La típica imagen de londinenses yendo frenéticamente de aquí para allá se detiene en cuanto se pone un pie en Dulwich. Entre sus cafés de cuento, sus parques frondosos y sus galerías de arte, los vecinos se mueven con una calma casi contemplativa más propia del relax vacacional que del día a día. Cuidado, porque la sensación es contagiosa pero el poder adquisitivo, no.