El gran cofre de la Costa Dálmata

Qué ver en Dubrovnik, la gran joya fortificada de Croacia

Abrazada por sus murallas, la vieja Ragusa conserva los mil encantos que fascinaron a los comerciantes hace siglos... y a los viajeros contemporáneos.

En todo viaje a Dubrovnik hay un antes y después de subir a sus murallas, el gran atractivo de la ciudad. Sin embargo, más allá de la circunvalación completa a sus robustos muros hay muchas direcciones que hay que tener en cuenta, muchas chinchetas en el mapa que ayudan a organizar el maravilloso caos que supone callejear, subir escalinatas y procrastinar en cualquiera de sus terrazas y arcadas. ¡Que empiece el recorrido!

Vídeo: Clara Huguet i Millat

Dubrovnik en 90 segundos

Vídeo: Clara Huguet i Millat

EL VIEJO Y PODEROSO PUERTO (Y SUS FORTALEZAS)

Pese a que los excursionistas de un día y los cruceristas han hecho de la entrada noroeste, la Puerta Pile, el acceso más recurrido de todo viaje a Dubrovnik, acceder por el viejo puerto sigue teniendo un encanto especial. No en vano, era la bienvenida que todo comerciante -previa cuarentena- recibía durante los siglos más boyantes de esta ciudad-bastión costero. De hecho, uno de los primeros edificios antiguos que se encuentra el viajero al llegar desde el litoral sur es Lazareti, el edificio donde los marineros permanecían aislados con el fin de descartar cualquier enfermedad contagiosa, y que preludia, con sus ventanas enrejadas, el constante encuadre de mar y piedra que espera la llegar a la ciudad. 

Al llegar a la fortaleza Revelin, una compleja y poderosa construcción militar levantada en el siglo XVI para defenderse de los avances otomanos, la vista duda si enfocarse en los poderosos muros y fosos que conforman su estructura o en las pasarelas visuales hacia el antiguo puerto. Para aquel al que le tire el Adriático, la recompensa es un bodegón de barquitos pesqueros adosados a muros históricos con el fuerte de San Juan como telón de fondo. A los amantes de las piedras les espera un sinfín de recovecos, puertas poderosas y, como colofón, la escalinata de la iglesia del Monasterio Dominicano que, pese a relucir casi nueva -fue de los lugares más dañados por los bombardeos serbomontenegrinos de 1991- magnetiza por su monumentalidad.

 

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Al llegar a los edificios del viejo puerto sorprenden las logias convertidas en terrazas, los numerosos puestecillos de excursiones y actividades naúticas así como Skala y Zrinski. los barcos vintage que transportan a los locales y curiosos a la vecina isla de Lokrum. Para todo aquel que quiera profundizar más en la relación entre mar y ciudad, el museo marítimo, ubicado en las entrañas de la Fortaleza de San Juan, hace un repaso histórico rápido y fácil de comprender que explica cómo la vieja Ragusa consiguió ser una república independiente gracias a su flota naval militar y comerciante. 

 

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COLUMNA DE ORLANDO E IGLESIA DE SAN BLAS

Pese al embrujo del pasado portuario, Dubrovnik es lo que es gracias a su altísima -en ocasiones indigerible- concentración de monumentos y de rincones fotogénicos. El primero está nada más dar la espalda al mar, cuando se atraviesa la Torre del Reloj y se llega a la Plaza Luza, más conocida ser el inicio de la fotogénica calle Stradun. Pero antes de alzar la vista y perder la mirada en esta hipnótica vía enlosada, conviene pararse en la ornamentada columna que preside esta explanada. Se trata de un curioso homenaje a un caballero que en el siglo VIII derrotó a los piratas sarracenos y garantizó la paz de la ciudad.

Eso sí, la escultura, pese a haberse esculpido en el siglo XV y ser la más antigua de Dubrovnik, ha sufrido numerosas restauraciones debido a lo expuesta que está a los vientos y a las tormentas que se arremolinan en estas coordenadas. Pero al viajero no le interesa tanto datar esta pieza como profundizar en sus curiosidades, como el hecho de que fuera usada para castigar, flagelar y humillar a los delincuentes o que la longitud del brazo derecho de Orlando sirvió durante siglos de medida comercial para ponerle valor a las mercancías.

Otra singularidad es que cada tres de febrero ondea una bandera con la palabra Libertas con la que se celebra la fiesta de San Blas, patrón de la ciudad. De hecho, la iglesia vigilada por dicho caballero está dedicada a este santo y es todo un delirio barroco obra del arquitecto veneciano Marino Gropelli levantado a inicios del siglo XVIII. Una perfecta introducción al fastuoso inventario religioso de esta ciudad que, a ratos, parece una especie de Roma compactada entre murallas. 

 

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PALACIO DE SPONZA Y PALACIO DEL RECTOR

La declaración de intenciones que suponen los primeros monumentos intramuros rápido se convierten en una constante, sobre todo en los diversos palacios que configuran la parte sureste de la ciudad, la más próxima al puerto y la que durante siglos estuvo concebida para deslumbrar a los mercaderes. Dos edificios sorprenden por tener un carácter y refinamiento italiano. El primero es el palacio Sponza un prodigio del siglo XVI que actualmente se usa como archivo de la ciudad y que sorprende por su balcón exterior y su sorprendente patio.

El segundo, el palacio del Rector, recibe al viajero con una logia que alivia en los meses de verano y cuyos detalles hipnotizan por su meticulosidad y armonía. Su interior es la clara demostración del poder que ostentaba esta figura, principal gobernante de la ciudad, en cuyas estancias vivía y regía. Más allá del renacentista patio, sorprenden las habitaciones de estilo versallesco que despliegan todo el lujo posible en las plantas superiores. 

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LA CATEDRAL DE LA ASUNCIÓN

Al salir del Palacio del Rector resulta inevitable toparse con el lateral de este templo que, sin tener las dimensiones de un gran Duomo, sí que posee cierto misticismo. Sobre todo, cuando las gaviotas sobrevuelan su tejado espantadas por las campanadas que da la próxima Torre del Reloj. Pero, más allá de esta imagen que la propia Juego de Tronos utilizó como recurso para mostrar el poder que ostentaba la ficticia Desembarco del Rey, esta gran iglesia destaca por sus esculturas exteriores que le dan cierto aspecto vaticano.

Esta metonimia no es casual ya que esta construcción data, también, del siglo XVII, cuando tras el gran terremoto de la ciudad de 1667 las autoridades locales recurrieron a un arquitecto italiano, Andrea Buffalini, para que proyectara su reconstrucción si bien la factura final está firmada por otros diseñadores contemporáneos y compatriotas de éste. 

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LA ESCALERA E IGLESIA DE LOS JESUÍTAS

Eso sí, la gran semblanza con Roma se encuentra en la Iglesia de San Ignacio, el templo jesuita cuya fachada es casi una réplica idéntica de la casa madre de esta congregación en la capital italiana. Aquí lo notable no está en la fotocopia realizada a la obra maestra de Giacomo Della Porta, ni siquiera en un interior bastante pobre donde sorprende, por lo kitsch, la cueva artificial dedicada a la virgen de Lourdes. Está en la escalinata que conecta su plazuela de grava con el resto de la ciudad y que hoy está especialmente beatificada por los fans de Juego de Tronos, quienes la reconocen como uno de los escenarios más emblemáticos y menos transformados de esta ficción. 

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STRADUN ARRIBA Y ABAJO

La magia de la calle más emblemática de Dubrovnik solo se puede explicar desde la geometría. Y es que en los 280 metros que mide esta arteria todo parece estar medido al milímetro. En primer lugar, los edificios que la flanquean, todos ellos mellizos, que cumplen con la función de haber sido almacén comercial en sus pisos más bajos y residencia en los más altos. 

Una uniformidad que es casi hipnótica, pero que de repente es rasgada por la esbelta torre del monasterio Franciscano en su extremo occidental, como si fuera el punto de fuga de un cuadro renacentista. Esta sensación se acentúa al recorrer poco a poco su enlosado impoluto, casi marmóreo, un caminar que permite descubrir la forma trapezoidal de esta calle, cuya anchura va de más a menos conforme se van dejando atrás las principales instituciones de la ciudad. 

 

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LA TOSCA Y BELLA FUENTE DE ONOFRIO

Al final de Stradun espera la fuente de Onofrio, una infraestructura levantada en el siglo XV, cuando la ciudad decidió acometer una obra fundamental para su supervivencia: dotar a los vecinos de unos surtidores de agua potable. Esta obra permitiría a Dubrovnik sobreponerse a cualquier sitio y garantizar la salubridad de sus calles y edificios. Para ello, se le encargó al arquitecto napolitano Onofrio della Cava un acueducto que atravesara las murallas y que finalizase en una gran fuente. El diseño final fue una enorme estructura poligonal que ejercía de depósito y, también, de surtidora de agua gracias a las 16 caras (literales y metafóricas) de la misma. Hoy en día sigue cumpliendo esta función, ya que aquí el viajero se puede refrescar y beber. 

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EL FUERTE DE LOVRINEJAC

Si por algún motivo merece la pena atravesar los muros de la ciudad ese es el conquistar este bastión diseñado para defender Dubrovnik. Visitarlo no es tanto profundizar en los avatares de sus grietas y sus almenas, sino en, precisamente, contemplar la grandiosidad de la ciudad a la que protege. Y es que solo desde lo más alto del mismo se puede comprender la magnitud de sus murallas, lo inteligente de cada torre circular, de cada casamata moderna, de cada recodo inesperado. 

Al descender del propio Lovrinejac conviene procrastinar en la bahía oeste e imaginarse en la piel de un pirata sarraceno o de un enemigo veneciano intentando conquistar la vieja Ragusa con la moral por los suelos ante esta panorámica. No es difícil mimetizarse con ello si, sobre todo, se cae en la tentación de alquilar un kayak y circunvalar a paladas la península sobre la que se establece esta urbe. 

 

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Vistas desde la torre Minceta. Foto: Getty Images

VISITAR Y RECORRER LAS MURALLAS DE DUBROVNIK

El precio de la entrada a las murallas de Dubrovnik, que en 2023 estaba fijado en 35€ podría parecer un derroche, pero la inversión está más que justificada. Los datos están ahí: casi dos kilómetros de recorrido ininterrumpido que rodea la ciudad y que atestigua cómo la vieja república de Ragusa pudo permanecer intacta y próspera durante tantos siglos. No importa el orden en el que se recorren sus almenas, torres y fortalezas, aunque sí que es cierto que este tour consta de dos partes algo diferenciadas. Por un lado, la norte, la que transcurre más cerca de las montañas que hacen frontera con Bosnia-Herzegovina, cuyos muros se elevan a mayor altitud. Sobre todo al llegar al vértice noroeste, donde la Torre Minceta ofrece las mejores panorámicas de toda la ciudad. Todo este flanco, además, permite constatar la perfecta simetría de los callejones de la ciudad antigua, solo cortados por Stradun y por contadas travesañas estrechitas.

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La muralla sur, la parte más marítima del recorrido por las murallas permite al viajero compaginar el compás de las olas chocando contra la base rocosa de las murallas con las vistas a la propia fortaleza de Lovrinejac y el descubrimiento de los diferentes baluartes portuarios. Sobre todo, la fortaleza de San Juan, que en este tramo se abre como una especie de gran patio medieval almenado cuyo silencio es solo roto por el traqueteo del cercano puerto y de la Buza Bar, una terraza improvisada en una estrecha franja pétrea que hay entre el Adriático y la gran pared.

Pero deambular por estas defensas costeras también permite colares, como un voyeur, en la vida de los pocos ragusianos que siguen viviendo dentro de la ciudad amurallada. Un patio de colegio, una pequeña iglesia e, incluso, los restos abandonados de algunas casas conectan al turista con el día a día de una ciudad que pretende no ser un simple monumento.