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Venecia sin salir de Dorsoduro

Un recorrido por el barrio más canalla, vibrante y, a su vez, más artístico de la ciudad.

Nadie en su sano juicio discutiría la espectacularidad de la ciudad de los canales, la majestuosidad de la Plaza de San Marcos y el magnetismo de su estética gondolera y carnavalesca. Sin embargo, hay una Venecia más allá de las postales que sabe compaginar su estatus de edén romanticoide con el de urbe viva y vibrante. Es decir, que tiene sus ritmos, sus liturgias, sus modos de vida y unas direcciones un tanto clandestinas para el turista medio.

Pese a que esta introducción pueda remitir a sestieri e islotes periféricos como Castelo, Giudeca o Cannaregio, el protagonista de esta guía es Dorsoduro, el barrio que no necesita al Ponte Rialto ni a la horda de turistas para ser el más animado e inquieto.

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DORSODURO: EL ORIGEN

Lo primero que hay que entender es que este vecindario nació para cerrar el Gran Canal por el sur y proteger a toda la ciudad de la presión que ejercían los grandes barcos que navegaban por el río de Giudeca. Por eso, su extremo sur se construyó con más pilotes de madera y con un refuerzo de piedra más duro que el del resto de los islotes. De este modo, la ciudad se pudo permitir construir y recibir grandes barcos que, a la larga, fueron le clave de su despegar económico.

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EL ICONO: SANTA MARÍA DELLA SALUTE

Más allá de San Marco, esta es la gran iglesia, la clara demostración de que Venecia es barroca no solo por horror vacui, también por preferencias constructivas. La obra maestra del arquitecto Baldassare Loghena no es solo un monumento fotogénico, es todo un prodigio ingeniero. ¿Por qué? Pues porque sus cimientos están fijados sobre 1.156.000 de pilares de madera (sí, la ciudad está levantada sobre pinos de los Alpes y rematada por piedra de Croacia)  y porque su planta octogonal rompe con el monopolio de la cruz latina. Y luego el número 8 que está presente en todos los cálculos, medidas y proporciones.

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LA ENTRADA AL GRAN CANAL

El otro punto mainstream de este barrio es la Punta de la Dogana, el lugar donde se recibía a los mercaderes que entraban al Gran Canal y donde se cobraba el impuesto de la aduana. Un lugar impresionante ya que estaba pensado para asombrar al marinero desde el primer instante y que, más allá de ubicación, sorprende por su resplandeciente y dorada veleta-escultura dedicada a la buena fortuna.  

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EL ORGULLO ARTÍSTICO DE LA CIUDAD

La galería de la Academia es, en cierto modo, el triunfo del arte. Es decir, el lugar donde la ciudad puede presumir de haber tenido una escuela de pintores y escultores que desde el silo XV. En este museo se reivindica y se exhibe todo lo que genios como Tiziano, Tintoretto, Veronese, Tiépolo o Canaletto produjeron para los gremios e iglesias de la ciudad en un contexto único: la escuela e iglesia de la Caridad y el convento de los Canónigos Lateranenses, este último obra de Andrea Palladio. Un complejo que, junto al icónico puente de la Academia, suele ser el punto de entrada a este barrio. 

Foto: D.R.

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LA MANSIÓN DE PEGGY

Pero, más allá de albergar el museo con el que Venecia se reivindica como polo cultural desde el quattrocento hasta el siglo XVII, Dorsoduro es el hogar de la casa-museo de Penny Guggenheim. Y eso es mucho decir. ¿Por qué? Pues porque esta institución acoge los cuadros y esculturas de esta díscola coleccionista que supo ver y valorar como pocos las creaciones de la postvanguardia europea. Un espíritu libre que dotó de personalidad su palazzo frentre al Gran Canal y que lo llenó de obras de Picasso, Pollock o Rothko.

Foto: Javier Zori del Amo

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¿QUÉ HACEMOS CON TANTO ALMACÉN?

El éxito indiscutible de la bienal de arte ha convertido a Venecia en una ciudad repleta de espacios adaptados a los lenguajes creativos contemporáneos. Por eso, lo más complejo en ocasiones es elegir qué instituciones merecen la pena y cuáles no. Más allá de entrar en polémicas, hay una que brilla por encima de todas. Y esa es la Punta della Dogana, un museo levantado en el antiguo almacén de la aduana y cuyo proyecto de rehabilitación y adaptación es obra del premio pritzker Tadao Ando. Su punto diferenciador es que organiza exposiciones de la mano de alguna de las colecciones más interesantes de Europa, además de ser un filón para archilovers ya que la intervención de Ando es tan sencilla como bella y eficaz.  

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DONDE NACEN LAS GÓNDOLAS

Lejos de los suelos encerados y los marcos, Dorsoduro presume de su autenticidad veneciana. De hecho, aquí se entiende a la perfección cómo se organizó económicamente la ciudad durante el Medievo y la Edad Moderna, con comunidades que se agrupaban entorno a campos presididos por una iglesia y un pozo. Eso sí, lo que hace único el canaleo por este lugar es el Squero di San Trovaso, uno de los pocos astilleros de góndolas que siguen en activo.

Foto: Age

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EL DULCE POR ANTONOMASIA

Muy cerquita de este taller se encuentra la mítica Gelateria Nico, uno de los pocos lugares auténticos que quedan en Venecia. El hecho de estar algo retirada de las arterias turísticas de la ciudad la permite seguir siendo fiel a sí misma, lo que no quita que el servicio en terraza tenga un sobrecargo muy veneciano. No obstante, su barra mantiene el encanto añejo y sirve sin descanso el Gianduiotto, una copa de helado cuyo sabor principal es el de chocolate con avellanas.

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INDIANA JONES ESTUVO AQUÍ

La Iglesia de San Barnaba llama la atención por dos curiosidades. La primera, que aún presume de haber sido la mítica biblioteca de Indiana Jones: la última cruzada. La segunda, de esta desacralizada y servir para exposiciones de todo tipo y de calidad desigual. Pero, además del fetichismo y la singularidad, este templo puede presumir de sintetizar, en su exterior, lo que es Venecia (góndola-canal-iglesia) y de mostrar un poco lo que es la vida aquí, con el puesto de verduras flotante de Fabio Caregnato. Junto a este llamativo lugar se encuentra el Puente de los Puños que recuerda una lucha entre familias nobles de la ciudad que se resolvió a guantazo limpio.

Foto: iStock

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LA VENECIA UNIVERSITARIA

Dorsoduro destaca, además de por el arte, por acoger las principales sedes de la universidad de Venecia. Un hecho que tiene una consecuencia maravillosa: los bares y restaurantes que cuentan con este público como feligrés. La mayoría de ubican en el Campo Santa Margherita, un epicentro gastronómico único ya que apenas cuenta con locales para guiris. ¿Los imprescindibles de esta plaza? La Osteria alla Bifora y sus tapas, el Caffè Rosso y sus espressos y las porciones gigantescas y baratas de Pizza Bien.  

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