Meigas, acantilados y pueblos marineros

Las Rías Altas en 15 paisajes de leyenda

De Ribadeo (Lugo) a Fisterra (A Coruña), el litoral gallego se extiende al pie de acantilados o a cobijo de prados y bosques brumosos.

Con un litoral abrupto donde el mar salpica el alma, las Rías Altas prometen vivir una de las experiencias viajeras más intensas de la Península, en una costa en parte virgen donde no es extraño compartir mirador con un caballo salvaje

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EO

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El primer contacto con A Mariña

La ruta empieza en Ribadeo, la primera población del litoral galaico viniendo del este. Nos da la bienvenida a la comarca de A Mariña, único tramo gallego que baña el mar Cantábrico. El nombre de la población nos indica que se encuentra en la ría de Eo, que se multiplica en un sinfín de acantilados y playas tan espectaculares como la de las Catedrales. Estos enclaves se pueden descubrir ciñéndose a la carretera N-634, que se asoma al mar siempre que puede, paralela a la variante norte del Camino de Santiago.

Ribadeo

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Un paseo por Ribadeo

Por ahora toca detenerse en el casco histórico de Ribadeo para contemplar el retablo barroco de la colegiata de Santa María del Campo y la Casa Consistorial erigida por el marqués de Sargadelos, fundador de la fábrica de cerámica que lleva su nombre, todo un hito del capitalismo industrial en el siglo XIX. En el mismo límite del agua, la roca de Pena Furada y la isla Pancha con sus dos faros son el aperitivo de lo que está por venir.

catedrales

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La catedral del mar gallega

A unos 10 km de Ribadeo se localiza la Playa de As Catedrais. En realidad, deberíamos decir de las Aguas Santas, pero los gigantescos arcos que parecen imitar arbotantes góticos labrados por el viento y el mar han acabado por popularizar el mote. Imprescindible llegar con la marea baja, único momento en el que es posible contemplar este espectáculo natural desde la arena, siempre vigilada por socorristas para que nadie se entretenga más de lo debido. Entre julio y septiembre hay que realizar una reserva previa online para acercarse.

Mondoñedo

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Mondoñedo y su pequeña Venecia

Para ver un auténtico recuerdo gótico construido por la mano del hombre basta dejar la costa y acercarse a Mondoñedo, capital de una de las siete provincias medievales gallegas. Sede episcopal desde el año 1112, la catedral cisterciense exhibe un rosetón de cinco metros de diámetro que es toda una declaración, pero lo más pintoresco es el barrio de Os Muiños, llamado «pequeña Venecia» por los canales y acequias que corren por sus calles y bajo el Puente del Pasatiempo. El nombre no hace referencia a cómo uno se olvida allí del reloj, sino al tiempo que perdió con unos canónigos Isabel de Castro cuando llegaba con un indulto para su marido. El pobre perdió la cabeza.

RIA de VIVEIRO

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Una tentación tras otra

La siguiente etapa consta de un sinfín de tentaciones que obligan a detenerse una y otra vez. El objetivo es alcanzar Estaca de Bares, Sitio Natural de Interés Nacional desde 1933 y punto que marca la división entre el Atlántico y el Cantábrico, señalizado con un faro solitario. Pero antes, el recoleto puerto de Foz y su pequeño castro de Fazouro bien merecen una foto. Luego, una tras otra, aparecen la dársena de la flota del bonito en Burela, la fábrica de Sargadelos, la antigua rada ballenera de San Cibrao con su pequeño Museo del Mar, el más antiguo de Galicia… Y así hasta llegar a Vivero que, aun siendo la población más importante de este litoral, no es el motivo que me trae hasta aquí; la verdadera razón se encuentra muy cerca, en el camino del pueblo de Chavín, y se llama Souto da Retorta.

Souto de Retorta

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Los árboles monumentales de Souto de Retorta

La historia de este fragante bosque de eucaliptos centenarios se remonta a la segunda mitad del siglo XIX, cuando un misionero benedictino de la población de Tuy, en Pontevedra, se trajo esta especie al regresar de sus prédicas en Australia. El árbol asombró por su capacidad drenante, ideal para contener las inundaciones que provocaba el río Landro al bajar por la sierra de Xistral y que impedía la instalación de una fábrica en el valle. Como resultado, hoy crecen no menos de 600 ejemplares en el lugar, destacando O Avó, el Abuelo de Chavín, considerado Monumento Natural. Con una altura que supera los 80 m, es uno de los árboles con mayor envergadura de Europa.

Desde Souto, solo 20 km me separan de Estaca de Bares. Paso de largo las playas de Arealonga y Xilloi para llegar por fin al gigantesco espolón de roca que se interna en el mar. Con sus 100 m de alto, es la atalaya perfecta para observar las aves migratorias entre agosto y noviembre. La mejor perspectiva de la península de la Estaca se obtiene desde el mirador de la Garita, vista que confirma que este es el punto más septentrional de España.

Cabo Ortegal

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Los acantilados más altos de Europa continental

Y de cabo a cabo, ya que siguiendo hacia el oeste la carretera alcanza el Cabo Ortegal. La distancia es corta, pero lo caprichoso del trazado demora más de lo previsto, en especial porque en ruta se pasa por la ría de Ortigueira y el inmenso estuario que forma la desembocadura del río Mera. En este punto conviene cambiar el coche por un calzado cómodo y disfrutar de, al menos, una parte de la senda de los miradores que van hasta San Andrés de Teixido. Una serie de nombres casi místicos sirve para designar los acantilados más altos de Europa continental: Vixía Herbeira, Miradoiro dos Cantís do Cadro, Miradoiro da Fornela, Garita do Limo, Miradoiro da Malveira… Casi parece un mantra para caminantes, un modo de invocar la aparición del espléndido Cabo Ortegal. Pero cuidado, porque entre olas coronadas de espuma asoman los abismos de roca que en la superstición marinera se conocían como «la puerta del mas allá».

San andrés de Teixido

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La leyenda de San Andrés de Teixido

Galicia es tierra de leyendas, donde ronda por la noche la Santa Compaña, procesión fantasmal de almas del purgatorio que dejan a su paso el olor a cera de las velas, aunque muchos solo la hayan visto en la película El bosque animado de José Luis Cuerda, de 1987. La esencia espiritual de los antiguos celtas también se fundamenta en estos precipicios, reconvertida con la llegada del cristianismo en devoción por san Andrés de Teixido. Oteando el horizonte, en un enclave inhóspito pero atractivo, parece que el santo estaba triste al ver que todos los peregrinos pasaban de largo, hacia Santiago. Dios se conmovió y le dijo que no se preocupara, que nadie entraría en el reino de los cielos si no visitaba antes su santuario. Y quien no lo hiciera en vida, lo tendría que hacer de muerto. De ahí la frase «A San Andrés de Teixido vai de morto o que non foi de vivo».

Ferrol

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Ferrol, entre casas señoriales y grafitis

Después de la naturaleza agreste de la sierra de A Capelada, el Ferrol se antoja una metrópoli. Durante el siglo XVIII fue la base de la Armada española y de aquellos tiempos quedan las casas señoriales del barrio de la Magdalena, con sus balcones con marquesina acristalada. La cantidad de ventanales daba idea del estatus de quien habitaba la casa.

En contraste con el racionalismo de esta zona, el popular barrio de Canido ha recuperado pulso desde que se convirtió en meca de grafiteros. Todo empezó en el 2008, cuando se invitó a varios artistas a decorar sus fachadas con interpretaciones de Las Meninas de Velázquez. Hoy celebra un festival cada septiembre. La ciudad también cuenta con los conocidos arenales de Doniños y San Xurxo, además de un sinnúmero de caletas dispersas por una costa de arena fina y oleaje intenso.

Fargas del Eume. Fragas del Eume

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La selva atlántica de Fragas del Eume

El contrapunto a tanto océano rugiente lo ponen las Fragas del Eume. En todo el valle bajo del río se conserva una de las joyas forestales de Galicia, recuerdo de cuando esta tierra estaba cubierta por extensiones perfumadas de robles, abedules, alisos, avellanos, castaños, sauces y acebos. El vocablo «fraga» se usa para designar a los bosques autóctonos. Estos acompañan el río a lo largo de 17 km, parte de los cuales se recorren por la carretera de la orilla izquierda.

Caaveiro

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Caaveiro es siempre una buena opción

Y en medio de esta selva atlántica descubrimos las ruinas del monasterio cisterciense de Caaveiro. En el extremo opuesto, de nuevo en la costa, aparece Puentedeume, población que en el siglo XIV fue propiedad de la familia Andrade. De aquel tiempo queda un torreón reconvertido en centro de interpretación, así como un castillo en las afueras. El centro histórico, en especial la Rúa Real con sus soportales, invita a pasear por el pasado.

Torre Hercules

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El faro en activo más antiguo del mundo

La tarde no puede acabar en otro lugar que en La Coruña –oficialmente, A Coruña–, donde hay que adelantarse al ocaso en la Torre de Hércules y aprovechar para echar un primer vistazo a la mítica Costa da Morte. La torre es de origen romano, aunque engaña con su revestimiento de piedra neoclásico, lo cual no le quita el mérito de ser el faro más antiguo del mundo en activo. A sus pies, además de la marejada, se divisa la antigua cárcel de Monte Alto, que los lectores de Manuel Rivas recordarán por su novela El lápiz del carpintero (2003).

A Coruña

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"A Coruña festeja"

Cuando el sol ya se ha sumergido en el mar, conviene pensar en volver al centro coruñés. En el edificio Prisma de Cristal, el Museo Nacional de Ciencia y Tecnología alberga la parte delantera y el tren de aterrizaje del avión que trajo de vuelta a España el mítico cuadro Guernica de Picasso. Las calles Barrera, Franja o Estrella, entre otras, son zona de tapeo. Habrá que comprobar lo que dice un famoso refrán: «Vigo trabaja, Santiago reza y A Coruña festeja».

Costa da Morte

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El romanticismo de Costa da Morte

Menos alegría evoca la Costa da Morte, un litoral inclemente pero de indudable atractivo. Técnicamente empieza en Malpica de Bergantiños, a media hora de La Coruña. Las culturas antiguas creían que esta era la tumba del sol, pero en realidad lo ha sido de numerosos marinos, como atestiguan las cruces de piedra blanca que se enfrentan al viento en lo alto de las escolleras. Los naufragios no siempre fueron para mal; por ejemplo, en Camariñas hay una gran tradición de encaje de bolillos, técnica que según se cuenta enseñó la superviviente del naufragio de un barco italiano en agradecimiento por haberla acogido. Otra versión de la historia dice que los nobles gallegos del siglo XVII que volvieron de la guerra de Flandes regresaron en compañía de sus mujeres flamencas, expertas en la materia.

Lo que nadie discute es el aspecto romántico del faro del Cabo Vilán, a escasos cinco kilómetros de Camariñas. Fue uno de los primeros con luz eléctrica en la Costa da Morte y el hecho de situarse sobre un promontorio que se adentra unos cien metros en el mar crea una imagen de postal. Este no es buen sitio para darse un baño, pero la cercana playa de Espiñeirido, en el municipio de Muxía, es ideal.

Acabar en Finisterre

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Acabar en Finisterre

Tras un refrescante chapuzón, me dirijo al Santuario de la Virgen de la Barca, lugar de peregrinaje. La barca en cuestión es un conjunto de monolitos en los que supuestamente llegó navegando la Virgen para infundir ánimos al apóstol Santiago. Hay quien les reconoce propiedades curativas y adivinatorias, y es que la magia siempre anda cerca cuando se viaja por Galicia. Hasta el cabo Finisterre o Fisterra tiene la suya. Los romanos se equivocaron al pensar que se trataba del punto más occidental del mundo conocido, cuando en realidad lo es el Cabo Roca, en Portugal. Sin embargo, el cambio de posición del eje de la Tierra respecto al sol en cada estación hace que, dos veces al año, aquí se puedan ver los últimos rayos del día de todo el continente. En verano, el fenómeno ocurre entre el 18 de agosto y el 19 de septiembre.

Entre las muchas excursiones que ofrece la Costa da Morte, merece especialmente la pena la senda que serpentea desde el cabo Vilán hacia el cabo Tosto y el Cementerio de los Ingleses, donde yacen los 172 marineros que perdieron la vida en el naufragio del Serpent en 1890. Una triste historia para un grandioso paisaje en el que, si la veda está abierta, se ve a los percebeiros arrancando el preciado crustáceo de las rocas en medio del oleaje.

Ortigal