De Toulouse a Carcassone en 450 km

La ruta circular perfecta por las ciudades más bellas de Occitania

El sur de Francia es un territorio legendario de leyendas y urbes de fascinante arquitectura medieval.

La rosada Toulouse y la amurallada Carcasonne son los extremos de este itinerario por el sur de Francia. En él se pueden descubrir castillos cátaros, abadías medievales, paisajes naturales y hermosas ciudades, unas aupadas sobre peñas que despuntan entre viñedos y otras reposadas a orillas de cursos de agua como las del navegable Canal du Midi. Todo ello amenizado por museos y una reputada gastronomía que invita a culminar de forma inolvidable cada una de las etapas del viaje.

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iStock-1135530025. Toulouse

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Toulouse, la rosa

Anclada a orillas del río Garona, Toulouse invita a viajar desde sus orígenes romanos a la época espacial, así como a descubrir sus monumentos y su intensa vida artística y universitaria. El corazón de la ciudad es la Plaza del Capitole, un espacio flanqueado por edificios señoriales como el que aloja el Ayuntamiento o el del Teatre du Capitole, ambos situados a un corto paseo de la Basílica de Saint-Sernin, joya del románico europeo, y de la Catedral de Saint-Étienne, donde reposa en una sencilla tumba Pierre-Paul Riquet, el ingeniero responsable de la creación del Canal du Midi.

En esta ágora se inician numerosos paseos por la ciudad, abierta en calles elegantes, con presencia de restaurantes que son buques insignia de la reputada gastronomía local. Por ellas se llega al Convento de los Agustinos, un recinto medieval que aloja un magnífico museo donde se expone arte universal desde la época paleocristiana hasta el siglo XX. Fue inaugurado en 1793, el mismo año que el Louvre de París, y junto a este es uno de los más antiguos de Francia. Pero los Agustinos no es la única joya religiosa de Toulouse. Compite en belleza e historia con el Convento de los Jacobinos (siglo XIII), cuyas columnas en forma de palmera apabullan por su belleza; este conserva un claustro con arcos que suelen enmarcar conciertos y festivales de música que tanto gustan en la ciudad.

En Toulouse se han habilitado otros palacios como museos. Es el caso del Hôtel d’Assezat, sede de la Fundación Bemberg que exhibe pintura desde el Renacimiento (Veronés, Tintoretto, Lucas Cranach) a las vanguardias del siglo XX. O el palacete Dumay, del XVI, que aloja el Museo de la Antigua Toulouse. Pero este apartado estaría incompleto sin mencionar la faceta «espacial» de Toulouse. La Cité de l’Éspace, ubicada en las afueras, es un recinto dedicado a la exploración aérea, donde igual se puede experimentar la ausencia de gravedad como entrar en una nave auténtica de las antiguas Soyuz soviéticas.

Para completar la visita a Toulouse, merece la pena contemplar a obra de ingeniería del muelle de la Embouchure, donde además pueden dar comienzo varias excursiones, bien sea a bordo de una embarcación, en bicicleta por la senda que corre paralela al Canal du Midi o en coche realizando paradas cada pocos kilómetros. Así se puede llegar a los paisajes del Lauragais, el llamado País del Pastel a causa de una planta utilizada desde el siglo XII para extraer un tinte azul con el que se teñían tejidos y lanas. En el XVI, la fabricación y exportación de este pigmento enriqueció la región, principalmente a Toulouse y otras ciudades de este itinerario como Albi y Carcasona.

iStock-497118576. Albi

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Albi, la episcopal

Albi es conocida por ser la cuna del catarismo en Francia y también la ciudad en la que nació el pintor Henri de Toulouse-Lautrec (1864-1901), este recordado en mil detalles y rincones de la ciudad (carteles, cafés, galerías de arte...), aunque es en su museo instalado en el Palacio de la Berbie donde mejor se puede admirar su legado, con más de mil obras expuestas.

Visitar la ciudad de Albi es como entrar en una fotografía antigua, por los tonos ocres y rosados de muchos de sus monumentos y palacetes renacentistas repartidos por el barrio histórico del Vieil Alby. La imponente Catedral de Santa Cecilia se impone sobre la ciudad como una fortaleza. Construcción originaria del siglo XIII, no hay que dejarse engañar por su sobrio exterior: el interior guarda ricas pinturas al fresco que cubren sus naves, consideradas el mayor conjunto pictórico renacentista de Francia.

El mencionado Palacio de la Berbie es uno de los monumentos más soberbios de la ciudad. Su visita incluye unos jardines que se asoman al río Tarn, cruzado por el Puente Viejo y navegable en gabarras que invitan a dar un sosegado paseo. Antes de abandonar la ciudad conviene buscar joyas menos conocidas de Albi, como el coqueto claustro de la Iglesia de Sainte-Salvy, del siglo XIII, y el Museo Lapérouse, donde se describen las expediciones por el Océano Pacífico de este ilustre navegante nacido aquí en 1741.

La visita a Albi estaría incompleta sin descubrir algunas de las bodegas vinícolas situadas en los alrededores. Asimismo es recomendable realizar excursiones a pueblos icónicos como la rural Lautrec, cuna de la familia del pintor, donde se conservan antiguos molinos de viento; Cordes-sur-Ciel, una de las etapas más bellas de la Route des Bastides, formada por un centenar de pueblos del sur de Francia con defensas medievales; y alcanzar las gargantas del río Tarn, de gran atractivo paisajístico y además navegables, con estampas únicas como la del Castillo de La Caze, edificado al abrigo de este desfiladero, junto al pueblo de Sainte-Enimie.

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Montpellier, la universitaria

La docta Montpellier conserva la más antigua universidad de medicida en activo, una institución que ha marcado el ritmo de la ciudad desde su fundación en el siglo XII. El paseo más sugerente por la ciudad es el que discurre por el núcleo de Écusson, el barrio antiguo que se remonta a la Edad Media, cuando se levantaron los primeros muros en torno a la colina que dio origen a la ciudad, hoy peatonal. Allí reina el recinto monacal de Sainte-Pierre, originario de 1364, consagrado como catedral el año 1536. El monumento, reconocible por su fachada con torres cuadrangulares y un pórtico con dos torretas cilíndricas, es el monumento gótico más importante de la ciudad y el mayor templo de la región del Languedoc-Roussillon.

Uno de los centros vitales de Montpellier es la Place de la Comédie, inicio o final de muchos paseos. La preside la Ópera Comédie, un teatro similar al de París, que tiene enfrente la hermosa fuente de las Tres Gracias. A este espacio van a dar calles animadas como la Rue de la Loge, con boulangeries, librerías, tiendas de diseño, luthiers, cafeterías y mucho arte urbano. Sin embargo, aquellos que busquen las calles más elegantes deben dirigirse a la Rue Foch y sus alrededores, una zona de mansiones señoriales donde se puede admirar el arco triunfal de la Porte de Peyrou, alzado junto al parque ajardinado de igual nombre, donde los fines de semana se instalan mercadillos.

Montpellier, con más de mil años de historia a sus espaldas, es además una de las urbes más vibrantes del sur de Francia. En su catálogo cultural destaca el Museo Fabre, una  pinacoteca instalada en un palacio del siglo XVIII en el centro de Montpellier, que exhibe obras de maestros franceses y europeos. Más contemporáneo es el nuevo MOCO-Hôtel des Collections, donde se combinan espacios para colecciones permanentes, otras temporales y estudios para jóvenes artistas. Incluye La Panacée, un oasis urbano. Algo parecido es el Mercado de Lez, una granja a orillas del río Lez, donde antaño había un taller de impresión y almacenes agrícolas e industriales; hoy es un complejo que aglutina restaurantes, galerías de arte y tiendas de artesanía. Cerca, el Port Marianne, en el nuevo Montpellier, está dominado por el futurista Ayuntamiento diseñado en tonos azules por Jean Nouvel.

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Béziers, la más antigua

Consta que Béziers fue fundada el año 700 a.C., aunque su historia se remonta en realidad a 2700 años atrás. Celtas, griegos, romanos, sarracenos y francos configuran el legado de esta localidad, que se internó en la Edad Media marcada por el fuego y las tragedias. El año 1209, la ciudad fue incendiada y sus 20.000 habitantes, asesinados por orden del abad Almeric: «Matadlos a todos. Dios ya reconocerá a los suyos». Dramas aparte, hoy la visita a Béziers está encabezada por la esplendorosa Catedral de Saint-Nazaire, situada en lo más alto y con aspecto de fortaleza, ya visible desde la lejanía. Un momento mágico para contemplarla es de noche iluminada, cuando su imagen se refleja en las aguas del río Orb. La fachada del templo, de aspecto sobrio, está culminada por una torre cuadrada, hoy campanario. Por su lado, en el amplio interior del templo se conservan vestigios románicos, vidrieras góticas y un pequeño claustro. El extenso monumento incluye otros edificios que fueron residencias de clérigos que regentaron el obispado de Béziers, entre los siglos XII y XIV. La estampa más famosa y buscada de la ciudad es la de su catedral dominando la vista sobre el Pont Vieux, medieval (siglo XII) y catalogado como Museo Histórico de Francia, que salva las aguas del río Orb.

Deambulando por Béziers se descubren otras visitas atractivas, como el Jardín de los Poetas y de los Obispos, que invita a disfrutar de un agradable paseo; también el Museo de Bellas Artes, alojado en el palacete del Hôtel Fayet; o el Mercado Cubierto, obra modernista de 1890 donde, además de adquirir productos gastronómicos locales, se puede admirar su arquitectura de hierro. Por su lado, el Museo de Biterrois es un centro cultural con exposiciones temporales sobre la historia de la región y su tradición vinícola. Y si se dispone de tiempo, también vale la pena acercarse a las Esclusas de Fonserannes, a unos 3 km del centro, una obra de ingeniería que es de las más visitadas del Canal du Midi, declarado Patrimonio de la Humanidad en 1996, así como disfrutar de las playas de Valras, un cierre mediterráneo a esta etapa del viaje.

iStock-679347018. Sète

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Sète, la marítima

El mar penetra por canales en la marítima Sète. Antiguamente por estas vías de agua transitaban embarcaciones que transportaban pescado y pequeñas mercancías hacia las fábricas y almacenes del interior de la ciudad. Hoy, por algunos de ellos aún circulan barcas pesqueras que descangan sus mercancías al atardecer. Por encima de los canales domina el Monte Saint-Clair, una colina redondeada alrededor de la cual fue creciendo la marítima Sète. La subida a lo alto de esta elevación de 175 m, a pie o en coche, es una excursión habitual para contemplar las vistas sobre la ciudad y sus alrededores.

Entre el pulmón verde de Saint-Clair y el puerto náutico encajado entre las cuidadas playas de Sète se extiende su red de canales, coloreados por barcas de pescadores y las fachadas rehabilitadas de las casas que presiden los muelles, muchas con balcones de hierro forjado que miran a los canales y puentes de la ciudad. Destaca el Grand Canal, cruzado por varias pasarelas, y con elegantes edificios y restaurantes de pescado y marisco. Una visita curiosa en Sète es su pequeño museo etnográfico, instalado en un renovado almacén del puerto, donde se exhiben utensilios cotidianos antiguos y otros creados por diseñadores contemporáneos.

La ubicación de Sète en un extremo de la Costa Azul ofrece el aliciente de poder visitar atractivos centros turísticos como el Cap d'Agde o Sainte-Maries-de-la-Mer, localidad cercana a las dunas de la Camarga donde se puede dar paseos a caballo, y también seguir rutas costeras que, además de regalar bellas vistas, recalan en faros y torres-vigía del siglo XVI.

iStock-1156087935. Narbonne, la romana

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Narbonne, la romana

Narbona también invita a retroceder en el tiempo, más de 2000 años, a los tiempos en los que fue la primera colonia romana fuerta de la capital imperial: Roma. La esperada inauguración del museo Narbo Via ofrecerá una amplia revisión de aquel periodo. Hoy por hoy, diversos itinerarios descubren la historia de la ciudad desde la época romana a la prosperidad vitivinícola que la ensalzó en el siglo XIX.

Actualmente esta ciudad animada y no muy grande ha recuperado su prestigio vinícola, gracias a diversas bodegas situadas en su entorno, que ofrecen visitas guiadas. El centro histórico de Narbonne está dividido por el Canal de la Robine, arbolado en sus orillas. Al norte se extiende el barrio medieval, donde sobresale el Palacio Arzobispal, construido entre los siglos XIII y XIV. A su lado, la inacabada catedral gótica de Saint-Just et Saint-Pasteur, posee un espléndido claustro, vidrieras del siglo XIV y una colección de bellos tapices de Aubusson y Gobelin. Ambos monumentos dominan el centro histórico.

Cerca del palacio se levanta el Ayuntamiento, con una fachada neogótica del XIX realizada por Viollet-le-Duc, arquitecto determinante en la restauración de la Francia medieval. A su alrededor se pueden visitar museos como el de Arqueología y Prehistoria y también la hermosa La Madeleine, una capilla del siglo XIII con pinturas murales del XIV, que exhibe una colección de sarcófagos, mosaicos romanos y vasijas giregas. También destaca el Museo de Arte e Historia, tan interesante por su lujoso mobiliario y techos profusamente decorados, como por su colección de arte. Y por detrás de estos edificios se contemplan vestigios de la Narbona romana, como los de Horreum, unos almacenes subterráneos donde se guardaba el grano ya en el siglo I a.C.

iStock-1284298847. Carcassonne

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Carcassonne, la impenetrable

La ciudad antigua de Carcasona, situada sobre una loma a orillas del río Aude, está considerada el mejor ejemplo de ciudadela medieval de Francia y uno de los más completos de Europa. Es cierto que ello se debe a una remodelación completa que realizó el ingeniero Violet-le-Duc en el transcurso del siglo XIX, no sin cierta controversia. Pero la cuestión es que el resultado final es un bastión que hace viajar en el tiempo. Tras atravesar la puerta almenada de Narbona y cruzar un puente levadizo sobre un foso hoy seco, se entra por fin en la inexpugnable Carcassonne. Es entonces cuando se revive la sorpresa que recibía a los invasores al descubrir que allí les esperaba una segunda muralla. Un paseo adoquinado discurre hoy entre este doble perímetro amurallado de 3 km de longitud, forma ovalada y 52 torres rematadas por pináculos.

Declarada Patrimonio de la Humanidad por Unesco, la visita al interior de la Cité, la ciudad guardada dentro, hace viajar a los tiempos de blasones, escudos, armaduras y ballestas, que ahora engalanan tiendas, restaurantes y hoteles. Dos visitas son imprescindibles: la Basílica de Saint-Nazaire (siglos XI-XIV) y el Castillo Condal (XII), que incluye un museo sobre la restauración realizada en la ciudadela. Luego nos esperan un sinfín de rincones con encanto, como el callejón Cros-Mayrevieille, pequeño y sinuoso, antes y hoy eje comercial de la ciudad; la Torre del Tesoro, donde se guardaban las joyas reales ya en el siglo XII; el Paseo de las Lizas que permite recorrer el perímetro de murallas y barbacanas; el Museo de la Inquisición, con artilugios sobrecogedores; o el Teatro Jean Deschamps, un escenario histórico de la Cité construido en 1908 sobre los vestigios del claustro de Saint-Nazaire, que desde mitad del siglo XX acoge conciertos y festivales.

También vale la pena conocer el corazón que late en la Carcasona extramuros, donde la Plaza Carnot de la Bastide Saint-Louis, cerca de la Catedral de Saint-Michel, es el núcleo más vital. Y una recomendación final a la visita a Carcasona: una parada en la cercana localidad de Castelnaudary, cuna del exquisito cassoulet, un guiso de alubias y distintos tipos de carne, que es el plato mas famoso del Languedoc-Roussillon.