Museo del Prado

Recorrido por el Museo del Prado de Madrid

Lo mejor de la pinacoteca madrileña

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Monasterio de San Jerónimo el Real

La Puerta de los Jerónimos, situada junto al monasterio, da acceso a uno de los nuevos espacios del Prado.

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Galería Central del Museo del Prado

La ampliación del Prado permitió recuperar la ventana dieciochesca que aporta luz natural.

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Ampliación del Prado

El lucernario, donde estaba el claustro, es uno de los elementos más emblemáticos de la obra de ampliación diseñada por Rafael Moneo.

El Museo Nacional del Prado de Madrid está considerado uno de los más importantes del mundo por su extenso fondo artístico, que abarca desde el románico al siglo XIX, además de ser uno de los más visitados con casi tres millones en 2011. Excepcionalmente rico en obras de maestros europeos de los siglos XVI al XIX, su principal atractivo radica en la amplia presencia de cuadros de Velázquez, El Greco y Goya –el artista más representado– y artistas de las escuelas flamenca e italiana como Tiziano, Rubens o El Bosco, de los que posee colecciones consideradas entre las mejores del mundo. A ello suma señaladas piezas de Murillo, Ribera, Zurbarán, Rafael, Veronese, Tintoretto o Van Dyck, por citar algunos de los más relevantes.

A pesar del extenso patrimonio –su inventario contabiliza 8.600 pinturas, 950 esculturas, 6.400 dibujos, 2.400 grabados, 800 objetos decorativos, 900 monedas y 800 medallas–, el museo exhibía hasta hace pocos años menos de mil obras, lo que llevó a la institución a planificar la ampliación más revolucionaria de las hasta entonces ejecutadas. El proyecto fue encargado al arquitecto Rafael Moneo (Tudela, 1937) y llevado a cabo entre 2001 y 2007, reabriendo salas, incorporando a la sede histórica el claustro del vecino monasterio de Los Jerónimos el Real –ahora adosado a un moderno edificio con forma de cubo– y dotando al museo de nuevos espacios para su colección fija y exposiciones temporales.

La visita básica

Tras la ampliación, las salas de la centenaria pinacoteca deleitan al visitante con un despliegue de piezas maestras que ha aumentado la selección expuesta a 1.150, ordenadas por escuelas. El gran número de obras exhibidas hace obligado organizar bien la visita, según sea el tiempo disponible. Para ello resulta útil consultar los recorridos que propone la web oficial del museo. El más escueto, abarca media jornada y comienza accediendo al museo por la Puerta de los Jerónimos, la nueva entrada posterior, que permite apreciar la moderna estructura de Moneo.

Por allí se conecta con la planta baja del edificio clásico, que acoge una rica muestra de pintura española (1100-1910), italiana (1300-1600), flamenca (1430-1570) y alemana (1471-1568), con obras de Durero, Brueghel, Fra Angelico y el Veronese. Las amplias salas 49 y 75 concentran pinturas de gran tamaño que han dado fama al Prado –de visita obligada en cualquier recorrido–, junto a muestras de otras épocas, como frescos románicos y esculturas. En esta fase de la visita se puede admirar el extraordinario realismo del retrato El Cardenal (Rafael), los vivos colores en El descendimiento (Weyden) –el azul del manto de la Virgen es uno de los lapislázulis más puros empleados en la época– o el derroche de fantasía que El Bosco imprimió en El Jardín de las Delicias. La visita sigue en la primera planta del edificio histórico del Prado, que durante años ha sido la única sede del museo.

El edificio de Villanueva

El palacio neoclásico data de 1785, cuando Carlos III encargó al arquitecto Juan de Villanueva un edificio para acoger el Gabinete de Ciencias Naturales. Años después, fue su nieto Fernando VII y especialmente su mujer Isabel de Braganza –su retrato preside la sala 75– quienes, siguiendo la moda imperante entre las monarquías europeas de adquirir prestigio coleccionando arte, destinó el edificio al Real Museo de Pinturas y Esculturas. Éste abrió sus puertas en 1819 con el nombre de Museo Nacional del Prado, un catálogo de 311 obras –la mayoría provenientes de los Reales Sitios– y la pretensión de mostrar al mundo la calidad de la pintura española.

La visita continúa en la primera planta del edificio de Villanueva, donde la selección es difícil por la concentración de obras desde Velázquez y su tiempo hasta Goya y autores coetáneos. Nada más subir por la escalera central se accede a la sala 12, presidida por Las Meninas (1656), el más famoso y completo cuadro de Velázquez, que supuso un hito por los múltiples planos de perspectiva con los que fue concebido.

La Serie Negra de Goya

Más adelante, en la sala 67 se contemplan las famosas «Pinturas Negras» de Goya, serie única en el mundo de 14 murales que, arrancados de las paredes de la casa del pintor, fueron donadas al museo en 1881, convirtiéndose en uno de sus reclamos. Del mismo artista, los retratos de la duquesa de Alba también atraen las miradas, tanto en su versión de maja vestida como desnuda (1795).

Otros detalles para contemplar son la finura del trazo y el juego de sombras con las que El Greco pintó a su Caballero de la mano en el pecho, o el mejor ejemplo de la belleza imperante durante el barroco, Las tres Gracias de Rubens, trío de figuras femeninas de cuerpos exuberantes que reflejan el virtuosismo técnico del pintor. El paseo por la planta se completa admirando a Murillo, Zurbarán, Ribera, Caravaggio y Rembrandt.

Con la expansión a otros edificios históricos del entorno como el Casón del Retiro, el Prado conforma un campus museístico que refuerza la oferta cultural que en Madrid ya se conoce como «la Milla del Arte».

PARA SABER MÁS

Accesos: Se puede acceder al Museo del Prado por varios accesos: Puerta de Los Jerónimos, Murillo, Goya Alta y Puerta de Velázquez, la principal, en el Paseo del Prado.

Estaciones de metro: Banco de España y Atocha.
Internet: La web www.museodelprado.es ofrece información y orienta en la organización de la visita.