperador José II permitió en el siglo XVIII que los judíos practicaran su religión con libertad. Hacinados, pero al menos con derecho a su culto, la comunidad judía de Praga vivió durante siglos sin mezclarse con el resto de la población, con sus diversas sinagogas, sus comercios y su cementerio vertical.

Aquí, en el siglo XVI, nació el mito del Golem, otra invención checa. Fue durante el reinado de un monarca obsesionado con la magia negra y la alquimia, Rodolfo II, que convirtió su corte en una barra libre para magos, astrólogos y estafadores. El rabino Loew, la máxima autoridad judía, preocupado por su comunidad, amasó con barro del Moldava una figura a la que dotó de vida con un encantamiento, el Golem. Aquella criatura ayudaba a los judíos en sus agotadores trabajos y, sobre todo, los protegía de los ataques antisemitas. La leyenda dice que duerme en lo alto de la sinagoga Staronova (la Vieja-Nueva), en una habitación sellada que los turistas solo pueden contemplar por fuera. Borges, nuevamente, le dedicó un poema: "En la hora de angustia y de luz vaga,
en su Golem los ojos detenía".

Un monarca obsesionado con la magia negra y la alquimia, Rodolfo II, que convirtió su corte en una barra libre para magos, astrólogos y estafadores

El Golem no logró proteger a su ciudad durante la invasión nazi entre 1938 y 1945. Kafka había muerto en 1924, pero sus hermanas perecieron en campos de concentración. La ciudad quedó bajo el puño de hierro de Heydrich, el carnicero de Praga, que masacró a los judíos y a la resistencia checa. Aún así, la comunidad judía sobrevivió y, en la actualidad, su barrio recibe miles de visitas que recorren sus calles.

Merece la pena entrar en la sinagoga Española, con una espectacular decoración morisca, filigranas doradas e innumerables lámparas; o en la sinagoga Maisel, contemporánea del Golem, y desde luego en la sinagoga Pinkas, que custodia la entrada del antiguo cementerio judío. Incluso quienes no sean amigos de visitar cementerios deberían ver este: sin flores, solo las lápidas de quienes descansan allí, capa sobre capa, en un laberinto de tumbas y nombres.

Cuando cae la noche y las luces transforman Praga en una ciudad aún más misteriosa, es el momento de buscar otros entretenimientos. Por ejemplo, la Ópera de Marionetas o el Teatro Negro, que ofrece obras para niños y para adultos. O los conciertos vespertinos en los teatros y las iglesias barrocas, algunas de las cuales cuentan con órganos centenarios perfectamente conservados. Los más interesantes tienen lugar en la Casa Municipal –un extraordinario edificio modernista–, en la Sala Smetana, sede de la Orquesta Sinfónica de Praga.

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Si se prefiere un ambiente más moderno, hay que moverse por la plaza Velkoprevoské, dedicada a la libertad y la resistencia, en cuyo muro cubierto de grafittis destaca la efigie de John Lennon. O dirigirse a la isla fluvial Kampa, donde algunos pubs ofrecen comida y bebida casi a cualquier hora. Otro símbolo de la libertad lo encontramos en la plaza Wenceslao: allí se inició la Primavera de Praga, en 1968. Una vez más, este pueblo constantemente oprimido y conquistado demostraba su independencia y su determinación.

Praga acumula tantos edificios bellos que resulta casi imposible no planear una segunda o tercera visita: la Ópera del Estado, en la calle Wilsonova, una imitación de la de Viena; la preciosa Estación Central, modernista; la Torre de la Pólvora, con sus esculturas casi negras a la puerta de la Ciudad Vieja… Pero no son solo las callejuelas enrevesadas o los mil detalles en cada rincón lo que nos seduce. La magia de Praga radica en algo inexplicable que se escapa, una emoción intangible que te hace regresar para intentar aprehenderla.