En primera persona

Retorno a la Antártida

El periodista y viajero Luís Pancorbo relata su regreso al continente helado 50 años después.

Nuestro BAe146, un avión preparado para vuelos antárticos y pistas cortas, despega de Punta Arenas (Chile) rumbo a la isla Rey Jorge, en las Shetland del Sur, la puerta de la Antártida desde América. Para mí no es un viaje más. Voy a regresar al séptimo continente medio siglo después de haber pisado el Polo Sur. En 1969 tuve la suerte de ser seleccionado como periodista europeo por la Fundación Nacional de Ciencias de los Estados Unidos para cubrir la Operación Deep Freeze de aquel año, una misión de apoyo logístico de las bases norteamericanas Macmurdo, Byrd y Amundsen-Scott, esta última ubicada junto al Polo Sur geográfico.

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shutterstock 1619914228. Nuevo mundo

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Nuevo mundo

En febrero de 2019, en pleno verano austral, el cuatrimotor británico operado por la compañía chilena Aerovías DAP cubría en algo menos de dos horas los mil kilómetros que separan Punta Arenas de las Shetland del Sur, las primeras islas antárticas en esta parte del globo. Un viaje breve, pero fabuloso, sobrevuela las aguas casi siempre revueltas en torno al Cabo de Hornos y al Estrecho de Drake.

 

En la base chilena Presidente Eduardo Frei Montalva nos recibe una nevisca y una temperatura que ronda los 0º. Si bien se halla en una de las islas antárticas más septentrionales, llegar aquí constituye un gran paso considerando que esto es una especie de mundo aparte, además del continente más remoto, frío y desértico, sin árboles ni habitantes que no sean científicos o visitantes esporádicos como nosotros. La Antártida se considera también la tesorera del hielo del mundo y la llave de la estabilidad ecológica del planeta, pues si se produjera su deshielo de forma masiva, especialmente en la Antártida Oriental, el Armagedón climático estaría servido.

 

En el aeródromo de la base chilena no hay terminal, y menos aún algo como tiendas de recuerdos.

ALM-BHETMW. Pequeño atlas mundial

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Pequeño atlas científico

Sin embargo su breve pista de tierra resulta crucial, no solo para Chile sino para muchas naciones que han instalado sus estaciones científicas en la isla Rey Jorge, como la base Gran Muralla de la República Popular China o la Machu Picchu de Perú. España tiene dos estaciones en Decepción y Livingston, otras islas más pequeñas de las Shetland del Sur. Caminando unos tres cuartos de hora desde la base Frei se llega a la de Bellingshausen, perteneciente a Rusia. Es una de las mayores instalaciones en Rey Jorge, isla que en la cartografía rusa aparece denominada como Waterloo. Sorprende ver en una loma una iglesia ortodoxa de madera, una construcción de 2004.

Unas lanchas nos llevan antes de que se haga de noche al crucero Hebridean Sky, una nave chilena con todas las comodidades para afrontar la travesía de 500 millas náuticas que recorre esta parte norteña de la Antártida. Para los desembarcos vamos equipados con modernos chalecos salvavidas. Son muy livianos y delgados y se inflan solos si caes al agua. La nave puede alcanzar los 14 nudos por hora, eso sí, en aguas abiertas.

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Travesías únicas

El capitán Carlsson nos da la bienvenida y subraya que si el tiempo lo permite –primer condicionante de todo viaje antártico–, podremos acercarnos en zódiac a más de una decena de islas y bahías, e incluso desembarcar en algunas de ellas. Si todo va bien, podremos caminar sobre el continente blanco en la Península Antártica.

Navegar estas aguas es un sueño. Nada iguala, al despertar en tu camarote, descorrer las cortinas y ver pasar los témpanos flotantes. No hay mejor desayuno para los ojos. El  buen tiempo nos acompaña y enseguida desembarcamos en la bahía Mikelsen, nombre de una antigua factoría ballenera noruega. Toda aquella matanza ya pasó a la historia. Desde 1959, cuando se firmó el Tratado Antártico, en este continente quedaron prohibidas las actividades militares, mineras y por supuesto la caza o cualquier tipo de agresión al medio ambiente.

En Mikelsen observamos una colonia de pingüinos barbijos. Muchos de ellos caminan con toda su cachaza desde sus nidos en la nieve hasta alcanzar la orilla del mar y zambullirse sin apenas hacer ruido. Es imperativo cederles el paso. Aún más: para que no se estresen, hay que permanecer completamente quietos hasta que nos superen. A todo esto creo advertir unas miradas suyas de reojo.

shutterstock 1271911126. Rumbo a Caleta Cierva

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Rumbo a Caleta Cierva

Tras el almuerzo nuestro barco fondea en la bahía Hughes, a poca distancia en zódiac de la Caleta Cierva, a 64º09’31’’ de latitud sur. Allí se asienta la base argentina Primavera, operativa solo en el verano austral. Hay abundante fauna e incluso algo de vegetación, como líquenes y plantas herbáceas. Nuestra lancha avanza entre icebergs de colores que van más allá del blanco. Un témpano sumerge su mole dejando un rastro de color menta. Otras veces se trata de esquirlas de hielo flotante, como si el viento furioso la hubiera emprendido a hachazos con los témpanos gigantes.Una foca leopardo reposa sobre un pequeño iceberg. Parece bonachona y no se relame los bigotes, pero quién sabe si no se habrá merendado un pingüino esta tarde.

 

El nombre de Caleta Cierva fue puesto en 1960 por el Comité de Topónimos Antárticos del Reino Unido en homenaje al español Juan de la Cierva, inventor en 1923 del autogiro, aparato precursor del helicóptero. En nuestro barco han enmarcado como decoración una portada del diario La Vanguardia de los años 1930 con la foto del histórico autogiro. Tampoco me canso de mirar en la biblioteca acristalada de nuestro crucero unas acuarelas originales del doctor Edward Adrian Wilson, que participó en las grandes exploraciones británicas a la Antártida, y falleció en 1912 junto al capitán Robert Falcon Scott en la trágica expedición al Polo Sur. Wilson captó la sutil belleza de esta tierra helada de incontables formas y colores.

GettyImages-590614549. Santuario natural... y termómetro

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Santuario natural... y termómetro

En el comedor el tema de conversación gira en torno a la fabulosa naturaleza y a los efectos del cambio climático. Resulta lógico preguntarse por ello en un lugar como la Antártida, que no tiene parangón ni en blancura, ni en silencio, ni en protección. Pero la Antártida no está aislada, flotando en el espacio exterior. En realidad es la última frontera del mundo por su situación geográfica. Si el deshielo del Ártico es grave, mejor no imaginar qué sucedería si cediera el escudo blanco del continente con mayor altitud media de la Tierra.

 

Navegar entre las Shetland del Sur y la Península Antártica supone un privilegio incesante. Antes de las siete nos despiertan por megafonía avisándonos de que el barco está a punto de entrar en el Canal Lemaire, un pasaje de 11 km flanqueado por cordones nevados. La anchura del canal no supera los 700 m y el capitán maniobra para no impactar con los icebergs que flotan a la deriva. La guinda es ver en esos témpanos algún grupo de pingüinos, tiesos como maniquís.

ACX-acp120417. Maravillas submarinas

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Refugio marino

Por allí resopla una ballena jorobada. Allá se ven focas cangrejeras –a pesar del nombre, solo se alimentan de krill–, que lucen sus pieles lustrosas y sus largos mostachos sin temor alguno. Como las ballenas, las focas cangrejeras, peleteras y otras especies se han salvado de la ferocidad humana en este último reducto blanco del planeta. En la bahía Charcot son los propios témpanos los que parecen palpitar. Con movimientos lentos, como si bailaran sacando reflejos, exhiben las cicatrices que el viento labra sobre su superficie como si fuesen tatuajes o escarificaciones tribales.

iStock-465992166 (2). Atasco de icebergs

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Atasco de icebergs

En una tarde inolvidable nos adentramos a bordo de una lancha por un cementerio de icebergs. Se trata de una de esas calas adonde las corrientes llevan grandes icebergs que allí se amontonan. Pronto vendrá el invierno, el mar se helará y los témpanos quedarán atrapados formando una sola pieza, indistinguible del mar y la tierra. Nuestra zódiac avanza por un escenario fantasmagórico.

Otra mañana el capitán no ve problema para fondear en el archipiélago de las Islas Argentinas. Efectuamos dos desembarcos con las zódiac, primero en la isla Galíndez y después en la isla Winter.

 

En Galíndez se encuentra la estación Akademik Vernadsky de Ucrania. Fue durante décadas la base Faraday de los británicos, hasta que en 1996 estos decidieron venderla a los ucranianos por una libra esterlina. Pero no se trata de un lugar cualquiera sino del enclave donde se realizaron los estudios pioneros sobre el agujero de la capa de ozono. Hoy en día, además de aquellas investigaciones, se analizan cuestiones relativas al hielo y al deshielo antártico.

iStock-689472792. Una biblioteca en la nada

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Una biblioteca en la nada

A cinco minutos en lancha se halla una de las reliquias históricas de las Shetland del Sur. Es la Wordie House, una cabaña de madera construida en 1947 y bautizada así en honor de James Wordie, un geólogo que había participado en la expedición Imperial Trans-Antarctica, dirigida por Ernest Shackleton de 1914 a 1917. Wordie House permanece hoy medio enterrada por la nieve, aunque siempre en pie y con su chimenea como una bandera sin humos. La estufa es la protagonista de un sucinto espacio interior con bancos y literas, donde los científicos pasaron largas campañas polares. Su mayor lujo era una pequeña biblioteca con libros hoy abarquillados por la humedad. Recuerdo que cuando visité hace 50 años la cabaña de Scott en la isla de Ross, al otro lado de la Antártida, me impresionó ver congelado a uno de los perros que llevó el inglés para competir en la carrera por el Polo Sur contra el noruego Roald Amundsen en 1911.

iStock-858877866. Continente firme

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Continente firme

Una mañana llegamos a Puerto Neko en la bahía Anndvord, a 64º de latitud sur. Fue un descubrimiento del explorador belga Adrien de Gerlache en 1897. Pero el topónimo se puso por al carguero británico Neko, reconvertido en factoría ballenera flotante, que faenaba en esta zona entre 1911 y 1924. Desembarcamos en una playa de cantos negros y un nutrido grupo de focas Weddell nos recibe con indiferencia. Su prioridad es aprovechar los pálidos rayos de sol matutinos.

El protagonismo de este solitario enclave se lo lleva un glaciar capaz de desprender sus mantos blancos sobre el mar. Pero nosotros disfrutamos del hecho de pisar por fin el continente antártico, y por su parte peninsular, donde empieza la Tierra de Graham. Pero no nos basta con quedarnos en la orilla del mar con las focas. Frente a nosotros se eleva una colina nevada. Aunque el cielo se nubla y nevisca, con la ayuda de bastones de esquí vale la pena el esfuerzo de subir a lo más alto para contemplar el mar y los hielos como lo haría un pájaro que no fuese un pingüino.

GettyImages-1083415910. Paraíso en peligro

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Paraíso en peligro

El viaje finaliza volviendo por las islas Decepción y Media Luna, donde habitan cormoranes de ojos azules, otra especie única. Las bellezas antárticas, sin embargo, no nos hacen olvidar las graves señales de aviso medioambiental. De la plataforma continental ya se han desprendido grandes trozos de hielo. En el mar de Amundsen, en la Antártida Occidental, se han desgajado icebergs como el B-22, de 82 km de largo por 52 km de ancho. En septiembre de 2019 se registró otro desprendimiento que ha expulsado al mar un témpano del tamaño de Gran Canaria. Nosotros no vemos esas descomunales y amenazantes islas de hielo, pero los lobos existen, y el cambio climático también. Seguimos rumbo norte. Pronto estaremos de nuevo en la isla Rey Jorge y volaremos al cálido verano de Chile. 

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