En Múnich no sabe uno si elegir la elegancia de Maximilianstrasse, la calle más cara de Alemania, o las berzas del popular mercado Viktualienmarkt. La capital bávara es una de las ciudades más ricas del mundo, con paro técnicamente nulo y autos BMW saliendo de fábrica como polluelos, pero también es el barrio de Schwabing y su bohemia. Vuelan jarras gigantes en los biergarten (jardines de cerveza) y en los keller (cuevas-bodegas) que frecuentaban Rilke, Brecht o Thomas Mann; o Kandinsky, media hora antes de inventar el arte abstracto. En las calles, tan fácil es toparse con una estatua viviente como con un premio nobel en bicicleta; o con músicos en las esquinas de la ciudad donde Wagner y Strauss estrenaban sus óperas. Alegría, en fin, en esta urbe «sureña» para los alemanes, donde la línea azul del horizonte no es el mar, sino los Alpes, con su espuma de nieve.