La sola mención de los jardines de Kensington trae inmediatos recuerdos de Peter Pan. El personaje creado por James M. Barrie en 1904 voló sobre sus setos y flores, y también navegó por el lago que lo separa de Hyde Park, llamado Serpentine por su sinuosa forma de serpiente. La estatua de bronce en memoria del niño de ficción –el propio Barrie la instaló en secreto la noche del 30 de abril de 1912–puede ser un inicio mágico a la visita estival de Londres.
A pocos pasos de Peter Pan se encuentra la Serpentine Gallery, un espacio para el arte de vanguardia con exposiciones y un pabellón que cada año diseña un arquitecto diferente. A pocos pasos se halla su hermana pequeña, la Serpentine Sackler, que también programa eventos que impactan por su atrevimiento artístico. El parque alberga el Palacio de Kensington, donde nació la reina Victoria en 1819 y actual residencia de los duques de Cambridge.
La frontera entre los jardines de Kensington y el enorme Hyde Park (142 hectáreas) la establece la West Carriage Drive. Si se cruza esta vía por su parte sur, a la altura de la Serpentine Gallery, se llega a un espacio construido en 2004 en memoria de Diana de Gales con una fuente circular adonde la gente acude a refrescarse y descansar. Al salir del parque en dirección sur, aparece el Royal Albert Hall, sede de uno de los eventos favoritos de los londinenses. Se trata de los Proms, un ciclo de conciertos diarios de música clásica que organiza la BBC de julio a inicios de septiembre. Si el cielo se nublase, sería buena idea continuar hacia South Kensington caminando por Exhibition Road, donde se encuentran los museos favoritos de las familias: el de Historia Natural, el de Ciencia y el Victoria & Albert, con sus colecciones textiles y de mobiliario y sus magníficas exposiciones temporales que dejan boquiabierto a cualquiera. Su patio descubierto, en cuyo centro hay un pequeño estanque, ofrece un lugar idílico para tomarse un café o un refresco si hace calor.
Más tentaciones salen al paso en la zona de Knightsbridge. Brompton Road aloja el edificio de 1905 de los grandes almacenes Harrods, fundados por el marchante de té Charles Henry Harrod en 1834. Sus 90.000 m2 de superficie se han convertido en un referente de negocio. Merece la pena echar un vistazo a los mostradores gourmet de la sección de alimentación y darse una vuelta por el departamento infantil para probar juguetes y, rodeados de peluches, rendir de nuevo homenaje a Peter Pan.
Una residencia histórica
Si continuamos por Green Park, al otro lado de Constitution Hill, ante nosotros aparece la residencia real: Buckingham Palace, guardado por soldados impasibles bajo morriones negros que son fotografiados por numerosos grupos de turistas venidos de todas partes. Para evitar las aglomeraciones será mejor dejar a un lado la palaciega vivienda de Isabel II y caminar a lo largo del frondoso The Mall. Sorprende que en esta avenida noble y serena que da a St James Park se ubique el moderno Institute of Contemporary Arts (ICA), un centro de cultura que ofrece ciclos de cine y exposiciones de arte actual. Su café-bar blanquísimo y su librería, pequeña pero bien surtida, hacen del ICA un sitio idóneo para detenerse a reposar del paseo.
En Trafalgar Square resulta difícil resistirse a entrar en la National Gallery para, al menos, contemplar uno de Los Girasoles de Van Gogh, La Venus del espejo de Velázquez o la pintura flamenca Retrato del matrimonio Arnolfini, de Van Eyck. A pocos pasos surge Cecil Court, una callecita peatonal con una alta concentración de librerías que atesoran primeras ediciones de libros infantiles, mapas y antiguos carteles de obras de teatro. Allí también tiene su local el joyero Christopher St James, que ha elaborado creaciones exclusivas para películas como, entre otras, Shakespeare in Love.
Desde St Martins Lane ya se atisba la zona de Covent Garden, con su mercado de artesanía cubierto y su ambiente alegre de cafés y restaurantes, un animado final de velada tras una representación en la cercana Royal Opera House.
Pero no solo de fish and chips vive Londres: si se busca un escenario algo más peripuesto, con recetas complejas pero siempre made in England, se recomienda visitar el restaurante Rules, de 1798, el más antiguo de la ciudad. Instalado en el 34 de Maiden Lane, fue frecuentado por Charles Dickens y aparece en novelas de Evelyn Waugh y Graham Greene. La decoración decimonónica con cabezas de ciervos disecados alude a la especialidad culinaria del local, la caza, procedente del coto privado de John Mayhew, el dueño actual.
Junto a la Royal Opera House se encuentra la iglesia de St Paul’s, que nada tiene que ver con la catedral de igual nombre. Construida en 1633 pero con la estética clásica de los templos romanos, la iglesia está vinculada al gremio de actores londinenses, de ahí que tenga su propia compañía de teatro en activo.
El Southbank British Film Institute (BFI), idóneo para ver cine de autor, y en el National Theatre se programan obras de los dramaturgos británicos más prestigiosos
Las ganas de asomarse al Támesis ya son irrefrenables, por eso produce tanta alegría llegar a la estación de metro de Embankment. En esa curva del río se divisan dos iconos londinenses: el Parlamento y el Big Ben a la derecha y, en la orilla opuesta, la descomunal noria London Eye. A través del puente Golden Jubilee –inaugurado en 2002 con motivo del 50 aniversario de la coronación de la reina Isabel II– se alcanza la ribera sur del Támesis. Allí se extiende la zona del South Bank, un complejo dedicado a las artes escénicas que incluye el Royal Festival Hall, con un programa de conciertos todo el año, el Southbank British Film Institute (BFI), idóneo para ver cine de autor, y el National Theatre, donde se programan obras de los dramaturgos británicos más prestigiosos. Tampoco es mala opción contentarse con caminar por la orilla del río y echarle un vistazo a los puestos de libros de segunda mano, o tomarse un cóctel en la terraza del BFI, siempre abarrotada de aficionados al cine y a las artes.
Sin alejarnos del río, rumbo a los célebres London y Tower Bridge, nos topamos con la Tate Modern. Desde junio de 2016, la vieja central eléctrica que albergaba este museo de arte contemporáneo cuenta con una extensión de lujo: el Blavatnik Building, una pirámide de ladrillo diseñada por Herzog & de Meuron. Solamente entrar en su inmensa sala de turbinas, donde siempre se exhibe la instalación de un artista emblemático, ya supone una experiencia sobrecogedora. La librería y tienda de recuerdos del museo nos podría tener horas allí dentro, y más aún el café de la última planta, con vistas del río y de la ciudad, incluido "the Gherkin" o Pepinillo, el rascacielos de 180 m que Norman Foster y Ken Shuttleworth diseñaron en 2001.
Después de salir de la Tate Modern surge el dilema de si cruzar o no el Millenium Bridge, un puente colgante de acero estrenado al inicio del siglo XXI. Si se pasa al otro lado queda cerca la monumental catedral de St Paul’s (San Pablo), diseñada a finales del siglo XVII por Christopher Wren, arquitecto de otros edificios emblemáticos como el Old Royal Naval College de Greenwich. Permanecer en la orilla sur ofrece también enclaves cargados de historia y arte. Uno de los más fáciles de reconocer es el Globe Theatre, reconstrucción del corral de comedias donde William Shakespeare estrenaba sus obras. Las visitas guiadas muestran su interior y exterior de madera de roble y techo de paja y proporcionan anécdotas e historias sobre los tiempos del que llegó a ser conocido como el Bardo de Avon. Para seguir imaginando el pasado, en el vecino muelle St Mary Overie se halla el galeón Golden Hinde, la reproducción a escala real de la nave que empleó el corsario Sir Francis Drake durante su vuelta al mundo entre 1577 y 1580.
Degustación en Borough Market
Caminar abre el apetito, pero por suerte nos encontramos cerca de Borough Market, un mercado de 1014 cubierto en 1851 donde los granjeros de las afueras de Londres venden sus productos. En este espacioso edificio de hierro instalado bajo las vías de tren se venden quesos, hortalizas, frutas, panes de todo tipo y mermeladas de sabores insólitos. Además de atraer a los compradores por el buen aspecto de sus remolachas, ruibarbos y coloridas variedades de manzanas, la mayoría de los puestos dan a probar los productos; muchos, además, cocinan en directo pies (pasteles salados) rellenos de pollo y champiñones, hamburguesas y souvlakis en pan de pita que se ingieren minutos después sobre el césped de la Southwark Cathedral (siglo XIX).
En la zona, las calles Park Street y Stoney Street cuentan con una oferta gastronómica increíble. Tras sus muros de ladrillo se abren vinitecas, tiendas de café –la más famosa es Monmouth– y restaurantes de alta gama, de tapas, de mercado...
En el recinto de la Torre nos reciben otros iconos vivientes de Londres: los Beefeaters, sus guardianes, cuyo nombre oficial es Yeomen Warders
Crucemos otra vez el río para dirigirnos a la Torre de Londres, en el este de la ciudad. Esta imponente fortaleza normanda, construida en el siglo XI por Guillermo el Conquistador y declarada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, constituye uno de los iconos más antiguos de la capital británica. En el recinto de la Torre nos reciben otros iconos vivientes de Londres: los Beefeaters, sus guardianes, cuyo nombre oficial es Yeomen Warders. Verlos en carne y hueso nos recuerda que no son solamente el logotipo de una marca de ginebra. De hecho, para optar a este puesto honorífico han de llevar al menos veinte años en las fuerzas armadas y poseer un expediente impecable.
Las referencias al pasado continúan en el cercano mercado de Spitalfields, convertido hoy en la zona más de moda del East End. A finales del siglo XIX, por allí se movía Jack el Destripador. En la esquina de las calles Commercial y Fournier, se localiza el pub Ten Bells –por las campanas de la iglesia de Spitalfelds–, un local que solían frecuentar sus víctimas. Y todavía sigue abierto, con sus paredes de baldosas victorianas con dibujos florales y murales historiados.
Pero el más genuino ambiente de mercadillo callejero lo encontramos en la calle Brick Lane, el epicentro del barrio indio. Sus farolas coloridas de formas curvilíneas traen recuerdos de la ornamentación típica de India. Y es en sus numerosos restaurantes donde mejor se aprecia la comida de todos los estilos y regiones del gran país oriental, una prueba más de que Londres es un punto de encuentro entre culturas, y así lo seguirá siendo.