viaje anticiclónico

Islas Azores: qué ver en el paraíso atlántico de Europa

Aunque comparte latitud con Sevilla, este archipiélago le ofrece a Portugal su cima más alta y un paisaje asombrosamente clorofílico.

El clima, siempre el clima. Ciertos territorios no han de esforzarse para persuadir al viajero de que pueden ser admirados en cualquier época del año. Poco a poco, el archipiélago de Azores ha aprendido a vivir con su anticiclón y se ha consolidado un turismo contra la estacionalidad. De hecho, entre el comienzo del otoño y el final del invierno las nueve islas ofrecen un número creciente de actividades recreativas que hacen que el viaje resulte inolvidable.

Montanha do Pico

Montanha do Pico / Foto: iStock

1. La ascensión al pico de Portugal

Pero reconozcamos lo obvio: el cielo en las Azores puede cambiar súbitamente cuando el diablo se frota los ojos. El sol se esconde y la promesa de un día radiante puede desvanecerse en unos segundos. Tan interiorizado está el clima en la identidad insular que en Mau Tempo no Canal (Mal tiempo en el canal), el libro fundamental de Vitorino Nemésio sobre el carácter isleño, su influencia modifica los sentimientos y condiciona las acciones de los personajes.

 

Pese a todo, la lluvia o la nieve pue-den ser hoy tan valoradas por el viajero moderno como el sol. Tan pronto como caen los primeros copos en la Montanha do Pico (2351 m), el techo de Portugal, un tropel de viajeros se hace al frente, decididos a emprender el sublime ascenso a una de las cúspides atlánticas más distinguidas. En la isla de Faial, la ciudad de Horta era para Nemésio un «palco anual frente a ese escenario (…), a veces con la cima púrpura cortada por una nube ceniza (…), a veces con un cielo de algodón sucio». Aunque se halla en  Faial, separada de la isla de Pico por un canal, para muchos la atractiva ciudad de Horta es también el campo base antes de escalar.

 

El esbelto volcán de Pico atrae las nubes y no siempre se deja ver, pero cuando finalmente se abre un claro y se disipa la niebla –condiciones indispensables para que las autoridades locales autoricen los ascensos, debidamente monitorizados con GPS–, la montaña se rinde a las hormigas humanas que trepan hacia la cima. Es fundamental no descuidar la ropa de abrigo, los alimentos energéticos y el agua. La empinada ascensión hoy debe realizarse bajo la orientación de un guía autorizado.

 

2. El Caminho das Lagoas en Pico

De regreso a las partes más accesibles de la Ilha do Pico hallamos rutas de senderismo para todos los gustos. La isla conserva importantes masas de vegetación autóctona e impresionantes lagunas. El Caminho das Lagoas conecta precisamente las Lagoas do Caiado, la Lagoa Seca, la Lagoa do Peixinho y la Lagoa do Paúl, dando acceso privilegiado a un paisaje de turberas. Con suerte, el observador de aves podrá ver mirlos y reyezuelos, que valoran la tranquilidad en estos ecosistemas de media montaña.

Gruta das Torres
Gruta das Torres / Foto: iStock

La lluvia, cuando rompe, no suele durar. Pero si lo hiciese, el viajero siempre tiene a su disposición la Gruta das Torres. El tubo de lava más grande del país mide 5 km y es fruto de la actividad volcánica que se produjo hace como máximo quince siglos. El descenso de la larga escalera que conduce a la cueva resulta casi ceremonial. Quizá la mente del viajero se haga eco de las palabras de Ti Amaro, el ballenero que Nemésio utiliza como comentarista en su novela, recordando que «este suelo de nuestras islas, gracias a Dios, ¡está todo roto!»

Isla Faial (Azores)
Isla Faial / Foto: iStock

3. Faial, la isla más atlética

En Faial el ecoturismo está presente todos los meses del año. Actividades marinas como el avistamiento de cachalotes, rorcuales norteños o ballenas barbadas, que frecuentan sus aguas en verano, están suspendidas en invierno. Pero se anima al viajero a hacer senderismo en la caldera del Cabeço Gordo, bordeada de hortensias, o el paisaje lunar del volcán de Capelinhos, gestado en 1957. Faial presume de ser la isla la más atlética del archipiélago. Cada mes de mayo acoge el Trial Running, una competición que se podría describir como una carrera ininterrumpida de una punta a otra de la isla

 

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La Grande Rota dos Baleeiros (125 km y 5000 m de desnivel) es otra competición internacional que atrae atletas a Faial. Enlaza todos los antiguos puestos de observación para la caza de ballenas, situados en promontorios encaramados sobre el océano. Es un ejercicio de contacto con la naturaleza pero también una lección acerca de uno de los cambios culturales más extraordinarios que ha experimentado esta sociedad. El último cachalote fue cazado en las Azores en 1987 y la actividad ballenera, el sustento de muchas familias durante un siglo y medio, se reconvirtió en la actual industria de avistamiento de cetáceos. El Museu dos Baleeiros en la isla de Pico muestra cómo se desempeñaba esa actividad casi artesanal.

Faro de Faial
Faro de Faial / Foto: Shutterstock

4. entre caminos por faial

Faial ofrece asimismo rutas a pie siguiendo el único canal de conducción de aguas de la isla. En Praia do Norte comienza un sendero de 7,6 km accesible a cualquier caminante. Cuando la niebla cae sobre el bosque de laurisilva se instala un aura mística inolvidable, como si un mundo de hadas y duendes se antepusiese a la razón y en cada curva el camino revelase un pasaje secreto al pasado. También hay empresas que realizan paseos a caballo por Faial, una experiencia ideal para todas las edades.

Sao Jorge
Sao Jorge / Foto: iStock

5. São Jorge, la templada

En São Jorge el viajero puede sentir la tentación de confirmar en el calendario si ha cometido un error en el mes del año. De hecho, mientras la mayoría de las playas del hemisferio norte reducen drásticamente las oportunidades para surfear, esta isla mantiene las condiciones ideales.

 

La costa norte de São Jorge, la más resguardada, reúne 30 de las 46 fajãs de la isla. Estas estrechas plataformas de lava, encajadas al pie de las laderas y cercadas por el mar, constituyen un paisaje único y fueron declaradas Reserva de la Biosfera. Fajã dos Cubres suele congregar a la pequeña comunidad de surfistas isleños y siempre da la bienvenida a los forasteros con una sonrisa y espacio de recreo. La configuración del relieve genera vientos favorables para surfear. La costa sur, aunque más impredecible, también tiene un lugar privilegiado en Fajã dos Vimes.

6. La Fajã de las almejas

Si se viaja a São Jorge en otoño o invierno significa que la pesca de uno de los manjares más populares de la isla, las almejas, ha terminado. Solo se encuentran en la laguna de la Fajã de Santo Cristo y son una maravilla gastronómica que el mundo exterior comienza a descubrir paulatinamente. La presencia del voluminoso molusco en este único enclave es tema de acaloradas discusiones en los cafés de la isla; circulan explicaciones para todos los gustos sobre su origen desde hace aproximadamente un siglo.

 

Todavía en São Jorge, en el intervalo entre la incesante tarea de capturar en una fotografía el majestuoso paisaje de la montaña que vertió lava en el mar, el viajero tiene un museo único en Calheta. Se rinde aquí homenaje al compositor Francisco de Lacerda, uno de los muchos azoreños notables que, a través de la música, dejó su huella en el mundo. Fue uno de los fundadores de la Filarmónica de Lisboa, así como director de orquesta en Francia y Suiza. A São Jorge volvía para descansar. «O Fragueira, o París» es una frase suya que ha perdurado. Mirando de nuevo al paisaje salvaje y verde es difícil no estar de acuerdo.

Sao Miguel
Foto: iStock

7. Sao Miguel de ayer y siempre

De vez en cuando, la Biblioteca Pública de Ponta Delgada ofrece a los pobladores de la isla de São Miguel un pequeño privilegio: abre el precioso cofre donde se guardan algunas de las mayores reliquias literarias de autores isleños y muestra las páginas manuscritas de una obra única. Saudades da Terra, del cronista Gaspar Frutuoso (1522-1591), es el documento fundacional de la identidad azorana. En el libro, que solo fue de acceso público a partir del siglo xx, el primer escritor nacido en las Azores dejó sus impresiones sobre el archipiélago y sus primeros pobladores, el paisaje y los animales de las islas.

 

Guiados por la narrativa de Frutuoso, nos ponemos en camino por uno entre las decenas de senderos marcados en la isla de São Miguel. Elegimos el Atalho dos Vermelhos, en el noreste, una ruta con una dificultad media de poco más de 5 km. Es un paseo tentador entre zonas de importancia fundamental para las aves y las masas arbóreas que aún sobreviven del bosque endémico.

 

Con el recuerdo fresco de Saudades da Terra, el viajero puede comparar el paisaje que se le presenta con las descripciones de Frutuoso donde «el bosque era tan espeso que en muchas partes un perro no podía pasar entre los árboles, ni siquiera por debajo. Y en muchas ocasiones se recorría una gran distancia sin que los hombres pusieran los pies en la tierra, sino que avanzaban por encima de los árboles». Tramos del sendero nos permiten volver al siglo xv y a ese tupido bosque donde «unos bueyes se perdieron y caminaron por la montaña durante tres o cuatro años».

Vila Franca do Campo
Vila Franca do Campo / Foto: iStock

8. Vila Franca do Campo y la isla con forma de corazón

Con el alma renovada por la caminata y la lección naturalista, me encamino a una de las zonas de restauración y ocio más extraordinarias de São Miguel: Caloura. En la aldea nunca han olvidado las incursiones de los piratas, para las que estaba aquí instalado el puesto de defensa de la isla. Los «ataques» son hoy de tinte gastronómico y, ante la exuberancia de pescados y mariscos, el visitante baja rápidamente sus defensas y se deja vencer.

 

Vila Franca do Campo es testigo de la rica historia de la isla. Aquí se instaló la primera capital administrativa hasta que un devastador terremoto en el siglo xvi detuvo el ímpetu colonizador y canalizó hacia Ponta Delgada las aspiraciones de fundar una ciudad. Una vez más, Frutuoso nos guía en la interpretación del paisaje, recordando cómo los arroyos de lava «enfriados con el aire, pronto se convirtieron en bizcochos de piedras en bruto, como tantos otros en muchas partes de la isla».

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El museo local es otra fuente de orgullo de las Azores. Rinde tributo al pionero José Cordeiro quien, a finales del siglo xix, realizó aquí importantes experimentos en la producción y distribución de energía hidroeléctrica, anticipándose a los científicos europeos.

Vila Franca do Campo
Vila Franca do Campo / Foto: iStock

Vila Franca do Campo se ha hecho famosa entre la comunidad de aventureros internacionales al formar parte del circuito Red Bull Cliff Diving. Su islote con una bahía interior perfectamente circular sirve de trampolín a los atletas capaces de saltar al mar desde 27 m de altura. Los barcos parten de Vila Franca do Campo de mediados de junio a mediados de octubre. El cupo de personas que pueden estar a la vez es de 200, con un máximo de 400 por día. El resto del año, cuando se detiene el servicio regular de embarcaciones, el Ilhéu es un destino paradisiaco. Se accede entonces a él a través de empresas que organizan excursiones guiadas para contemplar aves como la pardela atlántica o el charrán común. A cambio, el viajero debe respetar el frágil equilibrio del lugar.

9. Isla de Flores y sus barrancos

En la isla de Flores el aficionado al barranquismo cuenta con un amplio abanico de propuestas, desde desniveles extremos a tramos sencillos, si bien São Jorge y São Miguel también son otros buenos destinos. Flores ofrece cauces fluviales bastante llanos, idóneos para caminar simplemente sobre el río o arroyo. Pero en otros grados de dificultad, que resultan accesibles a través de alguna de las empresas especializadas, la ruta requiere saltos, rápel y deslizarse por toboganes de basalto pulidos por el agua. La ruta más exigente desciende 225 metros de paredes verticales y garantiza entre 4 y 5 horas de alta adrenalina.

Isla de Flores y sus barrancos
Isla de Flores / Foto: Getty Images

En contraste, el magnífico Museo de la Fábrica de la Ballena de Boqueirão, en Santa Cruz das Flores, capital de la isla, ofrece una oportunidad para recuperar el aliento y aprender más sobre la relación íntima de los marineros con los grandes cetáceos. Una vez más, acude a la mente la crónica de Gaspar Frutuoso, con el célebre pasaje en el que da cuenta de la osadía de «un pez que no era ballena, sin hueso ni espina (…) que, si abriese la boca, bien pudiese caber y entrar por ella una yunta de bueyes con su carro».

 

Las Azores, islas encantadas del Atlántico, serán siempre un territorio de descubrimiento y fascinación por la naturaleza. Independientemente de lo que puedan decir los meteorólogos.