Nadie en su sano juicio discutiría la espectacularidad de la ciudad de los canales, la majestuosidad de la Plaza de San Marcos y el magnetismo de su estética gondolera y carnavalesca. Sin embargo, hay una Venecia más allá de las postales que sabe compaginar su estatus de edén romanticoide con el de urbe viva y vibrante. Es decir, que tiene sus ritmos, sus liturgias, sus modos de vida y unas direcciones un tanto clandestinas para el turista medio.
Pese a que esta introducción pueda remitir a sestieri e islotes periféricos como Castelo, Giudeca o Cannaregio, el protagonista de esta guía es Dorsoduro, el barrio que no necesita al Ponte Rialto ni a la horda de turistas para ser el más animado e inquieto.