
Dicen los normandos que su antepasado más remoto, el vikingo Rollón, sabía muy bien lo que hacía cuando, en el año 896, decidió asentarse en esta región del Atlántico francés. Tanto es así, que los verdes pastos y un mar generoso permitieron que uno de sus descendientes, Guillermo el Conquistador, invadiera y se convirtiese en rey de la vecina Inglaterra.
Entre brumas y leyendas, la Normadía más marítima es hoy un territorio que huele a brisa marina y a manzanas, repleto de rincones que han determinado la historia de Europa. La abadía-fortaleza del Mont Saint-Michel, denominada la Maravilla de Occidente, sintetiza el carácter agreste, orgulloso y solemne de esta tierra. A caballo entre la Baja Normandía y Bretaña, en el estuario del río Couesnon, el Mont Saint-Michel se yergue sobre las arenas y el flujo de las mareas. Con la bajamar, es posible acceder a la isla siguiendo los pasos de los peregrinos del siglo XII: descalzos sobre la arena. La muralla se abre en la Porte de l’Avancée y la populosa Grand Rue asciende hacia la abadía flanqueada por casas medievales, tiendas de recuerdos y restaurantes, como La Mère Poulard, fundado en 1888 y célebre por su tortilla y sus galletas.
La inexpugnable abadía gótica está asentada sobre contrafuertes de granito rosa y gris, que la elevan hasta los 80 metros de altura. En sus tres niveles destacan el bello claustro anglonormando del siglo XIII, la iglesia abacial, las criptas y la Sala de los Caballeros, un majestuoso recinto de bóvedas y capiteles, de 24 metros de largo, utilizado por los monjes como scriptorium para iluminar los más bellos libros de la cristiandad.
Caen fue destruida en gran medida durante la Segunda Guerra Mundial, Bayeux se conservó intacta y fue la primera ciudad liberada por los aliados tras el Desembarco de Normandía
Si aún estamos en Saint-Michel cuando suba la marea, el espectáculo de la isla reflejada en las aguas será difícil de olvidar. Hacia el oeste, la línea de la costa discurre entre interminables playas y campos de maíz hasta llegar a la población costera de Granville, patria de piratas, corsarios y pescadores. Desde el luminoso puerto parten los barcos que enlazan el continente con las islas del Canal, algunas bajo soberanía británica, pero de inconfundible cultura normanda. Granville también presume de albergar la casa natal del modisto Christian Dior, desde cuyos jardines repletos de rosas se disfruta de una sensacional vista al mar.
A menos de una hora hacia el interior se localiza Caen, la capital de la Baja Normandía y epicentro de la Ruta de las Abadías, que tiene en la cercana localidad de Bayeux una de sus joyas. Mientras que Caen fue destruida en gran medida durante la Segunda Guerra Mundial, Bayeux se conservó intacta y fue la primera ciudad liberada por los aliados tras el Desembarco de Normandía, el 6 de junio de 1944. Merece la pena visitar la catedral de Notre-Dame y admirar los coloridos frescos de su cripta románica. Consagrado en el año 1077, el templo es un ejemplo del gótico normando.
La rue de Nesmond conduce hasta el Museo del Tapiz de Bayeux. Concebido el siglo XI para decorar la catedral, se trata de una pieza de lino bordada con lana multicolor de casi 70 metros de largo que narra en 73 escenas la invasión de Inglaterra por Guillermo el Conquistador. Bayeux es una de las etapas clave en la ruta de las abadías y templos de Normandía, que incluye las monumentales ciudades de Caen y de Lisieux.
creperías de la peatonal rue St-Jeangalette
Conviene reponer fuerzas en las
, degustando una deliciosa
(crep con masa de trigo sarraceno) regada con sidra, la bebida nacional, y quizá rematada con calvados, el aguardiente de manzana. El Musée Mémorial de la Bataille de Normandie, en el Boulevard Fabian Ware, es un buen prólogo de la jornada siguiente.
Desde la localidad de Quineville a Ouistreham, la carretera de la costa desgrana como un abanico las playas del Día D. Los nombres en clave dados por los ejércitos aliados (Utha, Omaha, Juno, Sword, etc) evocan escenas de películas míticas, como El día más largo (1962) y Salvar al soldado Ryan (1998). Sin embargo, el escenario es real. Se pueden visitar las fortificaciones alemanas que formaban el Muro Atlántico, como en Pointe du Hoc, y ver los restos de carros de combate y vehículos militares. Cada población cuenta con un pequeño museo engalanado para conmemorar el 70 aniversario del final de la contienda. Caminar en silencio entre las cruces blancas del cementerio americano de la playa de Omaha, en Colleville-sur Mer, o el alemán de La Cambe, ayuda a comprender la magnitud de la tragedia que allí se vivió.
Ouistreham, famosa por sus ostras cultivadas, es la puerta de la bella Côte Fleurie (Costa Florida) del Pays d’Augebelle époque
Como un salto en el tiempo,
, una franja litoral de 40 kilómetros que finaliza en Honfleur. Un rosario de poblaciones balneario que estuvieron de moda durante la
, como atestiguan las mansiones a pie de las playa de Houlgate, o el hipódromo y el elegante casino de Deauville. También fue morada de pintores impresionistas y escritores como Proust, que se alojaba en el Gran Hotel de Cabourg, junto al paseo que hoy lleva su nombre.
En Honfleur el objetivo de todo viajero es el Vieux Bassin, el puerto mejor conservado de Normandía, vigilado por el vetusto edificio de la Comandancia Real del siglo XVII y rodeado por centenarias casas de pizarra negra. Este puerto pesquero es uno de los más turísticos de la desembocadura del Sena.
En el entramado de calles de Honfleur proliferan las pequeñas galerías de pintores y escultores, entre comercios tradicionales y sorpresas como la iglesia de Santa Catalina, la más grande de Francia construida en madera. A pie de puerto, en el Quai Sainte Catherine, los pescadores venden sus capturas mientras en las terrazas de los coloridos bistros se sirven platos de deliciosos fruits de mer.
El Sena marca la frontera con la Alta Normandía. Su capital es Rouen, «la ciudad de los cien campanarios», cuna de escritores como Gustave Flaubert y pintores como Théodore Géricault que fue un icono del romanticismo. El casco antiguo es un ejemplo de la espléndida arquitectura normanda: fachadas de madera a la vista y tapial, y tejados de pizarra. No hay que perderse la abadía de Saint-Ouen, la catedral de Notre Dame y Saint Maclou, y después trasladarnos con la imaginación a 1431, con Juana de Arco ardiendo en la hoguera de la plaza del Vieux Marché.
acantilados, sobre playas de guijarros y asomado a arcos naturales como el de Manneporte
Nuestro último destino es Étretat, en la Côte d’Albâtre o Costa de Alabastro. La carretera conduce hasta La Poterie, a los pies del Cap d’Antifer. Desde el faro parte un sendero de unos tres kilómetros que bordea los
, sobre el que Guy de Maupassant dijo: «podría pasar un navío con todas sus velas largadas», o la Porte d’Aval, un arco de sílex escoltado por la Aiguille, una aguja de 55 metros. A sus pies se extiende la playa y el pueblo de Étretat.
Nada mejor que terminar el viaje contemplando el atardecer desde el acantilado d’Amont. Sentados junto a la capilla neogótica de Notre Dame de la Garde, que erigieron marinos y pescadores como exvoto protector en 1856, el sol tiñe los farallones calizos de un cálido naranja. Las gárgolas en forma de pez de la capilla vigilan con ojos pétreos las aguas del Canal de la Mancha, Étretat y el paso de siglos y milenios por los arcos y acantilados de la Costa de Alabastro. Un perfecta metáfora para la Normandía eterna.
MÁS INFORMACIÓN
Cómo llegar y moverse: La forma más habitual de viajar a Normandía es desde París, ciudad conectada con España por avión y tren de alta velocidad (Renfe y SNCF en cooperación). De allí se va en tren hasta Rouen, donde puede alquilarse un vehículo. Los aeropuertos de Caen, Rouen y Le Havre reciben algunos vuelos de España en verano. El coche de alquiler es el medio más práctico para recorrer la región, aunque también existen líneas de autobús y tren. Para conocer áreas naturales, hay itinerarios senderistas (GR 21), en bicicleta y a caballo.