Dicen que la postal nunca fue real, que el arquitecto del siglo XIX Viollete-Le-Duc la reconstruyó en base a sus ideales románticos y no basándose en lo que un día hubo aquí. Pero lo que es indiscutible es que sus murallas fueron y siguen siendo poderosas, su emplazamiento es pura épica y sus callejuelas -sí, plagadas de tiendas de souvernirs- son un túnel en el tiempo. Esta es una carta de amor a uno de los rincones más bellos de Europa, a uno de los imprescindibles de Occitania y uno de los Patrimonios de la Humanidad por los que cruzar la frontera, una maravilla medieval... Sobran los epítetos, pero, lo que está claro es que, pese a no ser un lugar gigantesco, sí que necesita un poco de orden para que la visita sea completa. Todo es tan sencillo como cumplir con estos siete mandamientos.