Oslo siempre ha vivido de cara al mar y ahora, después de la remodelación arquitectónica realizada, ha instalado la vanguardia en su fachada marítima, renovando su puerto de origen vikingo e inaugurando nuevos centros culturales y de ocio.
El paseo puede comenzar visitando el Ayuntamiento, cuyas torres sobresalen al final del muelle Aker Brygge. La historia contemporánea de Oslo está explicada en los murales que cubren su vestíbulo. Pero si por algo es conocido es por acoger cada año la entrega del Premio Nobel de la Paz.
Muy cerca se extienden los casi dos kilómetros de la Karl Johans Gate, la avenida que enlaza el Palacio Real con la Estación Central. En ella se suceden edificios relevantes como la Catedral (siglo XVII), el Teatro Nacional (1899), el Parlamento (XIX) y el Grand Hotel, que aloja uno de los establecimientos más carismáticos de la ciudad, el Grand Café (1874). Allí, artistas como el dramaturgo Henrik Ibsen o el pintor Edvard Munch acudían con asiduidad. El local respira el aire señorial de entonces gracias al mobiliario y las pinturas que cubren sus paredes.
Girando por la calle Universitetsgata, a escasos 300 metros, se encuentra la Galería Nacional de Noruega que presume de exhibir la versión más famosa de El Grito (1893) de Munch. Las medidas de seguridad que rodean a este icono cultural –hasta ocho guardias custodian un vestíbulo de reducidas dimensiones– demuestran que en Oslo no quieren que se repita la historia de 1994, cuando la pintura fue sustraída de este museo; en 2004 hubo otro robo, éste en el propio museo del pintor, situado junto al Jardín Botánico, recientemente renovado.
Regresamos al puerto para pasear por el muelle Aker Brygge, donde estaban los astilleros. Hoy es una de las zonas de ocio de Oslo, animada por centros comerciales, bares y restaurantes. Además es la puerta a uno de los barrios dediseño: Tjuvholmen. Traducido al castellano como la «isla de los ladrones», se nutre de edificios de arquitectura atrevida, canales, galerías de arte y el Museo de Arte Moderno Astrup Fearnley, abierto en 2012.
Entre todas las construcciones que relucen en la bahía de Oslo destaca la imponente Ópera (2008), con su mármol de Carrara cayendo sobre el mar del Norte. Su aspecto de iceberg a la deriva impresiona igual que su coraza de vidrio. En el interior, sus niveles inclinados invitan a pasear incluso por el tejado para asomarse tanto al fiordo como al vestíbulo del edificio. Y en el centro, una escalera circular de madera lleva al auditorio principal, a 16 metros por debajo del nivel del mar.
Frente al edificio de la Ópera flota sobre el mar una península dominada por la fortaleza de Akershus, de origen medieval aunque reconvertida en un palacio renacentista. A los pies del recinto vale la pena entrar en el singular restaurante Solsiden, que ocupa un antiguo almacén portuario. Resulta difícil no caer rendido ante sus guisos de salmón, de bacalao o de cangrejo real que, para muchos, es el mejor marisco de Noruega.
Es hora de zarpar. Desde los muelles de Aker Brygge salen los transbordadores que llevan a otra península urbana, la de Bygdøy –asimismo accesible en autobús–, así como los barcos que navegan por el fiordo de Oslo.
El primer destino, de ambiente más rural y boscoso, concentra varias atracciones como el Museo Folclórico de Noruega y el de los Barcos Vikingos. El segundo permite descubrir la Noruega de los fiordos, ya que la propia capital noruega se encuentra en la cabecera del que lleva su nombre. Los cien kilómetros del Oslofjorden están bordeados por bosques salpicados con cabañas de madera para pasar el verano, multitud de islas donde se practican actividades vinculadas con el mar y coquetos pueblos pesqueros.
El paseo en transbordador desde Oslo llega al encantador Drøbak, en la orilla este del fiordo y a 39 kilómetros en coche. El pueblo creció gracias a los veleros que recalaban en el puerto en el siglo XVIII. En sus calles estrechas se conservan casitas de madera de aquella época, reconvertidas en restaurantes, librerías y tiendas.
En la plaza central de Drøbak se encuentra la Casa de la Navidad de Tregaarden, la única de Escandinavia donde es posible comprar adornos navideños todo el año, y la Oficina de Correos de los Duendes de Juleninssen, el Papá Noel noruego. La importancia de estos personajes es tal que hasta hay señales de tráfico que advierten de la presencia de duendes cruzando las carreteras.
Otra atracción de Drøbak la encontramos en su pintoresco puerto: es el Acuario, el único de agua salada de la región, que contiene la fauna marina del fiordo, compuesta por más de cien especies. Desde estos muelles sale un barco que acerca al islote de Oscarsborg, ocupado por una fortaleza de 1853, cuya historia épica se descubre en las visitas que se organizan.
Cae el día y lo que más seduce es regresar al puerto de Drøbak para ver cómo el sol se esconde mientras sonroja la fachada marítima del pueblo y el fiordo de Oslo.
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Cómo llegar y moverse: El principal aeropuerto de Oslo es el de Gardemoen, 50 km al norte y conectado por tren rápido. El «Oslo Pass» ofrece el uso gratuito del transporte público y descuentos en las visitas.
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