Montfalcó Murallat
Cuenta una leyenda local que, durante uno de los muchos asedios que han soportado los imperecederos muros de Montfalcó, los atacantes lanzaron mensajes atados a pedazos de pan incitando a la población a rendirse. La sorpresa fue que éstos respondieron con otros mensajes ahora acompañados de pescado fresco, confirmando así sus buenos suministros y la intención de no claudicar. Se dice que el secreto estaba en un largo túnel conectaba la población con Les Oluges, el núcleo más cercano. La villa se ha mantenido cerrada al mundo exterior desde que, hacia el siglo XI, sus murallas fueran levantadas en lo alto de una colina, en mitad de la llanura ilerdense, tratando de alcanzar una mejor posición defensiva por entonces frente a los ataques musulmanes. Arcos ojivales y de medio punto pasan sobre las cabezas de los visitantes, quienes pueden descubrir en el casco antiguo el antiguo horno comunal donde las familias iban a cocer el pan tras haber preparado la masa en sus casas.
Ager
Encajado entre el cauce de la Noguera Pallaresa y la Ribagorçana, dos ríos cuyas aguas heladas descienden directamente de las cumbres pirenaicas, el pequeño municipio de Àger reúne a su alrededor un entorno natural con múltiples atractivos. Una de las actividades preferidas de los visitantes es el vuelo en parapente que permite contemplar la espectacular panorámica del macizo del Montsec, donde anida el quebrantahuesos, que comparte espacio con águilas reales y buitres leonados. Las calles del centro histórico conducen, en pendiente, hacia el hito arquitectónico de la localidad: el conjunto monumental de la Colegiata de Sant Pere. Con un bello claustro del siglo XIV, la estructura mezcla estilo románico y neogótico. Certificado como destino Starlight, una de las mejores experiencias es pasar la noche con la mirada puesta en un cielo limpio con condiciones inmejorables para contemplar el firmamento.
Gerri de la Sal
Como su propio nombre indica, la idiosincrasia de este pueblo cuyas casas viven asomadas a río Noguerra Pallaresa está fuertemente vinculado a la industria salinera. Hay constancia de la extracción de sal desde el siglo IX y sus beneficios han sido el principal motor económico de la localidad durante mucho tiempo. En las Salines de Gerri se puede conocer cómo se llevaba a cabo el proceso productivo, ver cómo brota de la tierra el agua salada y terminar de profundizar en todos los detalles de este fructífero negocio en el Museo que acoge el antiguo edificio del Almacén salino. El legado de la época medieval en el pueblo se puede apreciar en el entramado urbano y en el puente formado por una gran arcada de estilo gótico. Siguiendo el trazado del camino que lo cruza, un sendero penetra en el bosque y conduce hasta la bucólica iglesia románica de Santa Maria de Gerri.
Taüll
La tecnología ha hecho posible que los muros desnudos del ábside de Sant Climent de Taüll cobren de nuevo vida. Un estudiado juego de luces proyecta líneas que se convierten en figuras humanas y símbolos hasta reconstruir una de las mayores obras pictóricas del románico: el Pantocrator, un tesoro que se conserva en el Museu Nacional d’Art de Catalunya, en Barcelona. Esta iglesia es uno de los nueve templos del Valle de Boí reconocidos por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad el año 2000. Pero el pequeño pueblo de Taüll no tiene una sino dos joyas del románico: la iglesia de Santa Maria, en la plaza central, que exhibe una pintura mural de la Epifanía. Cuando fueron construidas en el siglo XII, Taüll era uno de los accesos más transitados al valle, de ahí su nombre, que deriva de la expresión vasca Ata-Uli, «el pueblo del puerto». Antes de partir vale la pena acercarse al «faro», el pino en el que se encienden las fallas (troncos) que a finales de julio bajan hasta la plaza de Taüll iluminando el camino con su fuego.
Bagergue
Apartado de cualquier gran núcleo urbano, el pueblo de Bagergue goza de una tranquilidad inusitada considerando que está ubicado cerca de una de las estaciones de esquí más apreciadas de España, Baquèira-Beret. Aquí, a más de 1.400 m de altitud, predominan los tejados de pizarra que invierno tras invierno aguantan impasibles las nevadas de la temporada. Y en verano, los balcones floreados sobre las fachadas de piedra completan la típica postal de este pueblo instalado en pleno Pirineo catalán. Para conocer el modus vivendi de este y otros rincones araneses, merece la pena una visita al Museu Eth Corrau que, con más de 2.500 piezas, muestra cómo era la vida cotidiana y la artesanía rústica propia de la región. Y para descubrir la belleza de un entorno natural privilegiado, se puede aprovechar el sendero GR-211 que discurre cercano al pueblo y a través de cuyo recorrido se atraviesan imponentes paredes verticales, cañadas y extensos prados de pasto.