El tramo del Rin entre Coblenza y Maguncia, capital de Renania-Palatinado, recorre el valle más legendario de Alemania. Estos escasos ochenta kilómetros en el corazón del antiguo Sacro Imperio Germánico discurren entre meandros y desfiladeros, culminados por una treintena de castillos y punteados por pueblos rodeados de viñas escalonadas que enamoraron a los románticos alemanes, franceses y británicos. De hecho, el recorrido se conoce popularmente como Rin Romántico y se ha convertido en un destino muy popular, tanto en barco como en coche.
La ciudad de Coblenza y el castillo (schloss) Stolzenfels son la primera etapa de este viaje. Fundada por el emperador Tiberio, Coblenza marca el lugar de encuentro entre el Rin y el Mosela. Adentrarse en el casco histórico de Coblenza, reconstruido tras la Segunda Guerra Mundial, invita a dar un paseo por la historia de Europa. Del siglo XII al XVIII, cuando perteneció a los obispos de Tréveris, la ciudad se llenó de edificios y templos, como la iglesia románica de St Castor, con su delicioso jardín Blumenhof, o como el dieciochesco palacio de los Príncipes Electores. Conviene visitar su torre gótica, Deutscher Kaiser, el único edificio que salió totalmente indemne de la última contienda mundial y cuyo primer piso es hoy una hostería. Agosto es especialmente interesante para visitar Coblenza, pues el segundo sábado de ese mes tiene lugar el festival de fuegos artificiales Rhein in flammen (Rin en llamas), que en septiembre se traslada a la localidad de St Goar.
Cinco kilómetros al sur y en la orilla izquierda se halla el Schloss Stolzenfels, ejemplo de las restauraciones neogóticas de fortalezas devastadas durante la guerra de los Treinta Años y las campañas napoleónicas. Erigido en el siglo XIII y casi destruido en 1668, este castillo de torres almenadas fue reconstruido por los prusianos en 1836 y hoy exhibe un espléndido mobiliario –ver Visita Guiada–. En la orilla opuesta destaca la silueta del castillo de Lahneck, cuya leyenda asegura que allí murieron los doce últimos caballeros templarios, en combate contra asaltantes al servicio del arzobispo de Maguncia.
La ruta sigue junto al río por alguna de las dos carreteras que bordean los márgenes –la B42, en la orilla derecha; la B9, en la izquierda–.
La admiración despertada por el castillo de Stolzenfels continúa en el castillo de Marksburg, la única fortaleza que ha llegado a nuestra época en perfecto estado. Antaño prisión de los príncipes de Nassau, se alza sobre una roca a 480 metros de altura, con el pueblecito de Braubach a sus pies. Su arsenal posee cañones de la guerra de los Treinta Años.
A seis kilómetros escasos aparece Boppard, rodeada de viñedos (zona vinícola de Bopparder Hamm) y orientada al sur a lo largo de un monumental meandro. Fundada por los romanos y residencia real de los francos, tiene varios atractivos en su casco antiguo. Para empezar, una bella plaza del mercado en la que destaca la iglesia de St Severus, de estilo románico tardío. Su parque arqueológico conserva restos de la antigua Bodobrica latina y tumbas paleocristianas.
El otro enclave imprescindible de Boppard es el castillo de los Príncipes Electores, situado en la orilla misma del Rin. Erigido en el siglo xiv, aloja el museo municipal y dedica una sección a Michael Thonet (1796-1871), carpintero y diseñador local, inventor de los muebles de madera curvada que causarían furor en la Viena imperial e inspirarían a los artistas del modernismo y también a audaces continuadores, como Jacob y Joseph Kohn. La bulliciosa Boppard, donde la actriz y cantante Marlene Dietrich residió una temporada, cuenta con un bello hotel jugendstil, el Bellevue, en el 41 de la Rheinallee. Tomar el telesilla hasta las colinas que envuelven la ciudad permite contemplar vistas excepcionales de este tramo del Rin.
Más allá del gran meandro de Boppard, a quince kilómetros, las ciudades medievales de Sankt Goar y Sankt Goarshausen sumen al viajero en la fascinante leyenda de Loreley: una sirena o «hada del Rin» que, reclinada sobre una peña, atraía con sus cánticos a los navegantes hasta hacerlos naufragar contra sombrías rocas a la vera de los viñedos. Cantada por el poeta Heinrich Heine en el siglo XIX y luego por Apollinaire, quien le dedicó un poema a «la hechicera rubia que de amor mataba a los hombres», Loreley es hoy una escultura junto a la que pasan los cruceros que recorren el Rin. Al otro lado del mundo, la conmemora una nostálgica fuente colocada desde 1893... en el Bronx neoyorquino. Las historias medievales siguen presentes durante el callejeo por el núcleo de Sankt Goar y la visita al castillo de Rheinfels. Erigido en el siglo xiii por el conde de Katzelnbogen y parcialmente destruido por los franceses en el xviii, actualmente acoge un hotel y un restaurante de gama alta.
A partir de aquí, el viaje por el Rin encadena pueblos monumentales como Bacharach y Lorch, y fortalezas inolvidables como el castillo de Gutenfels. Este último, asentado junto a la localidad de Kaub, antaño estuvo conectado con la fortaleza de Pfalzgrafenstein, erigida en el xiv sobre el islote de Falkenau. Este edificio blanco, rematado por torrecillas con tejado de pizarra, es ahora un museo estatal.
Al llegar a la preciosa Bacharach, lo primero que atrapa la mirada es su castillo Stahleck, de mágico torreón, donde hoy pernoctan jóvenes del mundo entero por unos veinte euros, ignorantes quizás de que durante el nazismo fue un reformatorio para chicos menos afortunados. Unos quince kilómetros más adelante se divisa el castillo de Sooneck (siglo XIII), residencia de caballeros salteadores que se aprovechaban del tráfico de mercancías que circulaban por el Rin en la Edad Media.
Es un auténtico placer conducir después, rodeados de viñas, hasta la cercana Rüdesheim, capital de la región de Rheingau y famosa comarca vitivinícola. Hay que pasear por su calle Drosselgasse, repleta de tabernas con jardines que sirven los vinos blancos y tintos de la zona. El contrapunto cultural a tanta animación es el Museo del Vino (Weinmuseum), que ocupa el castillo de Brömserburg, construido en el xii por el arzobispado de Maguncia y remodelado en el XIX; la vista desde su torre es magnífica.
La última etapa del viaje es la universitaria Maguncia, a 37 kilómetros de Rüdesheim y hoy capital de Renania-Palatinado. Conocida por su catedral milenaria y por unos carnavales que duran tres meses, fue la cuna de Johannes Gutenberg (siglo XV), inventor de la imprenta. Merece la pena dedicar un día a pasear por el entorno de la plaza de Gutenberg y visitar su museo, que conserva 46 Biblias originales y numerosos incunables. Otro lugar imprescindible es la iglesia de Stefans, moderna y con bellísimas vidrieras realizadas entre 1970 y 1980 por un Marc Chagall ya nonagenario.
Llegados a este punto del recorrido, toman mayor relevancia los artistas que quedaron atrapados por la belleza del Rin, llamado afectuosamente Vater (padre) por los lugareños. William Turner pintó sus matices, Richard Wagner lo enalteció en su ópera Crepúsculo de los dioses, y Heine, Goethe, Byron y Mark Twain le ledicaron apasionados textos, poemas y afirmaciones inolvidables como la de Victor Hugo: «toda la historia de Europa fluye por su curso de guerreros y pensadores».
A TENER EN CUENTA
Documentación: el dni o el pasaporte.
Idioma: alemán.
Moneda: euro.
Llegar y moverse: El aeropuerto de Colonia , a 108 km de Coblenza, recibe a diario vuelos desde ciudades españolas. Para recorrer la zona, lo idóneo es alquilar un coche. Dos carreteras panorámicas, una en cada orilla, recorren el Rin hasta Rüdesheim. En Coblenza se puede contratar un crucero por el río. La Rheinburgenweg es una red de senderos que conecta los castillos más importantes. Existe además un itinerario ciclista que alcanza la desembocadura; hay alquiler de bicicletas en casi todas las ciudades.
Cultura del vino: El museo de Bacharach y el de Rüdesheim explican la relación del valle del Rin con la vid. Las bodegas proponen itinerarios guiados y cata de sus vinos. Info Vino
Más información:
Oficina de Turismo de Alemania
Libros recomendados:
Alemania. Guía Total. Anaya, 2011.
Alemania. Guías Visuales. El País- Aguilar, 2010.