Rin, Rin, Rin

La escapada de la semana: Basilea

Desde una catedral piel roja hasta un campus dedicado al diseño: así es la ciudad suiza más ecléctica.

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stc0040927. Picasso por suscripción popular

Foto: Suiza Turismo

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Picasso por suscripción popular

Cuentan que en esta ciudad recostada en la ribera del Rin se organizó el primer crowdfunding de la historia. Sucedió en 1967, cuando el magnate suizo Peter G. Staechelin se vio obligado a vender parte de su colección de arte para cubrir las indemnizaciones que su aerolínea Globe Air tuvo que afrontar tras un accidente. Entre las obras había dos de Picasso, Los dos hermanos y Arlequín sentado, que se exhibían en el principal museo de arte de Basilea, el Kunstmuseum. Además de pedirle dinero a sus vecinos más pudientes, convocó un referéndum para consultar al resto de habitantes si cabía invertir dinero municipal para adquirir estos lienzos. La ciudad se volcó, y el resultado fue un sí rotundo. El artista malagueño, emocionado por la noticia, acabó regalando a esta urbe otras cuatro creaciones que hoy se exponen, orgullosas, junto a sus «hermanas».

Elisabethen. De iglesias sacralizadas y esculturas inesperadas

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De iglesias desacralizadas y esculturas inesperadas

Han pasado más de 50 años, pero aquel espíritu mecenas y apasionado sigue intacto. Hoy el amor por el arte de Basilea se plasma en sus museos y a pie de calle. Un ejemplo es la céntrica Iglesia Abierta de Elisabethen, un templo desacralizado transformado en un espacio para conciertos y representaciones escénicas que incluye un simpático bar. Nada más salir espera la plaza del Teatro donde las placas de acero de la enorme escultura Intersection del estadounidense Richard Serra atrapan al peatón y las figuras de la fuente cinética del suizo Jean Tingueli hacen bailar las retinas.

iStock-123344615. El barrio -medieval- de los museos

Foto: Suiza Turismo

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El barrio -medieval- de los museos

A partir de este punto Basilea despliega una magia que se balancea entre las tradiciones heredadas del pasado y la contemporaneidad más disruptiva. Una convivencia que se transforma en idilio al recorrer el coqueto barrio de Sankt Alban, un conjunto de callejuelas y canales medievales donde los molinos y manufacturas se han convertido en centros de interpretación. Una densidad que no es única en este distrito. No en vano, la urbe tiene registrados hasta 39 museos que conmemoran los oficios de sus habitantes y son escaparates para el arte, sobresaliendo las diferentes sedes del Kunstmuseum que salpican este vecindario.

iStock-471551359. En versión roja

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En versión roja

Este choque entre el pretérito pluscuamperfecto y las rutinas inesperadas tiene otra cita en el corazón de la ciudad. En la Marktplatz, de martes a sábado, los granjeros de la zona organizan un mercadillo inquieto y alegre al que siguen acudiendo fielmente los basilienses. Este maravilloso y caótico caleidoscopio matutino armoniza con la fachada colorida e inesperada del Ayuntamiento, un edificio de estilo gótico que deslumbra por su viveza cromática y sus florituras. Aunque ya no se conservan los frescos pintados en 1522 por Hans Holbein el Joven, sí brillan las pinturas que representan a los héroes locales y los principales episodios de la historia de la ciudad. Desde su torre se vislumbra la silueta, también bermeja, de la catedral donde yace Erasmo de Róterdam, en un hito que muestra la importancia del humanista: pese a ser católico, recibió sepultura en un templo emblema del protestantismo.

stc0049210. Dos ciudades y un río

Foto: Suiza Turismo

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Dos ciudades y un río

Al asomarse al río Rin desde el puente Wettstein se entiende la pujanza comercial que tuvo Basilea. Su primera gran industria fue la de los tintes, una alquimia que derivó en las compañías químicas y farmacéuticas que hoy impulsan a toda máquina la economía cantonal.

No obstante, hasta que no se cruza a la otra orilla y se llega al recinto ferial no se completa el dibujo. Y es que en sus pabellones se celebran algunas de las citas del arte, el lujo y la relojería más importantes del ámbito internacional con la misma efervescencia que lo hacían siglos atrás, cuando esta explanada era el punto de encuentro de mercaderes germanos, galos y helvéticos.

Los días en los que no hay ningún evento, la plaza se anima con partidas de ajedrez gigante y con la algarabía de los jóvenes que la cruzan en dirección a la torre Messeturm donde se encuentra el bar más alto del país. Muy cerca de su base tiene parada el tranvía 6, una línea que se aleja del centro para llegar hasta las colonias de Riehen y de Weil am Rhein, donde se admira el arte más vibrante.

Beyeler. Nenúfares y prados

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Nenúfares y prados

Si en el centro de Basilea el arte se alterna con la rutina comercial e institucional, en las afueras lo hace con la naturaleza. El preludio a esta insospechada comunión está en el Museo Tinguely, donde las esculturas de este hijo predilecto de la ciudad comparten parque con árboles, parterres y runners incansables que desembocan aquí siguiendo la ribera del Rin. Sin embargo, en cuanto los convoyes enfilan las urbanizaciones periféricas surgen las grandes instituciones artísticas de Basilea. Dos magnates suizos son los responsables de este estimulante diálogo entre creatividad y prados que ha redefinido la oferta cultural de la ciudad.

El primero fue Ernst Beyeler, un reconocido marchante de arte nacido en esta urbe que estableció aquí la sede de su colección privada. Lo hizo confiando al arquitecto Renzo Piano un museo que, dos décadas después, sigue sorprendiendo por su estética integrada y el uso de la luz natural. En sus salas se proponen vínculos entre interior y exterior mediante grandes cristaleras, generando panorámicas en las que obras como Los nenúfares de Monet se prolongan hasta el estanque del jardín. En su exterior, la fascinación por el edificio se adereza con un enorme móvil de Calder y con la terraza de su restaurante. Desde aquí, la vista se pierde en un horizonte clorofílico en el que los prados se convierten en viñedos que, poco a poco, escalan las últimas estribaciones de la cercana Selva Negra.

iStock-475030310. Deconstructivismo y prados

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El 'dream team' de la arquitectura

El segundo impulsor de este soberbio suburbio fue Rolf Fehlbaum, el heredero de la marca de muebles Vitra, quien tras un incendio en sus instalaciones decidió volver a levantarlas, encargando los nuevos edificios a aquellos arquitectos que, en su momento, ya apuntaban maneras. El resultado es una fábrica ampliada con un museo –este año cumple tres décadas– dedicado al diseño e ideado por Frank Gehry; un cuartel de bomberos obra de Zaha Hadid; un Pabellón de Conferencias que crece entre los cerezos levantado por Tadao Ando o la VitraHaus, una tienda firmada por el estudio local Herzog & de Meuron.

Carsten Holler. Un tobogán para todos

Foto: Vitra

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Un tobogán para todos

Entre las novedades de este recinto sorprende un almacén en el que se exhiben los modelos de sillas y sillones más famosos de la firma o un mirador proyectado por Carsten Höller que incluye un tobogán por el que se deslizan niños y mayores. Porque, por encima de todo, lo que sorprende de este complejo es cómo se fusiona con el día a día de los vecinos de esta localidad.

24 Stops. El sendero de las sorpresas

Foto: Vitra

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El sendero de las sorpresas

Entre estas coordenadas y la Fundación Beyeler discurre un sendero que el artista alemán Tobias Rehberger decoró con 24 stops, dos docenas de esculturas que sobresalen entre maizales, arboledas, arroyos y granjas donde el arte forma ya parte del paisaje de una forma asombrosamente orgánica.