
Así empezó su historia
Para entender el Monasterio de los Jerónimos es necesario comprender el contexto histórico de la expansión marítima portuguesa. Cuando se descubrieron las primeras islas del Atlántico y se dobló el Cabo Bojador, el gran proyecto de la corona pasó a ser la llegada a las Indias por mar, con el objetivo de obtener el monopolio de las especias. Durante el reinado de Manuel I, el Cabo de las Tormentas –al que Juan II llamaría después Cabo de Buena Esperanza– fue doblado por Bartolomeu Dias en 1488. Eso abrió la ruta marítima a la India, objetivo que alcanzaría Vasco da Gama en 1498. El cargamento de especias que se trajo el navegante portugués de las costas de Kerala sufragó con creces los gastos de la expedición.
Las obras del monasterio comenzaron en 1501 y concluyeron un siglo después. Se sufragaron gracias al Impuesto de la Pimienta, que gravaba las importaciones de especias y oro llegadas de Asia y África. A cambio de vivir en ese espacio privilegiado, los monjes debían orar por el rey y por los navegantes que partían a vela en busca de nuevos horizontes.

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La gran joya de Lisboa
Para el escritor Fernando Pessoa, pero también para la mayoría de viajeros, el monumento más valioso y atractivo de Lisboa es sin duda el Monasterio de los Jerónimos. Situado en el barrio de Belém, algo apartado del centro pero fácil de alcanzar en autobús,el Monasterio de los Jerónimos es la encarnación arquitectónica de la epopeya de la expansión marítima portuguesa. Y lo hace además en un estilo genuinamente portugués: el manuelino, que corresponde a un refinamiento del gótico, más cercano ya en este caso al plateresco y llevando en sí toda la esencia del Renacimiento.
Patrimonio de la Humanidad desde 1983, el monasterio atrae la atención por su grandiosidad y su exquisito trabajo artístico. La fachada, de más de 300 m de largo, es imponente y, tan pronto como se franquea la entrada de la iglesia, el visitante se encuentra con una sala de marcado peso histórico y simbólico. Allí están las tumbas de Vasco da Gama y de Luis de Camões, el gran poeta de la gesta lusitana. La capilla mayor acoge las arcas funerarias de Manuel I y sus descendientes; la sala capitular, los restos del historiador y escritor Alejandro Herculano. El crucero de la iglesia, la tumba de Enrique I y el arca vacía del rey Sebastián I, perdido en los campos de la batalla de Alcazarquivir (1578), al norte de Marruecos. El monasterio como tal no ha llegado entero a nuestros días, pero sí la iglesia y el claustro.