presente, pasado y futuro

Que ver en Córdoba: la joya del Guadalquivir con cuatro Patrimonios de la Humanidad

Una selección de trece lugares imprescindibles que ver de una ciudad que atesora un impresionante legado monumental.

En el Archivo de la Catedral de Córdoba se conserva un dibujo anónimo del siglo XVIII realizado a lápiz sobre un pequeño papel apaisado y algo roído. No tiene gran calidad gráfica, pero si es relevante es porque se trataría del primer mapa de la ciudad. La perspectiva es algo insegura, pero se reconocen diversos edificios religiosos, la muralla completa y sus puertas. También aparece el Puente Romano, del que hoy en día, después de veinte siglos, solo quedan originales los cimientos. Es el punto de partida para este recorrido por los trece lugares imprescindibles de Córdoba.

Puente romano de Córdoba

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1.Puente romano de Córdoba

Pero es en mitad de ese puente levantado sobre el Guadalquivir por dieciséis arcos, entre un lugar y otro, junto a la escultura del arcángel San Rafael, custodio de la ciudad, siempre rodeado de velas porque según la creencia la libró de lo peor de la peste en el siglo XVII, se obtiene una visión única de la ciudad, un collage visual que concentra varios siglos de historia, desde los tiempos del emperador Augusto hasta el Renacimiento: en el extremo sur del puente queda la torre de Calahorra, en el lugar donde hubo un castillo árabe; detrás se ve la Puerta del Puente, antiguo acceso a la urbe que formó parte del lienzo de la muralla, y más allá, la silueta de la Mezquita-Catedral. Mientras, el río discurre impasible a todo paso del tiempo, siguiendo su curso.

2.La mezquita de Córdoba: un collage arquitectónico

El borboteo de los caños refresca la atmósfera del Patio de los Naranjos, en cuyo pavimento de piedra dibujan líneas las sombras de los árboles. Por mucho que se hayan visto imágenes de su interior, el asombro está garantizado al entrar. El conjunto de columnas y elegantes arcos de herradura encabalgados y bicolores son una aproximación al infinito que supera la rigidez clásica de monumentos griegos y romanos. La Mezquita-Catedral es el resultado de sucesivas ampliaciones históricas que como si fuera un origami la hicieron crecer. 

La Mezquita de Córdoba en 90 segundos

Cuando Abd al-Rahman I escapó de Damasco tras la masacre de su familia durante la Revolución abasí, inició una larga travesía de cinco años que le convirtió de príncipe fugitivo a fundador de un emirato que en el año 773 ya se había independizado de Bagdad. Un destino paradójico que materializó en una mezquita levantada en un tiempo récord con materiales romanos y visigodos. La reutilización de las columnas no permitía suficiente altura, por lo que se usó la doble arcada. Sin embargo, gusta más la versión poética, la de que la forma de esa doble arcada recordaba a Abd al-Rahman I los bosques de palmeras de su Siria natal. 

Interior mezquita
La mezquita de Córdoba y su bosque de arcos | Foto: shutterstock

La mezquita original se amplió dos veces desplazando el muro de la quibla hacia el río, y una tercera con al-Mansur, hacia el este. Pero siempre se mantuvo una cohesión estética y el camino libre a la macsura, donde el califa realizaba sus plegarias, y al mihrab que daba la espalda a La Meca. Finalmente, cuando el rey Fernando III tomó Córdoba en 1236, la mezquita se consagró como iglesia, aunque el añadido más rupturista llegó a mediados del siglo XVI, transformando la silueta del edificio en el horizonte para siempre. 

3.la judería de Córdoba con Corto Maltés

Siguiendo la hilera de naranjos de la calle Torrijos, se llega al hospital de San Sebastián, emplazado sobre el antiguo alcázar omeya y hoy sede del Palacio de Congresos y Exposiciones. Es difícil competir contra la potencia simbólica y arquitectónica del monumento estrella de Córdoba teniéndolo tan cerca, pero ahí está la portada gótica llamando la atención. Dentro, aguardan la capilla flamígera y sus patios. Uno de ellos lo ocupa el Horno de Mel, una propuesta del chef Julio Pérez y la repostera Melbises Ceballos que le da un toque creativo a la tradición gastronómica local. 

Judería de Córdoba
La judería de Córdoba | Foto: Shutterstock

Más adelante del recorrido, aparece el entramado de la antigua judería con calles tan típicas y buscadas por los viajeros como La Calleja de las Flores. La comunidad sefardí de Córdoba se asentó dentro de la medina, en un barrio en el que hoy resuenan tanto los ecos de la historia como los de la ficción. Me siento acompañado por Corto Maltés, quien recordaba de su infancia una casa preciosa con un patio lleno de flores junto a la mezquita y también aquel día en que una amiga de su madre descubrió al leerle la mano que no tenía línea del destino. Lo que sí tenía el personaje que creó Hugo Pratt eran cartas de navegación. Al fin, las líneas de la mano, los mapas y las cartas marítimas sirven para lo mismo, para no perderse en el deambular. Porque en eso consiste visitar Córdoba. No hay otra forma de abordarla cuando tiempo y espacio se solapan en un palimpsesto urbano.

4.La sinagoga de Córdoba

La Sinagoga es ejemplo de ese palimpsesto que es Córdoba. Su inscripción fundacional no deja duda de su construcción en 1314, aunque su presencia se fue perdiendo, reescrita por nuevos usos. Seguía ahí, pero los diferentes sustratos arquitectónicos que se le fueron añadiendo la ocultaron a la vista de todos hasta el siglo XVIII, cuando el retiro de unos retablos alumbraron sus yesos. Cobró de nuevo así sentido la antigua judería que hechizó a los viajeros románticos con su laberíntico trazado de calles y ventanas enrejadas desde las que podían atisbar patios como agradables vergeles. 

5.Los patios típicos de Córdoba

Tapia blanca y sobre ella enredaderas y malvarrosas, azucenas, dalias, pensamientos, lirios y violetas… macetas con geranios, con alelíes, con gitanillas… la caña y la lata con la que regar a mano, al ritmo que requiere cada planta… aquí y allí los detalles, la pila, el candil, el cántaro, las sillas de enea… Los patios cordobeses hacen gala de un barroquismo floral fascinante.

Patio cordobés
Patrio cordobés | Foto: iStock

6.Centro contemporáneo de Córdoba

En el interior del meandro de la margen izquierda del río, tiene la ciudad su más reciente parque urbano, el de Miraflores, diseñado para integrar de forma contemporánea al río. Aquí tiene el encuentro con una ciudad que aparece como contraste de la Córdoba omeya del primer día de ruta. El parque alberga el Centro de Creación Contemporánea de Andalucía, más conocido como C3A, epicentro de la modernidad y también la más invisible de todas las ciudades que es Córdoba. 

Las primeras horas de la mañana se dedican al interior de este edificio radiante, poroso y flexible, un contenedor sorprendente que se articula como si fuera la calle interior de un zoco que da paso a los espacios expositivos. Alberga ahora Futuros abundantes, una exposición-ensayo que durará tres años (hasta 2024). “La historia siempre es la ficha del puzzle que falta en todo lo que hacemos”, explica Ai Weiwie a raíz de Luz, una obra magnética construida con una columna de la dinastía Ming y 5.000 cuentas de cristal, pero podría haberse referido a Córdoba. 

7.La Plaza del Potro

Puede cruzarse de nuevo a la orilla norte del río por el Puente de Miraflores, dedicándole un mirada a la escultura Salam (Paz). Se llega entonces por la Calle Lucano a la popular y empedrada Plaza del Potro, con su fuente rematada por un potro rampante que data del reinado de Felipe II. No se sabe bien si la fuente dio nombre a la plaza o si fue al revés, pero según las crónicas aquí se celebró un importante mercado de venta de potros y mulas al que acudían viajeros y pícaros de todos los rincones. La blancura de la plaza la rompe el antiguo Hospital de la Caridad, hoy sede del Museo de Bellas Artes y del Museo Julio Romero de Torres.

Plaza del Potro
Plaza del Potro | Foto: iStock

Su fachada recuerda que este fue rincón cervantino y que el autor, “de abolengo cordobés,” mencionó la plaza en el Quijote. Esta especie de distrito museístico se completa con el Centro Flamenco Fosforito, la sede cultural de la Universidad de Córdoba y la Fundación Antonio Gala, por lo que la mañana se puede alargar ad infinitum de sala en sala.

8.Plaza de la Corredera

Y si hay una Córdoba cervantina también la hay una barojiana, cumpliendo así con dos de los principales pilares de la literatura española. El plano y la guía para descubrirla está entre los párrafos de La feria de los discretos, donde se encuentran panorámicas como la dedicada a la cercana Plaza de la Corredera, un rectángulo a modo de plaza mayor donde hacer un alto en alguna de las terrazas que hay bajo sus arcos. No hay ya alpargaterías con sus ruedos de pleita ni los talabarteros ni baratilleros, pero sí queda algo de la escena vibrante que describió el novelista en el mercado municipal que ocupa la antigua Casa del Corregidor.

9.Templo romano de Córdoba

En este ir deambulando, se acaba por pasar delante del Templo Romano de Córdoba, especie de faro arqueológico y reminiscencia de la Corduba romana. Hoy hay turistas que lo encuentran casi por casualidad, pero en su época era lo primero que veían de la ciudad los que llegaban por la Vía Augusta. Es uno de los rastros desvaídos de aquella colonia patricia que fundó Claudio Marcelo en el siglo II a. de C. Una colonia que llegó a tener el teatro más grande de toda la Hispania, hoy integrado en los sótanos del Museo Arqueológico por donde hay que pasar si se quiere seguir leyendo el enorme palimpsesto urbano que es Córdoba. 

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Templo romano de Córdoba | Foto: iStock

También reescribe en el tiempo el chef Paco Morales, quien ha sido capaz de meter al castizo barrio de Cañero en el mapa turístico de la ciudad gracias a su potente propuesta gastronómica. Cada una de sus mesas es en realidad una máquina perfecta del tiempo que avanza por la cronología histórica de Al-Ándalus. Una ensoñación nocturna para cerrar la segunda jornada en la ciudad.

10.Medina-Azahara

“El réquiem de Córdoba es un apocalipsis. Madinat al-Zahara, la ciudad de la soberbia, se hunde como la torre de Babel”, explica Antonio Muñoz Molina en su libro Córdoba de los Omeyas. Cualquier mañana en Córdoba se antoja perfecta para ir al encuentro del apocalipsis, por lo que subo en el Paseo de la Victoria al autobús amarillo que lleva hasta el minimalista Centro de Recepción de Visitantes y al yacimiento arqueológico. Vamos al encuentro de una ciudad efímera –las guerras en el Al-Ándalus la redujeron a ruinas tan solo 70 años de ser levantada– que, sin embargo, alcanzó la inmortalidad.

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Medina Azahara quedó borrada del mapa en el siglo XI y no fue hasta el siglo XVI cuando el historiador Ambrosio de Morales documentó los restos, que creyó propios de Corduba y que pasaron a ser conocidos como “Córdoba la vieja” hasta el siglo XIX, cuando las antiguas crónicas árabes confirmaron que el enclave se correspondía en realidad a Madinat al-Zahra, la mítica ciudad que el califa omeya Abderramán III había ordenado construir en torno al año 936. 

Un saliente natural de la sierra, sobre la llanura que domina el río Guadalquivir, su vega y la campiña, fue el enclave escogido para una ciudad planificada con el fin de escenificar el poder califal. Fue distribuida en diversas terrazas, con la parte más alta para el alcázar, las estancias administrativas, los salones de recepción y la residencia privada del califa, con una vista que dominaba el territorio. Un lugar transitado por militares, burócratas, dignatarios, el califa, sus mujeres, su heredero, el chambelán y sirvientes y ulemas y alfaquíes, sabios y juristas que estaban en contacto con los principales focos culturales de Oriente. Aún hoy el Gran Pórtico por donde entraban las embajadas y emisarios, la arquería del Salón de Abd al-Rahman III, el patio de los pilares o la portada con decoración de ataurique de la Casa de Ya’far, causan la misma admiración que a todos aquellos que llegaban a la ciudad.

Si los embajadores llegaban hasta el califa escoltados por la guardia palatina desde Córdoba, también les tocaba abandonar la ciudad por el mismo lugar. Igual desanda su camino el turista montado en la lanzadera y el autobús. En total, una media hora hasta llegar de nuevo al Paseo de la Victoria, frente a la estructura de hierro del Mercado Victoria, al que los cordobeses suelen llevar a sus visitas cuando quieren presumir de ciudad cosmopolita.

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Palacio de Viana en Córdoba | Foto: iStock

11.Palacio de Viana

De camino al Palacio de Viana se aprovecha para cruzar el centro por encima de la judería para pasar por la plaza de San Nicolás de la Villa, donde los faroles del Cristo se proyectan en una sombra alargada sobre el pavimento. A sus pies hay siempre flores y velas encendidas que dejan su pegote de cera al consumirse. Hay que bajar por la fotogénica Cuesta del Bailío que ha hecho del color de la buganvilla, del vertical ciprés y de los palacios una postal de encanto único. 

A la búsqueda de postales coloridas es a lo que se va al Palacio de Viana, ese edificio que el tiempo fue convirtiendo en una fascinante y laberíntica colección de patios. “Todo cuanto es memoria o lejanía -añicos de la luz y la palabra- conversa aquí”, escribió sobre el recinto Vicente Núñez. La gran palmera del patio de Recibo, uno de los más antiguos de Córdoba, se eleva hacia el cielo azul es una cascada verde que acoge a los visitantes y hace añicos la luz en el pavimento. Cada patio tiene su propia ficha temporal en la que aparecen indicados los momentos de floración: la centaurea, la begonia o la uña de gato, en primavera; la gitanilla, el jazmín o la buganvilla, en verano; el crisantemo, en otoño.

12.Plaza de Capuchinos

Pasando también por la Cuesta del Bailío se llega a otra de las coordenadas imprescindibles que ver en la ciudad de Córdoba, un lugar de especial fotogenia, sobre todo cuando llega el atardecer. La Plaza de Capuchinos es un rectángulo empedrado -de cal y cielo, escribió el poeta Ricardo Molina- en el que destaca  el Cristo de los Faroles frente a la iglesia.

Cristo de los Capuchinos, en Córdoba
Foto: iStock

13.Caballerizas Reales de Córdoba y el espectáculo ecuestre

Saliendo del Palacio de Viana, el Espectáculo Ecuestre en las Caballerizas Reales de Córdoba es una buena forma de aguardar a la noche. En la catedral de los caballos de pura sangre, como la describió Lorca, tiene lugar un hipnótico espectáculo de doma y monta en el que se siente la potencia y la belleza de los caballos andaluces, mientras la luz va cambiando la tonalidad de la arena de la pista ecuestre. Tras la pasión y el duende equino, Casa Rubio se convierte en un buen lugar donde despedirse del viaje desde su terraza con vistas a la Puerta de Almodóvar, la única puerta de acceso a la antigua medina que se conserva de época musulmana.

Junto a la puerta está la estatua de Séneca. El filósofo nacido en Córdoba en el año 4 a. C nos despide de la ciudad: "En tres tiempos se divide la vida: en presente, pasado y futuro. De éstos, el presente es brevísimo; el futuro, dudoso; el pasado, cierto”. Es lo que escribió en De la brevedad de la vida, y esa es, precisamente, una de las lecciones que nos deja Córdoba.