Lo mejor de la región

La Rioja entre viñedos y monasterios

Una ruta para disfrutar de la cuna del castellano, de bodegas asombrosas, de pueblos delicados y de monumentos religiosos notables. ¿Quién da más?

Las dos primeras afirmaciones se sustentan en su ubicación geográfica, situada entre los rigores de la meseta castellana y la humedad de la cornisa cantábrica, con el río Ebro como arteria y vía de comunicación desde la época romana. Estas circunstancias ofrecen un clima sereno y suave, especialmente en otoño y primavera. En cuanto a la Historia, durante más de mil años La Rioja ha sido tierra de frontera entre musulmanes y cristianos, y entre los reinos de Navarra, Castilla y Aragón, además de paso obligado del Camino de Santiago francés. Aquí se tiene la oportunidad de pecar por los excesos de la buena comida y sus caldos de fama mundial, para luego expiarlos recorriendo la Ruta del Románico o la Ruta Jacobea.

 

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iStock-1175692869. A pie por Logroño

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A pie por Logroño

A Logroño, la capital de la comunidad autónoma, se accede con un acto tan simple como cruzar a la orilla derecha del río Ebro. Como si fuéramos peregrinos provenientes de Navarra, nos adentramos en el casco histórico de la ciudad. A los pies de la iglesia de Santiago nos encontramos con la Fuente del Peregrino y, sobre el piso de la plaza, un Juego de la Oca, metáfora de lo sagrado y variable del camino de la vida.

iStock-469033512. Epicentro de la ciudad

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Epicentro de la ciudad

A escasos metros, la plaza del Mercado es el epicentro del casco antiguo. Rodeada de edificios porticados, esta plaza fue antiguamente el centro vital de la ciudad. Está presidida por la concatedral de Santa María de la Redonda, del siglo xvi, que guarda en su interior una pequeña joya: la pintura de un Calvario realizada por Miguel Ángel y que puede verse en el deambulatorio del retablo mayor.

shutterstock 1339145906. De pintxos y dulces

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De pinchos y dulces

Hay tres calles en Logroño que forman una constelación perfecta de gastronomía, ambiente y vino. Se trata de las calles San Juan, San Agustín y la famosísima Laurel –apodada cariñosamente «la senda de los elefantes»–, corazón del casco viejo de la ciudad. Para circular por estas vías no se necesita más que buen apetito y una considerable cantidad de sed. Cada bar –hay más bares que adoquines– ofrece sus especialidades culinarias en forma de tapas en las que prima la calidad por encima del artificio. Un simple pincho de champiñón a la plancha, un huevo de codorniz con chorizo picante y pimiento, o los menos conocidos embuchados, deliciosa tripa de cordero asada, justifican el viaje se venga de donde se venga.

Las confiterías son territorios abonados para el recuerdo y no hay nada tan efectivo para transportarse a los olores y sabores de la infancia que pedirse un fardelejo en alguna de las pastelerías de la calle Portales, semiescondidas entre los arcos de los soportales como casas hechas de dulces en un bosque encantado. Este postre originario de Arnedo contiene toda la influencia del legado árabe en un hojaldre de forma rectangular, relleno con una mezcla de almendra, huevo y ralladura de limón.

iStock-1041547750. Territorio vinícola

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Territorio vinícola

A tan solo 26 km de Logroño accedemos a la zona más septentrional de la región, presidida por la señorial Haro, famosa por su producción de vino desde época romana. Durante el siglo xix bodegueros franceses se establecieron en la región con ánimo de criar vinos franceses, pero una plaga de filoxera les obligó a utilizar variedades autóctonas con las que consiguieron vinos que alcanzaron fama mundial. La prosperidad económica inundó Haro de palacios y casas solariegas, y se convirtió en la primera ciudad española en tener alumbrado público; así se recuerda en el acervo popular con la expresión: «Ya estamos en Haro, ya se ven las luces». Hoy en día el auge del enoturismo ha llevado a muchas bodegas centenarias del barrio de la Estación a ofrecer visitas guiadas, catas y cursos.

shutterstock 402732421. Entre viñas y castillos

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Entre viñas y castillos

Desde Haro se puede seguir la Ruta de los Castillos: Cuzcurrita, Sajazarra o San Vicente de la Sonsierra fueron poblaciones fronterizas entre antiguos reinos y aún conservan un marcado sabor medieval. Antes de enlazar de nuevo con el Camino de Santiago, es recomendable perderse por las callejuelas medievales de Briones, declarado Conjunto Histórico-Artístico y considerado uno de los pueblos más bonitos de España. Lo más recomendable es acercarse a la localidad a través de la carretera que atraviesa Gimileo, en las cercanías del mirador del cerro de San Pelayo.

iStock-481062275. Un monasterio muy 'royal'

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Un monasterio muy 'royal'

Retomando el Camino de Santiago hacia occidente, nos dirigimos a Nájera por la LR-208 bordeando las localidades de San Asensio y Hormilleja. Lo primero que sorprende al visitante es la ubicación de su casco antiguo, resguardado bajo los escarpados taludes de los cerros que rodean la ciudad. El Castillo de la Mota, el Alcázar y el de Malpica, llamado «de los judíos», se encargaban de proteger la villa. Y es que Nájera no era un enclave cualquiera, pues durante siglos fue residencia real y capital del Reino de Pamplona-Nájera, que en el siglo xi llegó a abarcar buena parte del tercio norte peninsular.

De aquella época data el monasterio de Santa María la Real (en la imagen). Construido a partir de una cueva del acantilado, parece más una fortaleza que un recinto religioso, con sus contrafuertes circulares guardando una estructura semejante a una muralla. En el interior, el Panteón Real custodia las sepulturas de varios reyes de Navarra, Castilla y León, así como el sepulcro de Diego López de Haro, señor de Vizcaya en el siglo xiii, que se encuentra en el claustro.

shutterstock 743150485. La catedral con gallinero incorporado

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La catedral con gallinero incorporado

Quienquiera que se adentre en la catedral de Santo Domingo de la Calzada, consagrada el año 1106, podrá disfrutar de una joya del románico riojano. Pero lo que más le sorprenderá no será el sepulcro de santo Domingo, sino la visión de un gallinero. Sí, sí, un gallinero con una gallina y un gallo vivos. Cuenta la leyenda que un joven peregrino francés fue falsamente acusado de robo y condenado a la horca. Aún colgaba de la soga cuando sus padres le oyeron susurrar que estaba vivo por intersección de Santo Domingo. Prestos acudieron a avisar al corregidor, que a punto de almorzar dos aves asadas exclamó: «Vuestro hijo está tan vivo como estas aves que voy a trinchar» y acto seguido, el gallo y la gallina asada cobraron vida y comenzaron a cantar. Esta leyenda se convirtió en una de las más populares de Europa y durante los últimos 900 años no ha habido peregrino que no haya visitado la catedral para constatar la veracidad del milagro.

shutterstock 377424643. Ezcaray y sus liturgias

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Ezcaray y sus liturgias

Tras las fatigas del caminante espera un lugar idílico rodeado de montañas: Ezcaray. Situado a los pies de la sierra de la Demanda y guardado por el pico de San Lorenzo (2271 m), el más alto de la comunidad, es un encantador enclave de no más de dos mil habitantes y un foco turístico durante todo el año. Cuenta entre sus atractivos con la estación de esquí de Valdezcaray y el afamado Festival de Jazz que se celebra en verano.

Es menester, antes de nada, cumplir con la tradición y acercarse a tocar la argolla del Fuero, en la primera columna de los soportales de la Oficina de Turismo. Cuenta la tradición que al tocar la argolla uno se acoge al Fuero otorgado por los reyes y no puede ser juzgado en otro lugar que no sea Ezcaray, por muy luctuoso que sea su delito. Sea uno héroe o villano, hay un lugar de la localidad que no podemos dejar de frecuentar: la popular plaza del Quiosco, punto neurálgico y de reunión tanto para locales como para foráneos, donde se admira la arquitectura tradicional riojana mejor conservada.

GettyImages-136145927 (1). Un entorno idílico

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Un entorno idílico

La ubicación entre montañas de Ezcaray hace de este lugar un campamento base perfecto para hacer actividades al aire libre, como el senderismo. De aquí parte una magnífica ruta que lleva hasta San Millán de la Cogolla, una de las joyas culturales de La Rioja. Partiendo del ayuntamiento, cruzamos el puente sobre el río Oja y nos encaminamos por una pista a la derecha que conduce entre pastos y bosques por las aldeas de Turza y Pazuengos, hasta desembocar unas horas después en San Millán.

shutterstock 143589529. Un pueblo, dos monasterios

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Un pueblo, dos monasterios

Este pequeño pueblo cuenta en su término municipal con dos monasterios que le han dado fama universal. Por un lado el más grande y suntuoso, el monasterio de Yuso, de estilo románico en su origen entre los siglos x y xi. En su interior se puede ver el facsímil de las llamadas Glosas Emilianenses, comentarios que un anónimo monje de Suso anotó en los márgenes de un texto en latín que estaba traduciendo: se trata de las primeras frases en castellano y en euskera no epigráfico de la historia. La vinculación de estos valles con la lengua no es casual, muy cerca de San Milán se encuentra la aldea de Berceo, cuna del poeta y monje Gonzalo de Berceo, uno de los grandes artífices del corpus literario medieval conocido como Mester de Clerecía.

shutterstock 25646878. Románico íntimo

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Románico íntimo

Desde Yuso a Suso media un kilómetro escaso que serpentea a través de una pequeña carretera entre un tupido bosque. Se accede tan solo con una visita guiada. Después de asistir a la majestuosidad de Yuso, Suso (en latín «arriba») parece poco más que una ermita en la ladera de la colina, pero no hay que dejarse engañar por las apariencias. Surgió como refugio de ascetas en cuevas en el siglo vi, siendo el primero y morador más famoso el eremita Aemilianus, san Millán, que habitó el cenobio hasta la edad de 101 años, todo un «milagro» para la época. En el interior del templo se conserva la cueva sepulcral con la lauda del fundador labrada en alabastro negro.

iStock-507216674 (3). Un sorprendente paraíso... natural

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Un sorprendente paraíso... natural

Desde San Millán orientamos nuestros pasos hacia otro paraíso, no religioso pero sí natural: la sierra de Cebollera, a los pies del Sistema Ibérico. En este parque natural abundan los bosques de hayas, robles, pinos y abedules, un paisaje propio de alta montaña en el que podemos encontrar circos glaciares (hoyas) por encima de los 2000 m. En Villoslada de Cameros se halla el Centro de Interpretación del parque, una buena manera de conocer no solo el patrimonio natural de la Sierra de Cebollera, sino también cómo las gentes han sobrevivido en su seno durante siglos practicando la trashumancia y viviendo en armonía con el entorno.

shutterstock 99481589. Los primeros moradores de La Rioja

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Los primeros moradores de La Rioja

Dicen los riojanos con sorna que sus primeros paisanos ya pisaban la uva y dejaron así sus huellas sobre la piedra, pero lo cierto es que se trata de icnitas, es decir, huellas fósiles de dinosaurios de diferentes especies y tamaños que inundan el sur de La Rioja. El Centro Paleontológico de Enciso nos proporciona toda la información necesaria para visitar los yacimientos y trasladarnos como por arte de magia al Cretácico Inferior, hace la friolera de 130 millones de años, cuando los grandes saurios dominaban la Tierra, campaban a sus anchas por las costas del Mar de Tetis y en una llanura pantanosa cercana a Enciso dejaron sus huellas petrificadas. Los 110 yacimientos repartidos entre 20 localidades suponen un patrimonio paleontológico de referencia mundial.

shutterstock 1453410617. Rumbo a Rioja Baja

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Rumbo a Rioja Baja

A 14 km de Enciso, el municipio de Santa Eulalia Somera alberga las Cuevas del Ajedrezado, un enigmático conjunto de cavidades de época altomedieval del que aún se discute si tuvo un uso eremítico o si servía para criar palomas. Tras la visita bajo tierra, acudimos a la cercana Arnedillo para disfrutar de su balneario o bien de las termas naturales de los márgenes del río Cidacos, una serie de pozas de piedra que se mantienen entre los 35 y los 40 ºC. Son de acceso público y están abiertas las 24 horas, lo que permite deslizarse en sus cálidas y relajantes aguas mientras se contempla el cielo estrellado.

 

Nos encontramos ya en plena Rioja Baja, la zona más oriental de la comunidad, y el paisaje ha cambiado a un clima más seco. Para descubrirlo en toda su belleza hay que detenerse en Cervera del Río Alhama. Esta localidad cuenta con una magnífica ruta senderista, apta también para realizar con bicicleta de montaña, que recorre las márgenes del río Alhama y discurre entre montañas espectaculares hasta el yacimiento celtibérico de Contrebía Leucade y el antiguo castillo árabe.

 

Alfaro es la cabeza de la comarca y el municipio más extenso de La Rioja. Merece la pena pasear por sus calles y visitar la Colegiata de San Miguel Arcángel (en la imagen), del siglo xvii, el templo más grande de la comunidad. Su construcción duró casi cien años y en su tejado alberga la mayor colonia urbana de cigüeñas blancas del mundo. La presencia de aves migratorias es una constante ya que en las inmediaciones se halla la Reserva Natural de los Sotos del Ebro, un oasis para multitud de aves, reptiles y anfibios. Conviene no abandonar Alfaro sin probar antes las afamadas chuletillas al sarmiento o el cordero lechal con caracoles, dos de sus platos más típicos. Y como seguimos en La Rioja, el más humilde vino de la casa que nos sirvan será de una calidad excepcional.

shutterstock 240435034. Calahorra y los recuerdos de la infancia

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Calahorra bimilenaria

Calahorra, la Calagurris romana, una de las ciudades más importantes del norte de Hispania, aparece tras conducir 30 minutos por la autopista. El río Ebro marca aquí la frontera con la vecina Navarra y baña ambas orillas alimentando huertas y cultivos. No en vano a Calahorra se la conoce como la Ciudad de la Verdura, con un museo dedicado en exclusiva a la cultura de la huerta. En el casco antiguo también es de visita obligada el Museo de la Romanización, una magnífica muestra del legado e historia de una ciudad bimilenaria.

 

No hay mejor lugar para terminar este recorrido por La Rioja que la pequeña población de Aldeanueva de Ebro, conocida como «el pueblo de las tres mentiras», puesto que no es una aldea, ni es nueva –data del siglo xi– y el Ebro pasa a varios kilómetros de ella. Mientras paseo por el coqueto Museo del Vino, ubicado en la antigua ermita del Portal, de 1536, no puedo evitar recordar el aroma de la infancia, el de mi abuela cociendo peras del Rincón del Soto –antes fruta humilde, hoy con denominación de origen– bañadas en vino joven, con canela, clavo y pimienta, en el instante mágico en que las luces ocres del otoño tiñen de oro el mar de viñas que rodea el pueblo.