La casa-museo de Robert Graves cae hoy justo enfrente de la carretera por donde pasan los cicloturistas que quieren atacar las curvas de la Ma-10 hasta el Cabo de Formentor. Pero cuando él llegó, por allí no pasaba nadie. Sacaban el agua de un pozo y plantó un huerto, abrió ventanas al mar, vistió pantalones cortos y sandalias, dejó sus legendarios cabellos blancos al viento y fue feliz hasta que la Guerra Civil, y más tarde la II Guerra Mundial, lo sacaron de la isla. Fueron diez años de añoranza hasta que pudo volver. Hoy, gracias a la labor de la Fundació Robert Graves parece que uno pueda encontrar al escritor aún en su despacho, en la imprenta o en el huerto. Hoy, ese museo es un pulso lanzado al olvido.
LOS VERANOS MALLORQUINES DE CORTÁZAR
Otra poeta que llegó a Deià poco después de que lo hiciera el británico fue la nicaragüense Claribel Alegría. Lo hizo junto a su esposo, el gringo Darwin ‘Bud’ Flakoll. Se compraron una casita en el centro del pueblo y ‘Bud’, que parece ser que tenía buena mano para estos menesteres, la reformó. Saludaban desde la ventana al bueno de Robert Graves cuando le veían pasar por la calle. En aquella casa —los actuales dueños la siguen llamando Can Blau—, fue a donde llegó por primera vez Julio Cortázar con Aurora Bernárdez. Luego lo fue haciendo otros veranos, uno de ellos, con la uruguaya Cristina Peri Rossi (Premio Cervantes en 2021). Siempre Mallorca como un rincón donde descansar, la alternativa a su querido Saignon, en la Provenza. Un lugar que recordar en los tiempos complicados.
Pasamos la vida tratando de no olvidar hasta que un día el olvido resulta irremediable y, entonces, se van borrando las circunstancias biográficas que nos permiten vivir. Cuando di con Carlos Meneses (Lima, 1929) en su casa de Palma de Mallorca, él llevaba ya tiempo apurando el débil rastro de su memoria. Fue su mujer quien me invitó a pasar, avisándome de que él ya no recordaba apenas nada de los años pasados, pero que fuera de todos modos, que con 'Coco' —ella y todos los amigos le llamaban así cariñosamente— nunca se sabía, que igual de pronto le llegaba algún destello, un fulgor o una chispa de donde poder salvar algún recuerdo.

Foto: Shutterstock
Carlos Meneses era uno de los últimos conocedores de los veranos mallorquines de Julio Cortázar en Deià. El periodista peruano, residente en Mallorca desde 1964, especializado en literatura sudamericana y en el paso de escritores como Jorge Luís Borges por la isla, fue el único que entrevistó al astro argentino con vida durante una de sus últimas estancias isleñas. Fue la ocasión en la que Julio Cortázar tuvo un tira y afloja con un paparazzi de la extinta revista Interviú, tras haber acudido una tarde a la cala a refrescarse. Y debía hacer calor, porque por aquel entonces bajar al mar era más o menos fácil. Lo duro era subir después la cuesta, más cuando todos los integrantes de aquella expedición playera eran fumadores empedernidos. Pero el caso es que bajaron a la cala y allí la poeta Cristina Peri Rossi se bañó en topless.
Los fotógrafos de la revista hicieron algunas fotos con teleobjetivo y aparecieron publicadas con el titular: “las tetas de Julio Cortázar”. Era la década de 1970 y unas tetas ya eran noticia, más si al lado aparecía un famoso escritor que por entonces vivía con frenética intensidad su activismo político; pero, ¿en qué año y mes y día sucedió todo aquello?
La visita a Carlos Meneses me dejó la misma sensación que Michael Jacobs describió en El ladrón de recuerdos (Ed. La Línea del Horizonte) de su encuentro con Gabriel García Márquez en Cartagena de Indias: tenía ese mismo aspecto entre enfadado y perplejo que mostraba el colombiano en sus últimos días, como si ambos se desentendieran por momentos de un mundo que les comenzaba a molestar. A pesar de ello, Carlos Meneses trató de ser amable, trató de recordar y algo recordó, arrancó algunas briznas al pasado, de cuando Julio Cortázar pasó por aquel mismo salón donde tratábamos de charlar sin caer demasiado en los espacios en blanco de su memoria: recordaba la visita, lo alto que era, la "relación imposible" —dijo exactamente— con Cristina Peri Rossi. Lo que no logró recordar fue la fecha exacta que yo quería averiguar.
“Tomo sol y vino blanco en las Baleares”
En la extensa correspondencia que mantuvo Julio Cortázar durante su vida —su memoria epistolar— aparece Deià mencionado una decena de veces y en una postal que envió a su amigo Ricardo Bada, escribió: “Tomo sol y vino blanco en las Baleares”. Se la podría tomar prestada Turisme de Illes Balears para su próxima campaña de promoción por la síntesis que hace de un verano perfecto.

Julio Cortázar hacía muchas más cosas que tomar sol y alguna que otra copa de vino blanco en la casa de su querida amiga Claribel Alegría. También tocaba la trompeta y, sobre todo, escuchaban jazz; mucho jazz, a los grandes, a Thelonius Monk, Charlie Parkers, Miles Davis... Eran noches que tenían mucha liturgia. Recordó aquellos dulces días con nostalgia y emoción su amiga en el libro Mágica tribu (Ed. Berenice). También lo recordó Cristina Peri Rossi en Julio Cortázar y Cris (Ed. Cálamo), donde dedicó un capítulo a aquellos veranos perfectos en el que explicó cómo todos celebraron el triunfo de la revolución nicaragüense (1979) en la terraza llena de plantas y flores de la casa de Claribel. Tal vez Can Blau fue uno de los primeros lugares de España donde llegaron noticias desde Nicaragua de la caída del régimen de Somoza.

Foto: Shutterstock
LA CALA DEL TOPLESS
Recuerdos, remembranzas y semblanzas van tejiendo el pasado, pero cuando la tramontana sopla fuerte parece capaz de borrarlo todo, de deshacerlo todo, como si el viento fuera el propio olvido. Así los pueblos de la sierra viven entre el pasado y el presente, entre el recuerdo y el olvido, según sople o no el viento. A quienes han conocido la tramontana les sucede igual, saben que la memoria es lo que queda después de un día de viento. Por eso Cristina Peri Rossi dejó por escrito sus recuerdos y, una vez en forma de libro, descansó y, finalmente, ella misma decidió olvidar porque cansa responder siempre a las mismas preguntas.
En Julio Cortázar y Cris rememoró cómo solían bajar todos a la cala de Deià, que para ello había que atravesar un largo camino plagado de rocas, arbustos, piedras, piedrecitas, helechos y “numerosos accidentes geográficos”, como según parece que decía el propio Julio Cortázar en broma. Que una vez en la arena —hoy en cambio no hay arena y sí grandes bolos redondeados y pulidos— se sentaban a la sombra del único chiringuito que había entonces. Que un día, les siguieron los fotógrafos de Interviú hasta la cala y que les hicieron fotos a él y a ella, que andaba en topless, porque pensaban que era su nuevo amor. Que ella tuvo ganas de demandarlos, pero que él le dijo que total se tenían que ganar la vida de alguna forma y que, además, a él le gustaría que, efectivamente, fuera así, que ella fuera su nuevo amor —la "relación imposible" que me dijo Coco—.
Eso debió suceder el verano en el que Carlos Meneses entrevistó a Julio Cortázar en el piso de Palma de Mallorca donde yo lo visité porque sí recordó que en aquel entonces el argentino llegó acompañado de Cristina Rossi Peri, pero no logró recuperar del olvido cuándo fue exactamente. Ella tampoco estuvo por la labor de decirme la fecha exacta cuando la contacté tras mi encuentro con Carlos Meneses. De salud delicada y preparando una antología de sus cuentos y poemas, la poeta me dijo que no tenía nada más que agregar: mejor decir, entonces, que todo aquello sucedió en un dulce verano mallorquín de los años setenta del siglo pasado y que ya a nadie le puede importar.

Foto: José Alejandro Adamuz
Una tumba y todas las tumbas
“Y si ahora rememoro en una costa mallorquina digna del castillo de Don Gaspar, es porque todo se ha vuelto de nuevo infancia desde ayer por la tarde a partir del instante en que me fue dado ver, desde el mirador del Archiduque Luis Salvador cerca de Deyá, el rayo verde”. Con cinco kilómetros de costa escarpada, Deià tiene además de su cala y de Llucalcari, el paisaje de Sa Foradada y Son Marroig muy próximos. O lo que es lo mismo, Deià tiene el privilegio de ser seguramente el único escenario español que aparece mencionado explícitamente en la extensa obra de Julio Cortázar, porque allí se sintió otra vez como un niño. Apareció en un cuento que tituló ‘Un sueño realizado’, incluido en el libro Papeles inesperados, obra póstuma editada por Alfaguara en 2009.
Se refiere Julio Cortázar en el texto al rayo verde de la novela de Julio Verne, ese efecto óptico que es tan difícil de ver porque se produce sólo bajo unas muy determinadas condiciones atmosféricas. Pero cuando ocurre, se ve como un fulgor, una chispa intensa que tiene, en definitiva, la misma cualidad epifánica que sólo tienen los recuerdos fijados por la emoción.
Tal como se puede ver en la lápida de su sencilla tumba en Deià, Robert Graves murió en 1985. Un año antes, murió Julio Cortázar en París. Por aquel entonces, Claribel Alegría ya no vivía en Deià y aquellos días del verano mallorquín eran ya sólo recuerdos. Ella voló desde Managua a su funeral, pero como explica en Mágica tribu, llegó tarde. Cristina Peri Rossi, en cambio, decidió no ir al entierro. Según explicó en su libro, prefería recordar a Julio Cortázar vivo, eternamente joven, viajero, sano y sólo “a veces un poco melancólico”: también el olvido o el recuerdo pueden ser una elección personal, a no ser que sea uno de esos olvidos definitivos que te alejan de ti mismo para siempre como el que padeció Carlos Meneses (In Memoriam).
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