Los dominicanos creen, porque lo han observado, que hay algo especial en su tierra que revitaliza al extranjero en cuanto llega y lo devuelve a casa como nuevo. Más vivo. Ellos sospechan que el sol y el mar se alían para producir este efecto que culmina a menudo en una especie de sinestesia que conecta cuerpo, mente y alma. A partir de ahí, todo es dejarse llevar por un paisaje y una gente que invitan a disfrutar plenamente.