Las islas griegas son tantas y tan diversas que cualquiera puede encontrar su lugar en ellas. Playas, arqueología y leyendas son ingredientes que se combinan en todas, en distintas proporciones. Así sucede en Samos, una de las islas que conforman las Egeas del Norte, que destaca por sus interiores escarpados y frondosos, sus saltos de agua y un número contenido de visitantes. Situada a menos de dos kilómetros de la península de Anatolia, desde antiguo ha disfrutado y sufrido por ser un canal de comunicación privilegiado con Asia. Estuvo bajo la influencia de los persas, del imperio bizantino y del turco en distintos momentos de su historia hasta ser incorporada definitivamente a Grecia en el año 1913.