
Todo viaje por la costa bretona debería empezar en Nantes, antigua sede del ducado de Bretaña y ciudad natal de Julio Verne, autor de periplos que han colmado la imaginación de varias generaciones de viajeros. Desde su emplazamiento a orillas del Loira, Nantes es la primera etapa de la ruta que remonta el litoral –a veces acantilado y salvaje, otras remansado en bahías y largas playas– hasta la punta de Raz, el extremo occidental de Francia y de la Europa continental.
El Atlántico se puede alcanzar en coche o en barco a través de los enmarañados canales que irrigan la franja norte del Loira, cuyo estuario Verne comparó con el del Orinoco (Venezuela). Dejamos atrás el gran puerto de Saint-Nazaire para hacer una pausa en Saint-Marc-sur-Mer y, tras palpar la gruesa arena de la playa, fotografiarnos junto al bronce del director y actor Jacques Tati (1907-1982) o, mejor dicho Monsieur Hulot, su personaje más famoso.
Hasta el extremo peninsular de Croisic el litoral está colonizado por pueblos de veraneo, pero al otro extremo de las marismas emerge la bonita y tradicional Guérande. Su silueta amurallada se distingue al fondo de los arenales tachonados de juncos y la vasta playa, necesaria para las amplias mareas bretonas. A lo lejos se divisan los ojos de agua de las salinas: nadie que pase por Guérande se va sin comprar la sal producida aquí.
Vannes es el centro urbano más importante del golfo de Morbihan, la siguiente etapa de nuestro recorrido. El paseo por el casco histórico discurre junto a casas del siglo XV con entramado de madera (colombage) que parecen a punto de caer. En el puerto deportivo quizá nos apetezca comer unas crepes con leche de Ribot o con sidra. Y la isla de Moines, la más grande de las 350 que pueblan el golfo, puede ser el objetivo de una escapada en barca.
Nadie que pase por Guérande se va sin comprar la sal producida aquí
Trepando hacia el norte a la vera de la ría de Auray, donde desagua el Loc’h, se llega al minúsculo, olvidado y precioso Saint-Goustan. Sus callejuelas empedradas en pendiente, el murallón arbolado sobre el portezuelo, los tres arcos de su antiguo puente bajo el que ruge a veces el agua y los talleres de artistas, hacen de Saint-Goustan un sitio íntimo y perfecto para pasar al menos un día. A treinta minutos de allí, los menhires de Menec, en el yacimiento neolítico de Carnac, regalan amaneceres y atardeceres llenos de misterio, con la bruma difuminada bajo el sol y las rocas alineadas hace cinco mil años destacando sobre una llanura undosa en lento declive hacia el mar.
En el mapa, Quiberon es una cimitarra en el cuerpo del Atlántico. Hacia la parte más angosta casi no si hay lugar de paso: el mar está al alcance de la mano a ambos lados. Después la tierra se ensancha, arbolada de pinos cuyo ramaje inclinado hacia el este por la fuerza constante de las ráfagas es como viento congelado. Los acantilados del lado occidental ofrecen puestas de sol con algo ya de fin de mundo. Allá abajo en las grietas se acumula la espuma. Desde aquí hasta Lorient, infinitas playas infinitas acompañan al viajero, escondidas tras bosques de pinos o tras interminables dunas cubiertas por una vegetación enana.

El viaje hacia el norte encadena diversas localidades de tradición marinera. Una de ellas es Port-Louis, que merece una breve parada solo por su Museo de Indias, instalado en un fuerte del siglo XVI. Aquí se explica la historia de la Compañía Francesa de las Indias, que tenía su sede en esta cómoda y segura rada, instalada en la desembocadura del Scorf y del Blavet. Otros barcos usaron no hace mucho este refugio: los submarinos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial.
La costa de Bretaña ha sido comparada con un tejido de encajes, por su forma entrecortada. El mar, hoy apacible, puede ser de una violencia sublime y trágica. Lo prueban el interior de las iglesias, cargada de devoción marinera en forma de ruegos y exvotos. Aunque también hay momentos para el color, como demuestran las localidades de Pont-Aven y Le Pouldu, donde los pintores Paul Gauguin y Émile Bernard, entre 1886 y 1896, plasmaron escenas de la vida sencilla bretona en obras de brillantes tonos.
Al departamento de Finisterre, nombre de sabor mitológico, se accede atravesando la ría del Laïta, que como todas las rías de Bretaña se inunda de agua salada con cada marea. Las dunas escasean y las playas, siempre amplias sin embargo, suelen estar tras la caída a pique de acantilados rocosos. Concarneau es la ciudad más hermosa de este tramo: su amurallada Ville Close, sobre una isla del puerto, es un laberinto de calles estrechas pobladas por tiendas de recuerdos y restaurantes. Si se prefiere la naturaleza salvaje, un barco invita a descubrir el archipiélago de las Glenan, a 15 kilómetros de la costa. Sus siete islotes de arena blanca parecen sacados de un mar tropical.
La Punta du Raz es un cabo granítico de 70 metros de altura que se interna en el llamado mar de Iroise y que nadie resiste a la tentación de comparar con un mascarón de proa: del barco de la Pequeña Bretaña y de Francia entera. La región es una reserva protegida por su población de aves y por su increíble diversidad de arbustos que, como la retama, florecen en primavera, así como de plantas rupícolas que trepan por los acantilados.
Es el fin de la tierra y sin embargo hay, hacia Occidente, otros puntos firmes desafiando la violencia de las corrientes: el Faro de la Vieja y la Isla de Sein. Como es de imaginar, las historias de naufragios proliferan y el rumor del oleaje es permanente. De ahí que haya lugares con nombres temibles como el Infierno de Plogoff, un hueco excavado en la roca por el agua y cuyo destino el lector puede averiguar dando un paseo, si es posible de noche, por la Punta du Raz.
MÁS INFORMACIÓN
Documentación: DNI.
Idioma: francés.
Moneda: euro.
Cómo llegar y moverse: Existen vuelos directos desde Madrid, Barcelona y Valencia a Nantes. Otra opción es volar a París y viajar luego en avión o en tren a Nantes. El coche, propio o de alquiler, es el mejor medio para recorrer la región. La web www.breizhgo.com informa sobre las líneas de autobús, de barcos y de tren que recorren Bretaña. Para organizar el viaje en bicicleta y preparar rutas cortas: www.velo-tourismebretagne.com