A Odaiba se va con la misma ilusión que a un parque de atracciones. Es Tokio, pero en dosis concentradas. Al menos, ese otro Tokio más extravagante y futurista que tradicional. A todo el mundo le encanta ir allí a pasar el rato libre: a las familias tokiotas, a los grupos de chicas que copian el estilo ‘idol’, a frikis tecnológicos, a turistas, y también a las parejas de enamorados que han preferido una boda a la europea, aunque de ellas copien solo los detalles más cursis.
Cualquiera de los mapas turísticos de los que se ofrecen gratis en Tokio presenta a Odaiba como si fuera el circuito de un parque temático. No importa que todo luzca con cierto brillo de falsedad; es lo que se pretende, lo que se busca, es el urbanismo hecho espectáculo, el paréntesis a la formalidad y al orden que impera en el resto de la ciudad. Aquí, como en Las Vegas, lo que ocurre en Odaiba, se queda en Odaiba.