Sankt Gilgen
Sankt Gilgen y Hallstatt comparten su estatus de pueblito lacustre, aunque con diferencias. Y es que Sank Gilgen puede presumir de haber sido el lugar de vacaciones de los arzobispos de Salzburgo, siendo ahora la escapadita más socorrida para las fortunas más pudientes de dicha ciudad. De hecho, lo tiene todo, desde una ribera idílica a orillas del Wolfgangsee hasta unas montañas que, sin ser los Alpes tiroleses, sí que tienen altura y fotogenia. Además, su casco histórico guarda sorpresas como la casa de la madre de Mozart así como una estatua en honor a este músico.
Heiligenblut
A los pies de Grossglockner, la montaña más alta de Austria, esta coqueta localidad parece querer desafiar la estampa montañosa. ¿Cómo? Pues gracias a una iglesia, dedicada a San Vicente, que desde el siglo XV lleva compartiendo skyline con las cumbres más vertiginosas de los Alpes. A esta fotogenia tan gótica, Heiligenblut le añade una red de callejuelas repletas de chalets de montaña que atestiguan la evolución de esta urbe: de pueblo de paso a destino exclusivo de invierno.
Dürnstein
Dürnstein no se refleja en un lago, sino en un poderoso Danubio que, a su paso por la región de Wachau, baja parsimonioso. Un espejo que este pueblito no ha desaprovechado, llenando su orilla de casonas y torres que asombran por su presencia y su belleza. El rascacielos más ostentoso es el de su abadía, de estilo barroco y que pone de manifiesto quién ha controlado aquí siempre el negocio del vino: los agustinos. Y en lo alto de la colina, el antiguo castillo recuerda, con sus ruinas, que aquí estuvo prisionero Ricardo I de Inglaterra.
Maria Alm
Recostada en el cauce de un precioso valle del estado de Salzburgo, Maria Alm se lo debe todo a su iglesia parroquial. No es que se trate de una construcción religiosa de especial relevancia artística, es que siempre ha ejercido de faro para pastores y peregrinos que, partiendo de esta localidad, cruzaban las montañas hasta la ermita de San Bartolomé en el lago de Königsee. Su estampa sigue ejerciendo de faro, aunque ahora haya más senderistas que caminantes piadosos rondando sus altas montañas.
Gmunden
Este precioso pueblo parece querer demostrar que Hallstatt no tiene la exclusiva como icono lacustre. Y es que, a sus hotelitos de montaña y a su ribera de colores pastel, esta localidad le añade un coqueto castillo en medio del lago Traun. Aquí vivió, desde el siglo XI, el gobernador de la comarca, de ahí que, siglo a siglo, haya ido evolucionando hasta convertirse en un palacio. Su aspecto actual conserva mucho del que sorprendía a propios y extraños en el siglo XV, por mucho que la nieve y la fachada compartan color.
Bad Gastein
Los balnearios alpinos no han muerto. Sí, puede que no gocen de la fama y la alcurnia que antes les precedía, pero siguen teniendo ese encanto vintage y, sobre todo, una ubicación donde huir del mundanal ruido. Precisamente esto es lo que le ha sucedido a Bad Gastein, un lugar rebosante de aguas termales cuyos hoteles y edificios se han ido adaptando a una juventud sedienta de experiencias anacrónicas, pero con WiFi. Más que de una película de Disney, Bad Gastein es más propia del imaginario de Wes Anderson o de Jim Jarmusch.
