En el #5: Beceite
A finales del siglo XVIII llegaron a contarse hasta nueve molinos de papel en Beceite, algo que aupó al municipio como una importante capital industrial de Aragón. En estos molinos se fabricó el papel para la primera edición de la serie de grabados La tauromaquia de Goya, o las cartulinas para los preciados naipes que Heraclio Fournier fabricaba en Vitoria para los principales casinos del mundo. Luego los molinos cayeron en desuso y se convirtieron en ruinas. Y hoy, muchos de ellos han sido restaurados e incorporados en el entramado urbano con otros usos turísticos.
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El conjunto tiene su interés arquitectónico, con fachadas de sillares, portadas adoveladas, balcones en ménsula, portales que ofrecen puntos de fuga y perspectivas rurales de gran belleza o la barroca iglesia parroquial de San Bartolomé. Sin embargo, hay en la naturaleza de los alrededores otro reclamo poderoso. Por un lado, los Puertos de Beceite, la cadena montañosa al sur del Matarraña que es una galaxia para senderistas y acólitos de los deportes de adrenalina; por otro, El Parrizal con sus aguas cristalinas entre barrancos profundos, que se puede caminar por plataformas y escaleras acondicionadas para todo el público.

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En el #4: Fuentespalda
En la línea urbana chata de Fuentespalda sólo destaca la Torreta, una antigua torre cuadrangular de piedra que en su día fue cárcel pública. En los últimos años, a las casas palaciegas del pueblo, como la casa de los Belsas en pleno centro, y a la iglesia parroquial, les ha salido un competidor de altura: la tirolina más larga de Europa de doble cable. Tan alta, que los buitres de la buitrera cercana se asoman en el cielo a veces para ver a los intrépidos que se lanzan por ella. Dejan atrás un zumbido metálico que vibra en el ambiente y que se puede escuchar si cuando se cruza la carretera de Fuentespalda coincide con algún lanzamiento.
A seis kilómetros del pueblo, se llega a la ermita de San Pedro Mártir, una de las muchas que salpican el territorio. Un poco más allá, uno de los establecimientos hoteleros icónicos de Matarraña, la Torre del Visco, un auténtico lujo rural para todos los sentidos.

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En el #3: Cretas
Se traspasa el Portal de San Antonio, el de Valderrobres o el de la Capilla de San Roque, vestigios de la antigua muralla que una vez encerró el pueblo. En sus calles aún se puede escuchar cómo pasan el bando con las últimas noticias de los pueblos vecinos. Son, sobre todo, entierros y anuncios de los ayuntamientos. El tiempo parece haberse detenido en Cretas, salvo cuando llega el verano, que es cuando los visitantes recorren el variado trazado urbano, sorprendidos por el patrimonio artístico, con la Iglesia de la Asunción (s. XVI) como gran referente, y otros edificios nobles como la Casa Turull. Destaca el uso de la piedra sillar de tono dorado que caracteriza tanto al pueblo. En la Plaza Mayor, la esbelta columna central, casi como un pequeño faro. Dicen los del lugar que allí se colgaba antiguamente a los reos que habían cometido delito público.
Cretas ha vivido los últimos tiempos un renacer de sus industrias más tradicionales, el vino y el aceite, productos a los que han sabido dotar de personalidad. Precisamente, es cerca de una de las viñas más antiguas de la localidad, en Mas Toribio, donde se pueden encontrar una de las manifestaciones que quedan de los más antiguos pobladores de Matarraña, los túmulos ibéricos.

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En el #2: Calaceite
Como el resto de pueblos de Matarraña, Calaceite hay que pasearlo con calma, en modo flâneur rural. Es entonces cuando el visitante ve florecer aquí y allá cantidad de detalles que sumados resultan en la belleza total del pueblo: sillerías antiguas, ventanales góticos, capillas portales de gran belleza, escudos heráldicos... De todo ello da buena cuenta su calle Mayor, de las más hermosas de la comarca. Los dos arcos porticados que sustentan la casa consistorial en la Plaza Mayor sirven de refugio tanto en verano como en invierno. Conviene no dejarse atrás la iglesia de la Asunción, su portada barroca de columnas salomónicas provoca más de un síndrome de Stendhal.
No se queda atrás en potencial stendhalazo rural el vecino poblado ibérico de San Antonio. Todos los lugareños avisan: vayan al atardecer. Por estos lares llevan disfrutando del crepúsculo desde el siglo V a.C. El horizonte no ha cambiado demasiado desde entonces.

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En el #1: Valderrobres
El puente de piedra con el río recibiendo el reflejo de Valderrobres es una de las postales más conocidas de Matarraña. Sin embargo, para conocer el resto del tesoro, hay que atravesar la torre-puerta de San Roque. Todos quieren subir hasta la parte alta de la población, hasta el palacio-iglesia donde los arzobispos de Zaragoza venían a pasar algunas temporadas, uno de los góticos aragoneses más espectaculares. Muchos de los mayores recuerdan, pero, cómo el antiguo recinto se convirtió en campo de juegos. Nada que ver con la actualidad, restaurado y joya de la corona patrimonial de Matarraña.
Tras traspasar la puerta, destaca el edificio del ayuntamiento, con su enorme alero de madera volado, bajo el que los vencejos suelen anidar cuando llega el buen tiempo. El casco antiguo mantiene la estructura original en pendiente. Las escalinatas zigzagueantes y floridas son el corazón del pueblo. Hay casas de tres alturas, estrechas, altas y aireadas. Antiguamente, las fachadas se encalaban y se pintaban con azulete para prevenir epidemias, además, cuentan, para repeler a los mosquitos. Hoy, se prefiere la piedra vista en las casas rehabilitadas. Las otras, las que siguen en ruina son las que revelan los estratos históricos de las antiguas arquitecturas vernáculas.