
Ya lo había anunciado el papa Francisco en marzo de este año: habemus Año Jubilar Extraordinario. De ahí a que durante estos días, Roma comenzara a llenarse de peregrinos, más incluso de los habituales. Visitar la Ciudad Eterna en el próximo 2016 puede parecer una locura. Sin embargo, la ventaja es que se puede acceder a la basílica de San Pedro por su Puerta Santa (que normalmente está blindada) y a las tres basílicas vaticanas que sólo se abren durante un Jubileo. Pero, ¿por qué? ¿Qué significa todo esto?
El Año Santo es un año de perdón y de reconciliación. Normalmente, éste se celebra cada 25 años con el fin de que todas las generaciones puedan vivir al menos uno. El último lo convocó Juan Pablo II en el año 2000, pero el papa tiene potestad para nombrar un Año Santo Extraordinario cuando él lo considere oportuno y, en este caso, acabamos de comenzar el de la Misericordia. Todos los creyentes, tanto si son católicos como ortodoxos, podrán obtener hasta noviembre de 2016 la remisión de sus pecados.
Para ello, deben de cruzar la Puerta Santa, abierta en la basílica de San Pedro desde el pasado 8 de diciembre coincidiendo con la Inmaculada Concepción. Como curiosidad, es la primera vez que se abre con dos pontífices, que no se trata del día de Navidad y que su apertura ha ido acompañada de un mapping en su fachada, el espectáculo de luces que está tan de moda. El Vaticano se está modernizando. Aunque no es la primera puerta que se abre en este Año Santo. El papa Francisco empezó por la catedral de Notre Dame en Bangui, África, el pasado noviembre.
A la pequeña ciudad-estado del Vaticano le sobran los motivos para acabar visitándola. Si la Capilla Sixtina y la plaza de San Pedro siempre han sido sus principales reclamos, en este Año Santo se le suman tres alicientes más: la apertura de las basílicas vaticanas de San Juan de Letrán, donde se encuentra la sede episcopal; San Pablo Extramuros, donde fue enterrado San Pedro; y Santa María la Mayor, la más grande dedicada a la Virgen.