Carcasona, emplazada sobre una loma a orillas del río Aude, es el conjunto medieval mejor conservado de Francia y uno de los más completos de Europa. La ruta por tierras cátaras comienza al pie de las murallas del siglo XII de esta ciudad y recorre luego un territorio sembrado de bosques, viñedos y pueblos medievales como Mirepoix –en su plaza porticada, bajo las fachadas con entramados, se instala un mercado semanal– o Cordes-sur-Ciel –de calles empedradas y edificios góticos–. Aquella época de feroces luchas legó un conjunto de castillos que hoy sirven de hilo conductor para viajar por esta frondosa región.
La Puerta Narbonesa es la entrada principal a la Cité, la ciudad amurallada. Estas defensas fueron esenciales en 1209, cuando el papa Inocencio III convocó la Cruzada Albigense para erradicar el catarismo –un movimiento que proclamaba el regreso a los valores del cristianismo primitivo– y que tenía en Carcasona su plaza fuerte. Tras un largo sitio, la ciudad cayó en manos de los cruzados y fue entregada a Simón de Montfort, caballero que sentía un odio profundo hacia la culta sociedad occitana.
Perderse por la Cité
El viajero actual entra en el ambiente medieval en el instante en que franquea las murallas, gracias a la intensa restauración realizada en el siglo XIX por Violet-le-Duc. Estrechas calles llenas de comercios artesanos llevan al castillo Condal (siglo XII) y a la basílica de Saint-Nazaire (siglos XI-XIV), que conserva detalles románicos y góticos.
La Cité esconde curiosidades como el Museo de la Inquisición, además de numerosos restaurantes que cocinan el cassoulet, un guiso de alubias blancas y carne. La visita culmina andando por el Paseo de las Lizas, el perímetro de murallas y barbacanas que lleva hasta la Puerta del Aude, el otro acceso a la Cité.
El viaje por el País Cátaro comienza tomando la carretera que conduce a Lagrasse, a 30 kilómetros, y se adentra en el denominado Pays Corbières-Minervois. La ruta discurre entre viñedos hasta el corazón del macizo de Corbières, donde se encuentra la abadía benedictina de Sainte-Marie d’Orbieu, que vivió su época de esplendor durante la Cruzada Albigense. A una hora de camino y en medio de un paisaje de cipreses, pinos y boj, aparece la abadía de Sainte-Marie de Fontfroide. Fundada en 1093, entró a formar parte de la orden del Císter en 1145 y durante la Cruzada Albigense se afirmó como bastión de la ortodoxia católica contra los cátaros.
Celtas, griegos, romanos, sarracenos y francos configuran la historia de esta localidad
La ciudad de Narbona, a 17 kilómetros, invita a retroceder en la historia más de dos mil años, a los tiempos en que fue la primera colonia romana fuera de Roma. Diversos itinerarios permiten descubrir la evolución de la ciudad, desde la época romana hasta el esplendor vitivinícola del siglo XIX. El circuito esencial visita el antiguo recinto arzobispal –con un palacio románico y otro gótico– y se adentra en el núcleo antiguo hasta alcanzar la catedral de Saint-Just et Saint-Pasteur (siglos XIII-XIV).
Apenas 30 kilómetros separan Narbona de Béziers. Celtas, griegos, romanos, sarracenos y francos configuran la historia de esta localidad, que se internó en una Edad Media marcada por el fuego y la sangre. El 25 de julio de 1209 la ciudad fue incendiada y sus 20.000 habitantes, mandados asesinar por orden del abad Almeric: «Matadles a todos. Dios ya reconocerá a los suyos». Merece la pena visitar la catedral de Saint-Nazaire y las Nueve Esclusas de Fonseranes, una de las obras más espectaculares del Canal de Midi, que salva un desnivel de 21,50 metros en solo 300 metros. Béziers es también célebre por su jardín de los Poetas y el de los Obispos, y por su proximidad a las cálidas playas de Valras, el apunte mediterráneo a la primera etapa de este viaje.
Conviene ahora regresar a Carcasona por el norte para detenerse en varios enclaves decisivos en la historia cátara y con igual destino trágico. Primero aparece Minerve, 30 kilómetros al norte de Béziers, y casi una hora después, Caunes-Minervois, emplazada al final de la llanura de viñedos del Minervois y a los pies de la Montagne-Noire. Dos elementos destacan en este pequeño núcleo: la abadía benedictina de Saint-Pierre et Paul, donde en 1227 el obispo cátaro Pierre Isarn fue quemado; y su mármol rojo, que se ha utilizado en el Trianón de Versalles y en la Mezquita de Córdoba. La extracción de mármol fue el motor de la economía local hasta el siglo XIX, y actualmente puede visitarse una cantera en funcionamiento.
Tras veinte minutos por carretera se alcanza el conjunto de Lastours. Sobre un espolón situado a 300 metros de altura se levantan sus cuatro castillos: Cabaret, Surdespine, Quertinheux y Tour Régine. Los tres primeros sufrieron los asaltos cruzados de Simón de Montfort hasta 1229, año en que se firmó el Tratado de París para poner fin a la cruzada. Como represalia, el ejército real destruyó la población y los castillos. Más tarde fueron reconstruidos a la vez que se añadía la cuarta torre, la Tour Régine, para reforzar la defensa del sur de Francia. El mirador de Belvédère, a dos kilómetros, regala una magnífica vista sobre los cuatro castillos.

Abadía de Saint-Hilaire
La segunta parte del viaje toma Carcasona de nuevo como base. Siguiendo el río Aude unos 30 kilómetros al sur, se llega a Saint-Hilaire, cuya abadía (siglos VIII y IX) estuvo bajo la protección de los condes de Carcasona hasta principios del siglo XIII, cuando los monjes acusados de herejía perdieron gran parte de sus bienes y la abadía fue devastada por los cruzados. En esta área se consigue uno de los vinos más prestigiosos del mundo, el Blanquette de Limoux. Pasar una mañana o una tarde junto al Canal de Midi en las cercanías de Carcasona supone una agradable pausa en esta ruta entre fortalezas. Se trata del canal navegable más antiguo de Europa, y une el río Garona a la altura de la ciudad de Toulouse con el mar Mediterráneo gracias a 63 esclusas, 126 puentes y 6 presas. Fue construido en el siglo XVII por Pierre-Paul Riquet para facilitar el transporte de mercancías y, hoy en día, también lo surcan embarcaciones de recreo que se alquilan por días o barcas pequeñas que ofrecen paseos entre poblaciones. Otra opción es andar o ir en bicicleta o a caballo por el camino de sirga que sigue la orilla.
La fortaleza de Peyrepertuse es el siguiente objetivo en esta ruta cátara. El camino de casi dos horas que conduce hasta ella está sazonado de patrimonio histórico y natural. Destaca la antigua abadía y catedral de Sainte-Marie d’Alet, el castillo de Arques y el pico de Bugarach. La abadía es del siglo IX y, por su posición estratégica y sus reliquias de la Vera Cruz, fue un importante destino de peregrinaje. El actual castillo de Arques –hay que desviarse seis kilómetros de la ruta– fue construido entre los siglos XIII y XIV, pues el anterior había sido incendiado por Simón de Montfort durante la Cruzada Albigense. En cuanto al pico de Bugarach (1.231 m), es el punto más alto de la sierra de Corbières y permite contemplar un panorama que se extiende desde los Pirineos a la Montagne-Noire, y desde el Mediterráneo al valle del Aude. Por su curiosa configuración geológica, con los estratos superiores más antiguos que los inferiores, recibe el nombre de «montaña invertida».
Una estrecha y empinada carretera a la salida de Duilhac recorre los últimos tres kilómetros hasta el castillo de Peyrepertuse. Desde la zona de aparcamiento, en quince minutos se sube a la cresta calcárea que acoge el más bello ejemplo de la arquitectura militar del Midi medieval y que pasó a manos de Francia en 1240.
A escasos once kilómetros aparece el castillo de Quéribus, sobre la población de Cucugnan. Sus muros acogieron en algunas ocasiones al obispo cátaro de Razès (Benoît de Termes) y refugió a los últimos cátaros hasta su caída en 1255, convirtiéndose en uno de los últimos bastiones cátaros en sucumbir al nuevo orden impuesto por el rey de Francia y la Iglesia. Cerca se erigen otros dos castillos que acogieron a los cátaros durante la cruzada: Puilaurens y Puivert.
El último bastión
Montségur es el icono de la memoria cátara. El mes de mayo de 1243 empezó el sitio de la que era capital de la Iglesia Cátara, y el 16 de marzo del año siguiente, 215 hombres, mujeres y niños fueron quemados en el paraje que hoy se conoce como Prado de los Quemados. Es indispensable subir al castillo –un paseo de veinte minutos– y visitar el Museo de los Cátaros para entender la filosofía de los denominados Hombres Buenos.
Algo menos de 45 minutos en coche separan Montségur de Foix. Un circuito por la ciudad medieval permite descubrir los dominios de los condes de Foix y su magnífico castillo, erigido sobre un peñón de roca calcárea en el siglo XI. Para aprovechar mejor la visita es recomendable seguir el itinerario turístico Circuit des Métiers –incluye comercios y talleres de artesanos– o el Circuit de l’Eau, que se pierden por los rincones más bellos.
Diferentes teorías apuntan que los cátaros recibieron el nombre de «albigenses» porque el primer obispo cátaro fue de Albi
Acabar esta ruta cátara en la ciudad de Albi –a una hora por autopista– es una forma de buscar los orígenes. Diferentes teorías apuntan que los cátaros recibieron el nombre de «albigenses» porque el primer obispo cátaro fue de Albi o porque sus habitantes lucharon para evitar que algunos «hombres buenos» fueran quemados en la ciudad. En todo caso, Albi quedó pronto alineada al lado de la Iglesia de Roma y vivió durante el siglo XIII su mayor esplendor. El poder católico se tradujo en la construcción de la Catedral, de ladrillo rojo y con aspecto de fortaleza, y del palacio de la Berbie, que acoge el Museo Toulouse-Lautrec, dedicado al artista. Ambos constituyen la Ciudad Episcopal de Albi, declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad por la Unesco en 2010.
La ciudad ofrece otros atractivos, como descansar en los jardines del palacio de la Berbie, navegar a bordo de una gabarra por el Tarn, o tomarse un vino Gaillac en una terraza del casco antiguo. Y como complemento, a solo 30 kilómetros de la ruta, el pueblo de Cordes-sur-Ciel invita a otra inmersión en la época de los cátaros. Fundada el año 1222 por el conde de Toulouse, acogió a los habitantes de las poblaciones castigadas por las tropas de Simón de Montfort, así como a los cátaros perseguidos por el obispo de Albi. La restauración de 1940 devolvió a sus calles y edificios góticos el aspecto de los tiempos en que imperaban las ideas de tolerancia y sabiduría de los cátaros.
Para saber más
A tener en cuenta: documentación DNI.
Idioma: francés.
Moneda: euro.
Cómo llegar: Carcasona y Toulouse (a 95 km) son las ciudades de acceso a la Ruta Cátara. Toulouse recibe vuelos de Madrid, Barcelona y Sevilla, y trenes diarios de Barcelona y de Irún. Por carretera, Carcasona está a solo 300 km de Barcelona y a 530 de Bilbao.
Cómo moverse: El coche, propio o de alquiler, es el mejor medio para visitar por libre los pueblos y castillos. Existe una red de vías verdes para recorrer la región en bicicleta; la del Canal de Midi tiene 49 km. Otra opción es alquilar una barcaza o péniche para navegar por el Canal de Midi entre Toulouse y Béziers. El Sentier Cathare es un itinerario de 29 km que enlaza las fortalezas de Quéribus, Peyrepertuse y Puilaurens. La visita a los castillos suele incluir un espectáculo de lucha medieval y cetrería.