Desde los primeros vikingos en el siglo IX, hasta su independencia en 1944 bajo el liderazgo de Jón Sigurðsson, el fuego de los volcanes, el hielo de las tormentas y el hambre de los largos días en que solo se comía pescado controlaron la sociedad islandesa.
El país sigue con recursos naturales escasos, pero a lo largo de los años aprendió a utilizar sus abundantes fuentes de energía hidroeléctrica y geotérmica. Con la república y la creación de un estado de bienestar social, el nivel de vida fue creciendo e Islandia fue capaz de hacer frente a la crisis financiera de 2008. El país, que fue el primero de los europeos en elegir una mujer presidenta, sigue disruptivo y centrado en los derechos humanos y en la regulación de las desigualdades. Un espíritu que se manifiesta en su capital, cada vez más despojada de los tópicos que la catalogaban como una urbe fría, como un mal menor en todo viaje al país. Hoy en día, la cocina, la arquitectura y el entorno de Reikiavik conforman un caleidoscopio muy colorido de planes y propuestas para no dejarla a un lado.